n El acto multitudinario, el más grande de la agrupación


Reunió Madredeus a 80 mil asistentes en el Zócalo

Pablo Espinosa n La marcha que devino mitin que se convirtió en concierto, el más intenso/extenso/multitudinario ųconfirma Fernando Marucho, representante del grupoų en la historia de Madredeus. Una sesión masiva con música íntima que rebasa el realizado hace algunos años en el estadio Sporting, de Portugal, ante 40 mil espectadores. La cifra alrededor de la cual oscilan los cálculos más conservadores de la cantidad de almas que se congregaron la noche del viernes en el Zócalo de la ciudad de México es de 80 mil. šMadre de Dios!

A la hora de la cita, las 20:30, dos templetes orientaban las miradas de los chavos que llenaban, en plenitud, la plaza mayor: bajo el ayuntamiento, los últimos oradores contra las cuotas en la UNAM; bajo la catedral, los primeros atisbos dentro de una caja negra del que surgiría después magia blanca: el escenario dispuesto para la música.

En el retraso, la voz del director del Instituto de Cultura pide paciencia, mientras la masa ejercita su poder de autogobierno: todo el Zócalo es ya, para que todos disfrutemos mejor, un plantío de almas jóvenes sedentes, tranquilas, en espera de una música de alas, viento y transparencia. No le pertenece tal solaz a un chavo que, empapado en sudor, las órbitas crispadas, grita sin que nadie lo entienda bien a bien, pues ya no hay micrófono ni orador en turno. El chavo está ahí, sudado, urgiendo, pero es una cáscara de nuez entre tanto ruido y tantas nueces, no hay moción de orden, compañeros, es ya la hora del anonimato extremo, una voz entre la multitud, soledad entre soledades: viene corriendo desde kilómetros y grita al mar: "šatropellaron a unos chavos del CCH Oriente y una de ellas falleció, está tendida junto a Bellas Artes! ƑQué hacemos?".

Otras voces, otros ámbitos, nadie se percata, quienes sentados se divierten con un dulce desmadrito como en la prepa, bailan zapateados porque alrededor del asta-bandera šhay cucarachas!, y se divierten pisoteando a los bichitos y lucen esos rostros en la multitud, hojas de una oscura, húmeda rama, su esplendencia juvenil. Son las 21:50 y empieza el canto que convertirá a esta masa en un remanso insólito en la ciudad más grande del planeta: alrededor de 80 mil espíritus impertérritos arrobados, levantados en vilo, elevada la cadera metafísica de esta masa humana, por una música que se hiende en las entrañas como una dulce, cálida caricia que entra por los poros todos. Eran de verse esos rostros entre la multitud, eran de homenaje los labios que se juntaban a los labios, los cuerpos a los cuerpos, los ojos entrecerrados mientras las guitarras erigían sus astas y la voz sinuosa se entregaba entera. Era tan grande el silencio de ochenta mil humanos en el Zócalo, que tan sólo se escuchaba, en el centro sedente de la plaza, el sonido de la tela contra el viento: las faldas de las muchachas haciendo surgir sus muslos, las cabelleras de los muchachos hirviendo más sonrisas, el ondear de la bandera nacional bajo la luna y una muchacha, al frente de la caja negra de la magia blanca, haciendo muy largas, laaargas vocales tomar la forma de los ángeles.