Más sobre la tercera cultura
Miguel Angel Barrón Meza
Hace algunas semanas apareció en estas páginas un artículo de Luis Benítez Bribiesca titulado "Las tres culturas", en el que de manera atinada se muestra que en México la ciencia y la cultura (entendida en el sentido tradicional, que incluye las letras, la pintura, etcétera) se siguen considerando entidades separadas. Bribiesca menciona la emergencia de una tercera vía, en la cual la ciencia y la cultura tradicional han tendido puentes de entendimiento y se han fusionado. Inspirado en tal artículo, quisiera agregar algunos comentarios.
Quien lea un diario en México notará que el suplemento de ciencia ųsi existeų aparece por lo regular separado de la sección de cultura; además, habrá observado que mientras la sección cultural se publica diariamente, el suplemento científico no aparece con la misma frecuencia. Los medios masivos de información contribuyen de esa manera ųtal vez por ingenuidadų a ahondar la falsa grieta que separara la ciencia de la cultura; así, se crea y fortalece entre el gran público la sensación de que la comprensión de los temas científicos está reservada para un puñado de aburridos especialistas.
También, al ser menor la frecuencia de publicación de notas científicas se inhibe la formación y el desarrollo de divulgadores de la ciencia, cuya importancia es similar a la de los investigadores. Como es bien sabido, el papel de los divulgadores es esencial, ya que se encargan de traducir a un lenguaje accesible para el gran público los resultados de las investigaciones y crear en la sociedad una opinión favorable sobre la labor científica y las inversiones realizadas por los gobiernos en ese rubro.
Cito a Mario Bunge (Ciencia, técnica y desarrollo, Editorial Hermes, 1998): "La ciencia es ante todo un componente de la cultura, de modo que cualquier adelanto científico contribuye automáticamente a elevar el nivel cultural de la sociedad. La investigación científica básica, independientemente de las aplicaciones que pueda tener, contribuye a resolver un problema de primer orden en los países en desarrollo: el atraso cultural". Ciencia y cultura están ligadas de manera indisoluble a la evolución de cualquier sociedad.
En la obra citada, Bunge afirma que el factor económico es sólo uno más de los elementos del desarrollo, y acertadamente identifica como componentes del mismo a los factores culturales, políticos y biológicos. Por desgracia, en el Tercer Mundo predomina una visión economicista del desarrollo, lo que explica el papel preponderante asignado por los gobiernos a la investigación aplicada ųfundamentalmente en términos de los presupuestos asignadosų en demérito de la investigación básica. Olvidan que muchos de los atrasos económicos, políticos y de salud pública tienen su origen en el atraso cultural (y por ende científico) de las sociedades; en consecuencia, la visión economicista de la ciencia debe ser superada.
La cultura y la ciencia han contribuido a liberar al hombre de mitos y creencias absurdas. Para bien o para mal, la ciencia ha ido disminuyendo paulatinamente el papel predominante que el hombre asignó a los dioses en la conducción de su destino y como causantes de las catástrofes naturales; gracias a la ciencia, el hombre moderno deposita la responsabilidad de sus éxitos y fracasos en sus propios hombros (o en los de sus dirigentes), y ya no en los dioses. Una sociedad o un individuo que busca de manera obsesiva su desarrollo económico y descuida su crecimiento cultural (en el sentido ampliado, o tercera cultura) es un ente desequilibrado que de manera inevitable cae en decadencia, como repetidamente lo ha mostrado la historia.
Concuerdo con Bunge en que la ciencia y la técnica son motores de la cultura moderna, de modo que la nación que las descuida se condena a una cultura atrasada. Invertir en ciencia equivale a invertir en cultura; a largo plazo, invertir en ciencia (aunque sea básica) significa invertir en desarrollo económico, algo que ųal menos por los hechosų no es tan visible para los gobiernos del Tercer Mundo.
La separación entre ciencia y cultura origina una actitud peculiar de la sociedad hacia los científicos e investigadores: es necesario que éstos tengan un espíritu de sacrificio y se mantengan pobres (cual modernos faquires), ya que su labor en busca de la verdad y el conocimiento debe ser lo más altruista y desinteresada posible. Prueba de la vigencia de tal actitud es el hecho de que los científicos no reciben un solo centavo por publicar sus trabajos en revistas especializadas, con el consiguiente regocijo de los acaudalados grupos editoriales multinacionales.
No ocurre lo mismo con literatos, pintores y demás trabajadores de la cultura tradicional, quienes obtienen jugosas becas y sumas nada despreciables de dinero por sus obras. Al investigador deberían pagarle por cada artículo que publique, de esa manera los científicos e investigadores no se obsesionarían por las becas ni verían de reojo en busca de aprobación hacia las comisiones de evaluación al publicar sus trabajos.
Volviendo al papel de los medios informativos en la separación entre ciencia y cultura, y particularizando con el periodismo escrito, me permito parafrasear a Brecht: si un diario incluyera entre sus páginas ocasionalmente una sección de ciencia sería bueno; si la incluyera semanalmente sería mejor. Pero si un diario incluyese todos los días notas científicas en su sección cultural, entonces ese diario sería imprescindible.
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