Después de ser el triunfador de la feria de Sevilla, Morante de la Puebla se vino de vacaciones a México a torear en la Feria de San Marcos en Aguascalientes, y de paso por Juriquilla, cargado de fantasías. Morante se expresó en bellas faenas con los chivines que se corren en nuestra provincia. Sencillo y espontáneo; grave y serio; su duende lo tiene en capotes y muletas, que lo hace afirmarse con altiva elegancia.
Al vivir Curro Romero sus últimos años de toreo y retirado Rafael de Paula, Morante de la Puebla se nos presenta como un posible sucesor de los toreros con pellizco. Ese pellizco que es algo tan indefinible como el aroma de la plaza sevillana y Sevilla toda. Ese pellizco que evidencía la presencia ausencia de la muerte, plasmada con belleza y ritmo secreto.
Morante de la Puebla lleva la esencia del toreo en sus lances y faenas. esa esencia que se pierde en las manos de los pegapases, ejecutantes de faenas interminables de sesenta o más pases que hablan de la falta de hondura de las mismas y de estilo o personalidad de los toreros que las realizan. Curro Romero y Rafael de Paula no necesitan más que de unos lances sedeños y una media verónica, enroscándose en los toros en la cintura para que el impacto se quede en la mente siempre. Afortunadamente Morante empieza por un buen camino. Prefiere la calidad a la cantidad, en que el torear representa la fugacidad del instante que se detiene morosamente en mansa corriente.
Morante de la Puebla se ha expresado en México en bello torear. Su grave personalidad lo hace afirmarse con altiva elegancia, sin recurrir a ese toreo efectista que suele gustar a los públicos festivaleros envinados. El sevillano espiritualizado por sus triunfos en la Maestranza Sevillana en la que consiguió abrir la famosa Puerta del Príncipe --reservada los que cortan orejas en sus dos toros-- se corporizó en suelo aguascalentense con faena para los puristas.
Morante de la Puebla es una esperanza del regreso al toreo siguiendo los cánones. Esperanza que como dice María Zambrano, no espera nada, se alimenta de su propia incertidumbre la esperanza creadora; la que se extrae del vacío, de la adversidad, de la oposición, su propia fuerza sin por eso oponerse a nada. Es la esperanza que crea suspendida sobre la realidad torera sin desconocerla, esa que hace surgir la esperanza verdadera.