La Jornada lunes 3 de mayo de 1999

Astillero Ť Julio Hernández López

El aparato PRI-gobierno aprovechará la falta de regulación jurídica respecto de los gastos de campañas internas de los partidos para organizar una presunta contienda por la candidatura del 2000 que, en realidad, aparte de estar pensada como una mera maniobra de instalación del favorito presidencial, sirva también para desatar el gasto de promoción de ese partido y de quien será su principal abanderado.

Tal es el sentido de la algarada de presuntos tintes democratizadores que por todo el país realiza José Antonio González Fernández, el presidente formal del PRI, al anunciar que su partido hará una elección abierta de su candidato presidencial.

Sin padrón real de militantes, ni organización política verdadera (que sea capaz de moverse sin el aliciente de la irrigación económica generosa), la versión pepetoñista de una primavera democrática en el PRI encubre una realidad bastante distinta.

Hasta ahora, la experiencia disponible en cuanto a elecciones abiertas de candidatos en el PRI muestra, cuando menos, lo siguiente: no ha habido contienda verdadera, pues siempre se ha privilegiado a un candidato oficialista, que es beneficiado por ríos de dinero que, se sospecha, provienen del erario e inclusive del narcotráfico, que está firmemente inserto en la vida política mexicana.

Los beneficios de hacer teatro

El tono del trabajo que realizará la actual dirigencia formal del PRI está dado en las reuniones que actualmente organiza en los estados con los consejos políticos priístas de ese nivel.

Concertados plenamente con los gobernadores, los encuentros han servido de foro para manifestar las posturas específicas de los jefes reales del partido, que son esos titulares del Poder Ejecutivo.

Así, en Sinaloa Juan S. Millán decidió seguir la línea superior y hacer como que apoyaba al principal opositor, para que llegase a gobernador, que fue el propio Francisco Labastida Ochoa. Pero, institucional, Millán aceptó plegarse al guión diseñado por Los Pinos para aparentar contienda interna. Ni modo que en su propia tierra no apoyaran al actual ocupante de Bucareli. Por ello se le preparó a don Francisco un destape tradicional en Culiacán, con acarreos, entusiasmo preparado y discursos llenos de melcocha regionalista a favor del paisano.

En Tabasco, para citar otro ejemplo, Roberto Madrazo Pintado se organizó un acto de apoyo aprovechando la visita de Pepe Toño. Henchidos de fervor democratizador, los empleados del gobernador se acabaron la voz gritando consignas a favor de que se elija abiertamente al candidato presidencial que ellos esperan sea quien más dinero del gobierno haya gastado en promocionarse en cadena nacional de televisión.

En Chiapas, por su parte, Roberto Albores Guillén instruyó a sus subalternos para que, a nombre del priísmo de aquella entidad, se manifestasen a favor de Labastida Ochoa, cuya línea política antizapatista ha seguido, con exceso, ese mismo gobernador, que sueña con relevar a don Francisco en Bucareli.

Los citados ejemplos nos demuestran que no se ha dado libertad verdadera a los grupos controladores del priísmo de los estados, sino que, por el contrario, están firmemente sujetos a la voluntad de los gobernadores. La elección nacional de candidato presidencial sería, en ese contexto, la suma de las riñas y las coincidencias de los capos estatales.

Juego democrático, hasta que el Señor decida lo contrario

Pero, por encima inclusive de las diferencias específicas de cada entidad, el proyecto de sobrevivencia del priísmo y de su régimen político está llevando a un pacto (que es el que Pepe Toño promueve en sus visitas a los estados), en el que se acepte la realidad política vigente.

Según las versiones de algunos gobernadores, el argumento pepetoñista habla de que el Presidente abrirá la selección de candidato presidencial hasta el máximo que se pueda, para escoger de entre un abanico que, para bien de la unidad, debe ser lo más corto posible.

Dos o tres precandidatos sería un ejercicio ideal, sin grandes riesgos de fracturas, diría ese mensaje superior que circula por el país. Pero, de acuerdo con las circunstancias, conforme avance el proceso, el Presidente podrá decidir cuál de los aspirantes deberá ser apoyado con toda la fuerza económica y política del caso.

Las encuestas mostrarían (diría Pepe Toño, quien es el vivo ejemplo de disciplina ante la fuerza de ese instrumento demoscópico, pues él hubo de aceptar que las encuestas hechas al dedo principal de Los Pinos favorecían a Alfredo del Mazo en la pasada elección de candidato a gobernante del DF) que los dos punteros son justamente los hombres en quienes el Presidente querría que se concentrase la disputa: Miguel Alemán Velasco y Francisco Labastida Ochoa. De entre ellos dos se podrá escoger al candidato pero, de preferencia, que nadie más le entre a la contienda, para no enturbiarla, para no contaminarla.

Pero, independientemente de quién sea el favorecido por el dedo superior, la campaña entre precandidatos permitirá desatar el gasto prelectoral. Sin controles legales de ningún tipo, el PRI podrá comenzar el despilfarro de recursos con el que vaya amacizando las tendencias electorales a su favor. Tales maniobras ya han sido conocidas en algunas entidades donde el PRI hizo como que permitía una contienda democrática. Tamaulipas es un ejemplo claro. El gobernador, entonces en funciones, Manuel Cavazos Lerma, hizo todo cuanto fue necesario: gastó sumas de dinero que escandalizaron a los propios priístas, para sacar adelante a su favorito, Tomás Yarrington.

Hoy, en el PRI se preparan para entrarle a ese mismo escenario. Con esa presunta contienda democrática, por lo demás, se acallarán las voces que todavía pretenden que haya una asamblea nacional antes de designar al candidato presidencial. La asamblea se realizará cuando ya haya candidato, como un acto legitimador de una decisión ya tomada.

Mientras tanto, los principales opositores al PRI, que son el PAN y el PRD, continúan en sus duelos internos (Porfirio contra Cuauhtémoc; Diego contra Fox), sin darse cuenta de que la maquinaria priísta ya está echada a andar, y que las arcas están listas para comenzar a ser vaciadas en beneficio de la gran campaña priísta para el 2000.

Astillas: El panismo del Distrito Federal desea dejar atrás la pesadilla que para sus intereses fue la debacle de Carlos Castillo Peraza como candidato a gobernador de la capital. Colocados en las preferencias electorales en un primer lugar, los panistas vieron cómo sus activos fueron disminuyendo a medida que don Carlos se peleaba con los periodistas y hasta con los mismos ciudadanos a quienes debería ir a pedir el voto. El arrasante triunfo perredista de 1997 dejó como principales damnificados a los priístas, que desde siempre habían monopolizado el poder, pero también a los panistas, que suponían que todo estaba listo para que con ellos se estrenara la alternancia partidista en la capital del país. Por lo pronto, los del blanquiazul tendrán nueva directiva, después del paso de Gonzalo Altamirano Dimas que, por encima de las circunstancias específicas del ciclón Castillo Peraza, dejó buenos resultados para la organización de ese partidoÉ El diputado federal sinaloense Rafael Oceguera está acumulando tantos episodios violentos en San Lázaro que el gobierno capitalino podría nombrarlo presidente de la comisión de box y lucha.