n Ofreció temas de su disco Señor Bolero
José Feliciano hizo bailar al público dominicano
n Un apagón en el Teatro Nacional interrumpió el recital
Mónica Mateos, enviada, Santo Domingo n Una catarata de compases sabrosones brotaron de la guitarra y la voz de José Feliciano para hacer bailar al público dominicano en la presentación del cantante puertorriqueño el pasado fin de semana en el Teatro Nacional, donde ofreció algunos temas de su reciente disco Señor Bolero y el infatigable recorrido por su historia musical de tres décadas.
Como un huracán de colores brillantes abrió con La última noche, ese tema de Bobby Collazo que transforma las nostalgias del desamor en un pretexto para balancear los hombros. Ganador de seis Grammy, Feliciano no sólo es apto para corazones descarapelados por batallas de amor perdidas, sino para quienes saben dejar las lágrimas de cocodrilo en el armario y, simplemente, bailar la vida. Y es que habría que aprender un poco del ánimo dominicano, que primero se agita a ritmo de merengue o bachata y después se pone a hablar de tristezas.
Debido a la gran cantidad de artistas mexicanos, puertorriqueños, españoles y cubanos que visitan Santo Domingo, existe una ley que obliga a los empresarios a presentar un artista dominicano antes de cada concierto de un extranjero. La cantante nacional Edily fue la encargada de abrir la noche, pero no logró entusiasmar a los que esperaban a un José Feliciano que regaló bocados de añoranza, bien sazonados con meneos y jaleos del trópico.
El público, literalmente de pipa y guante, pues el Teatro Nacional tiene la costumbre de convertir en noches de gala los conciertos sean de ópera o de Julio Iglesias, ovacionó al puertorriqueño que para abrir boca cantó Cómo fue, de Ernesto Duarte. Luego vinieron temas en inglés, que se escucharon como si Joe Cocker o Bob Dylan hubieran nacido en el viejo San Juan.
Desatar los suspiros
En Bamboleo, el cantante bromeó, a la manera de estar inventando topadas huapangueras: ''y si me quitan los ojos, te miro con los ojos que te oyen". Las señoras se aflojaron el chongo y los caballeros el nudo de la corbata cuando llegó Paso la vida pensando, tema que en los años ochenta llevó a Feliciano a recorrer Latinoamérica, España y le abrió el mercado italiano.
Uno de los frecuentes apagones que sufre la capital dominicana interrumpió unos minutos el recital de Feliciano, quien siempre de buen humor y cuando volvió su voz al micrófono dijo: ''Espero que se hayan sentido un poquito como yo, cuando se fue la luz, pero pidan en la taquilla que les devuelvan su medio minuto de concierto a oscuras".
El señor bolero le llegó a sus vicios y rompió la cuerda de su guitarra eléctrica cuando se transformó en todo un beatle latino, con bongós acompañándolo para interpretar un par de temas de Paul McCartney. Apenas fue una probadita del rockero espíritu sesentañero que vive en el cuerpo de este hombre que hace de su guitarra algo más que una compañía musical.
Las cuerdas son la ruta de sus pasiones, ahora tropel de caballos desbocados, gotas de brisa veraniega, el toque marcial para que un recuerdo, quizá sólo el de un par de ojos negros, se arraigue en los labios, en el momento justo para cantar con Feliciano el tema de María Grever, Almas gemelas: ''Un alma que al mirarla, sin decir nada, me lo dijera todo, con su mirada"... el que esté libre de cursilería, que tire el primer oso de peluche.
Ya desatado el suspiro, que venga el popurrí que incluyó: Tú me haces falta, Sabor a mí, La copa rota, Rayito de luna y otras como aquello que dice ''toma este puñal, ábreme las venas" o ''ayer te vi pasar con él del brazo", y por supuesto, los temas escritos por Feliciano y que no sólo le echan chilito piquín a la herida, sino hasta un poquito de merengue: ''que de mi amor te has olvidado, que ya no estoy más a tu lado... mes has echado al olvido".
José Feliciano llama a lo que interpreta soul music, música del alma, donde lo mismo se han colado en su carrera profesional sonidos discotequeros de los años sesenta que clásicos del rock como Hey Jude, California dreaming y Light my fire. Esta última no podía faltar en un recital que los azotados pero bullangueros extrañan en la ciudad de México. Por eso, aquí a tupirle a la bachata, con dosis moderadas de bilirrubina.