En la época de los grandes movimientos estudiantiles, durante las décadas de los cincuenta y los sesenta, la principal fuerza de las universidades en casi toda la América Latina eran las organizaciones de estudiantes. A veces, aquellos movimientos eran tan impactantes en la política nacional que constituían la vanguardia de las luchas sociales en contra del autoritarismo, la opresión y la explotación. Esos mismos movimientos, casi sin excepción y aun cuando eran reprimidos, descabezados o disueltos, siempre contribuían al fortalecimiento de nuestras casas de estudios. Aun vencidos, al término de cada movimiento se podría ver la gran fuerza intelectual y moral que animaba a los universitarios.
Cuando la Universidad era asediada por los gobiernos o por fuerzas políticas que la repudiaban, los estudiantes eran siempre sus mejores y sus más eficaces defensores. En la Universidad Michoacana, una de las más bravas y progresistas de todo el país, en donde estudié desde 1951 hasta 1960 (desde la secundaria hasta la profesional), muchas veces las ``huelgas'' no consistían en cerrar los recintos universitarios, sino en ocupar las calles de Morelia y hacer activismo por toda la región y, si se podía, por todo el país. Igual pude ver que se hacía en el resto de la República. En ninguna ocasión salió lastimada nuestra Universidad por nuestras ``huelgas''. Todo lo contrario, incluso cuando nuestras demandas iban más allá de nuestra problemática académica o administrativa. Hicimos movimientos en contra de la carestía de la vida y contra la represión sindical.
Siempre me ha impresionado la enorme vulnerabilidad de nuestra casa de estudios. Cuando en 1972 un par de pillos con unos cuantos seguidores se apoderaron de la rectoría de la UNAM e hicieron renunciar a Pablo González Casanova de su cargo como rector, tuve muy viva una imagen de lo que hoy estoy diciendo y jamás lo he olvidado.
Si los estudiantes no defienden a su Universidad, ésta queda totalmente indefensa y un grupillo cualquiera de revoltosos puede cerrarla y ponerla de rodillas. La autoridad moral e intelectual de nuestra casa de estudios depende, en primer lugar, de sus académicos y de sus estudiantes. Eso incluso cuando se cuenta con autoridades despóticas e ineficientes. Mucho depende del espíritu cívico con el que aquéllos se comportan y desarrollan su trabajo.
La Universidad está todo el tiempo bajo asedio. Hay sectores sociales conservadores y reaccionarios que aborrecen a nuestra máxima casa de nuestros y no cesan jamás de desprestigiarla. Como ellos controlan el empleo de nuestros egresados, les es muy fácil propagar la mentira de que los nuestros son malos y los de sus escuelas privadas son buenos. También el gobierno hace lo suyo. Le resulta cada vez más incómoda nuestra Universidad, sobre todo porque es asiento de un pensamiento crítico que nunca ha podido aceptar. Durante las ochenta y los primeros noventa, se fortaleció en nuestros gobernantes la convicción de que nuestra Universidad no les servía y había que desaparecerla. Supimos defenderla y los planes gubernamentales se diluyeron. Bastó con hacerles ver que entre 60 y 70 por ciento de la investigación que se realiza en el país es obra de sus académicos y de sus estudiantes.
Por su propia naturaleza, la Universidad es un espacio abierto a las pugnas entre toda clase de intereses particulares y de grupo; muy a menudo, incluso por hechos nimios, se convierte en un verdadero campo de batalla. En esos casos, por supuesto, la única que sale herida es la propia Universidad. Hoy el movimiento estudiantil no es ni de lejos lo que fue en sus años gloriosos, lo que fue, sobre todo en el 68. Hoy es tan sólo un buen negocio para fósiles que llevan 12 y hasta 15 años en las aulas universitarias y un motivo para la explosión irracional de una juventud que cada vez se halla más extraviada. Así, la Universidad se encuentra bajo el fuego cruzado de fuerzas políticas y de intereses de toda laya que miran sólo a crear problemas y conflictos, no a resolverlos.
Frente a los movimientos estudiantiles en los que yo participé y que observé, casi no puedo creer que hoy nuestra máxima casa de estudios esté paralizada, polarizada y ocupada totalmente por grupos de activistas por una verdadera idiotez, la pugna por un reglamento de pagos. Toda la labor delicada y enaltecedora de la Universidad y sus altas funciones en el desarrollo de la educación y la cultura se ven denigradas, corrompidas, vaciadas de contenido y de autoridad moral e intelectual, por un movimiento fundado en los más mezquinos y bajos objetivos.
Como siempre sucede en estas ocasiones, para nuestra casa de la ciencia, la educación superior y la cultura, será muy penoso recuperarse cuando este movimiento llegue a su fin.