La discusión y aprobación de la iniciativa de ley para restructurar la industria eléctrica serán pospuestas hasta el periodo de septiembre -se cree-, aunque no sería difícil que se pospusiera un poco más. No obstante, casi tres meses de debate han sido fundamentales para mostrar la gran sensibilidad social ante ese cambio, y también su complejidad.
No es ocioso, entonces, insistir en la necesidad de abundar en la discusión. Nadie puede considerar que esta posposición constituye un triunfo o una derrota para los contendientes de una discusión que exige profundizarse. Nadie tampoco puede caer de nuevo en el absurdo de oponerse irracionalmente a la discusión; sería calificado, al contrario, como ignorante, demagogo, irracional, regresivo, retrógrada o conservador. Esto crearía un clima propicio para albazos o enfrentamientos estériles.
Hay que reflexionar más, mucho más sobre la viabilidad financiera de la industria eléctrica estatal; las formas de financiar su expansión; las metodologías de costos; consecuentemente, sobre tarifas y subsidios; el cambio tecnológico; las nuevas formas de organización industrial; la estrategia de combustibles, en estrecha relación con las visiones prospectivas de Pemex; sobre las formas de gestión y trabajo para superar limitaciones y vencer los tremendos vicios que agreden a la sociedad a la que nos debemos.
Hay un punto más que conviene reflexionar con especial cuidado por sus fundamentos e implicaciones: el de la tradicional aspiración del carácter nacional de nuestra industria eléctrica. Esta condujo al desarrollo de una red nacional de alta tensión que permitiera que la electricidad producida en cualquier región de México, prácticamente llegara a cualquier zona del país en la que fuera posible. Sin demérito ni perjuicio de la riqueza natural y ecológica, se ha buscado llevar electricidad a todo el territorio nacional, a través de esas enormes torres y líneas de alta tensión.
Más allá del milagro físico de la conducción eléctrica, está el no menos milagroso asunto de la homogeneización del costo. La generación de electricidad es más barata en unas regiones que en otras; en esa maravilla que es la Cuenca del Grijalva, se genera electricidad a un costo de los más bajos del mundo, para fortuna de todos los mexicanos, no sólo de los chiapanecos. Y gracias precisamente a esa red, cuando se requiere, esa electricidad llega a otras zonas del país que no gozan de esa riqueza natural hidráulica, por lo que para el abasto regional se instalan plantas a base de otros combustibles, que suponen costos mayores y que en ocasiones no resultan suficientes.
Pues bien, la maravilla de la red troncal de alta tensión permite que toda la electricidad generada se reúna -por decirlo así- en esa red, independientemente de su costo de producción, operando como instrumento nacional no sólo de transmisión, sino de homogeneización de costos. Así, poblaciones con heterogeneidad de recursos pueden acceder a la electricidad prácticamente al mismo precio, suma del costo homogéneo de generación con los particulares costos de transmisión y distribución.
Se trata de un principio nacional de justicia social elemental. Este mismo principio explica, por ejemplo, que la riqueza petrolera de la Sonda de Campeche no sólo sea de los campechanos, sino de todos los mexicanos.
La desagregación de la industria en fases con control privado y en regiones privadas autónomas, como se pretende en el proyecto gubernamental original; la concesión de la red nacional, y la existencia de compradores múltiples y comercializadores especulativos, conducirían a perder ese beneficio de la homogeneización nacional del costo. ¿A cambio de qué? ¡Quién sabe!
Hoy, con más tranquilidad, resulta imprescindible incorporar a la reflexión nacional éste y otros puntos que también exigen un tratamiento riguroso y atento. Sólo ello nos permitirá -sin duda que lo hará- llegar a clarificar los aspectos de la transformación de la industria eléctrica en los que la sociedad puede sentirse segura de lograr consensos: identificar con nitidez aquellos en los que será necesario buscar un acuerdo mayoritario para orientar el cambio de la industria eléctrica, siempre con el mayor respeto a las minorías; pero también, y no menos importante, seleccionar aquellos aspectos delicados del cambio de la industria eléctrica en los que será necesario más estudio, más reflexión y más observación de las experiencias internacionales. Por el bien de todos.