Marco Rascón
Alemanismo contra cardenismo

El país se prepara para una disputa histórica por el rumbo de la nación. No es regresar al pasado, no es repetir, sino proyectar y poner en la balanza las opciones de México. Es saber voltear atrás sin convertirnos en estatuas de sal.

La sucesión presidencial del 2000 es un cruce de raíces, ramas y sombras que provienen del tronco común, cuando se sembró México como nación independiente. En esta sucesión es inevitable que todo esté cargado de memoria histórica y de comportamientos repetidos, pues, al final de cuentas, nuestras formas políticas son ya una cultura.

En esta disputa, al PRI sólo le queda Miguel Alemán y el alemanismo como raíz y como naturaleza. La corrupción política, la contrarreforma agraria, la entrega del país y sus recursos al capital extranjero, el uso de los puestos públicos para hacer negocios al amparo de la impunidad, la consolidación de la oligarquía parasitaria amparada en los subsidios gubernamentales, la privatización de la educación, la represión y el autoritarismo, ha sido el opuesto al cardenismo. Hay quien decía que estas oscilaciones eran porque nos regía la ``ley del péndulo'' y el país para mantenerse tenía que ir de la izquierda a la derecha y luego de regreso.

Sin embargo, para desgracia del país, luego de Miguel Alemán (1946-52) la derecha oligárquica se apoderó de todo el proyecto surgido en la Revolución Mexicana, mientras las proyecciones del cardenismo sucumbían.

La raíz del salinismo es Alemán y su escuela. El alemanismo fue una modernización corrupta y autoritaria, que utilizó el estatismo para enriquecer a una pequeña casta. Mientras el alemanismo aprovechaba para su beneficio las condiciones de la posguerra, Salinas y la ``generación del cambio'' aprovecharon el neoliberalismo y la globalización para enriquecerse con el patrimonio nacional que ellos fueron destruyendo a lo largo de cuatro décadas.

El alemanismo se hizo un modelo para encubrir la represión militar, bajo justificaciones ``civilistas'' como las que ahora hace Zedillo en Chiapas y aprende por imitación Francisco Labastida.

Difícilmente el PRI podrá eludir el llamado de la selva veracruzana. Difícil será oponerse a la cargada del instinto de un partido que se reconoce heredero de la cultura política que cinceló el alemanismo y que hoy ante la debacle inminente sólo puede unirse en torno a un símbolo de la vieja oligarquía, como es Alemán, quien toma estatura y dimensión política gracias al comparativo decadente que le ofrecen Labastida, Bartlett, Madrazo y Roque Villanueva.

El alemanismo es vigente e ineludible para el PRI, porque es la única posibilidad para que el salinismo sea reivindicado, Salinas regrese y el país vuelva a ser el paraíso de los buenos negocios que lo hicieran tan famoso en el mundo.

En el contexto nacional actual, la memoria histórica del cardenismo también se expresa y está presente en la defensa de la industria eléctrica y la gratuidad de la educación, mismas que protagonizan tanto el SME como los estudiantes, maestros y trabajadores de la UNAM. La defensa de los artículos tercero, 27 y 123 constitucionales, sigue siendo un parteaguas entre el cardenismo y el alemanismo.

Sin embargo, la tarea del cardenismo no debe ser sólo expresión de resistencia, sino de la transformación de México a partir de las condiciones actuales donde la economía nacional debe ser reconstruida, estableciendo las condiciones justas y equilibradas entre el papel del trabajo y el capital; relanzar una revolución educativa que tenga como objetivo respaldar la reorganización social, económica y política de México. El cardenismo es necesariamente una recomposición y cambio de la estructura financiera, para ponerse en manos de los mexicanos, acabando con la corrupción y la inepta oligarquía que, por sus propios beneficios, son los responsables de las crisis que paga todo el pueblo.

Alemán es el Fobaproa y es también el PAN, por el cual Diego Fernández de Cevallos volvería a tirarse a la mitad de la contienda, pues el jefe del jefe Diego sigue siendo Salinas.

Cuauhtémoc Cárdenas tiene hoy el terreno minado porque está frente a las batallas decisivas de una estrategia de largo plazo que él condujo. En esta disputa, la polarización es inminente y por lo tanto, la alianza fundamental tiene que ser con el pueblo, pues en él se resguarda la memoria histórica del cardenismo y el alemanismo, los dos caminos de la Revolución Mexicana, que son ya incompatibles.

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