n Esa reunión ha sido tomada como arma para descalificar al ingeniero, dice
Cárdenas y Salinas no negociaron nada, revela Manuel Camacho
n En 88, Chirinos y Córdoba se opusieron rotundamente a que se revisara la elección, narra
José Antonio Román n Manuel Camacho Solís, promotor y único testigo del encuentro que Carlos Salinas y Cuauhtémoc Cárdenas sostuvieron en julio de 1988, días después de las elecciones presidenciales, dio su versión de los hechos. Salinas, de entrada, se comprometió a actuar contra quienes resultaran responsables del asesinato de Francisco Xavier Ovando. Cárdenas fue al grano: si se quería una solución política debían reconocerse los datos reales que favorecían al Frente Democrático Nacional (FDN) y, si no, anularse la elección. En ningún momento Salinas aceptó que hubiera habido irregularidades. No se negoció nada.
Al dar a conocer ayer sus apuntes y reflexiones personales de ese encuentro, Camacho señaló que hoy, en un ambiente de sucesión presidencial al 2000, la información sobre este tema ''ha sido tomada como arma de combate para descalificar al ingeniero Cárdenas y se han hecho las más diversas interpretaciones sobre lo ahí ocurrido y sus consecuencias''.
Era evidente -dijo Camacho- que todo lo que dijera Cárdenas a lo largo de los años, en que fue considerado por el régimen como el principal enemigo político, sería utilizado en su contra. ''Si decía que había aceptado dialogar, el régimen habría utilizado su enorme capacidad de propaganda para sembrar dudas entre sus seguidores, o incluso para acusarlo de traidor. Si decía que no aceptaba el diálogo, esa misma maquinaria de propaganda y espionaje sería utilizada, como ocurrió, para presentarlo como un hombre violento e intransigente''.
Y agregó: ''No creo que sea justo que, quienes participaron en ese movimiento, tengan suspicacias respecto a quien -como ellos mismos lo hicieron- se jugó su prestigio y su vida para empujar los cambios políticos. Si hubiera habido una traición, la historia hubiera sido al revés: en vez de ser Cárdenas el enemigo principal del régimen hubiera sido su aliado predilecto''.
Conversación difícil pero de buena fe
Así, en lo que se interpretó ayer como una abierta defensa del actual jefe del gobierno capitalino, Camacho -el tercero en la reunión de 1988- recordó que la conversación entre Salinas y Cárdenas ''no fue fácil'', aunque la entrevista misma -en casa de Manuel Aguilera- era un signo de buena fe de parte de ambos pero también, para ambos, representaba un costo y un riesgo.
Tras las posiciones encontradas de Salinas y Cárdenas sobre las elecciones, Camacho Solís propuso que, dentro de la ley, con un absoluto profesionalismo y buena fe, un equipo técnico en el que hubiera gente de toda la confianza de cada una de las partes revisara los datos electorales. ''Salinas me encargó que precisáramos la propuesta, sin cerrarse en principio a la revisión. Cárdenas reiteró su posición. Al final, Salinas le propuso que, por mi conducto, se mantuviera la comunicación en ese y en otros temas políticos'', reveló.
En una concurrida conferencia de prensa, realizada ayer a mediodía en las oficinas de su actual partido (del Centro Democrático) Camacho Solís indicó que en otras ocasiones distintas, y sin que estuviera presente Carlos Salinas, se reunió nuevamente con Cuauhtémoc Cárdenas. El tema era único: los votos.
''El (Cárdenas) tenía la seguridad de que había irregularidades en la elección. Yo estaba convencido de que era preferible reducir el margen de la victoria del PRI, anulando conforme a la ley las casillas cuyos resultados era difícil sostener, que dejar una herida profunda que dañaría todas las decisiones que vendrían en el futuro político.
''El asunto (la revisión de los datos de casillas) era en extremo espinoso al interior del PRI. Había demasiada gente comprometida con lo que había ocurrido. Había una corriente casi infranqueable que presionaba, con todo, para que no se revisara la elección. Esto, por dos razones fundamentales: una, la aceptación de irregularidades crearía mayor incredulidad; la otra, obtener menos de 50 por ciento de los votos debilitaría enormemente al Presidente.
''Yo, por el contrario, pensaba que si revisando con honestidad y profesionalismo las cifras se precisaban las irregularidades, el gobierno sería más fuerte aun con menos votos, si alcanzaba el reconocimiento del FDN, y en particular, de su candidato.
''El licenciado Salinas estaba entre las dos opiniones. A mí me dejó avanzar en los diálogos, pero terminó escuchando y aceptando los argumentos de la otra parte, cuyo vocero principal en ese momento era Patricio Chirinos, que ya actuaba en mancuerna con José Córdoba.
''Casi de manera simultánea, en el PRI se había concluido que ya no había manera de revisar las cifras y Cárdenas había concluido que no había voluntad para hacerlo. Había yo perdido una batalla, pero al menos se había establecido una mínima interlocución que sería importante para evitar la violencia y la ruptura del orden constitucional'', dice parte del texto que leyó el único testigo de ese encuentro sobre el que hoy, a más de diez años de distancia, se debate y polemiza.
Camacho tuvo en la última semana de agosto, previo al informe presidencial, otra ''reunión importante'' con Cárdenas. Ahí le pidió al candidato opositor del FDN que influyera para que no se desbordaran los ánimos de quienes protestaban frente al edificio del Congreso, y se procurara evitar tentaciones de toma de la Cámara, hechos que sólo serían el principio de fenómenos violentos.
''Me dijo (Cárdenas Solórzano) que si queríamos tranquilidad en el DF, lo primero que tenía que hacerse era reconocer los triunfos del FDN en la ciudad y, en particular, calificar positivamente a los senadores Ifigenia Martínez y Porfirio Muñoz Ledo. No tengo duda de que la intervención que con ese propósito tuvimos don Emilio M. González y yo, en un mismo sentido, contribuyó a evitar la ruptura del orden público en aquel momento. En esa ocasión, como en otras en que tuve contacto con el ingeniero Cárdenas, encontré sinceridad y disposición para encontrar salidas políticas''.
En todo caso, agregó, si algo nos faltó a todos los que tuvimos una participación política destacada en 1988 fue capacidad para llegar a un gran acuerdo nacional que, con las nuevas instituciones y con las nuevas leyes hubiera reconciliado al país, evitado muchos de los excesos posteriores y nos habría colocado, como sociedad y como nación, en una situación mucho mejor de la que hoy tenemos.
La tarea, sin embargo, era extremadamente difícil, al grado tal de que más de diez años después, con un régimen debilitado, aún no es posible siquiera generar la alianza y el proyecto de la alternancia y de la alternativa, dijo Camacho Solís.
En la primera parte del texto presentado ayer, el ex regente explicó que por tratarse de un ''asunto delicado'' es necesario proceder con objetividad. Por ello, dijo, ''he decidido dar mi versión sobre lo ahí acontecido, pero hacerlo no relatando los hechos como los recuerdo hoy, ni como podrían convenir a cualquiera de las causas políticas del presente, sino como estaban registrados en los documentos personales que me fueron robados y más tarde publicados en el mes de noviembre de 1994''.
De esta forma, señaló que en la versión que minutos más tarde daría a conocer ''no adapto los acontecimientos al presente. No agrego ninguna interpretación posterior. Simplemente presento los hechos tal como los tenía presentes hace cerca de cinco años y como estaban contenidos, desde antes, en mis notas de trabajo que tenía la costumbre de hacer en algunos momentos de decisiones políticas importantes''. Pero todavía hay un dato adicional. Definitivo. ''Los materiales que me fueron robados -y que sirvieron para justificar la revelación de los hechos- eran materiales que no habían sufrido ningún maquillaje, ninguna autocensura y que estaban incluso desprovistos de un cálculo respecto a sus consecuencias políticas; eran documentos privados, privadísimos, que en algún momento evalué la conveniencia de pulir y publicar, pero decidí no hacerlo''.
Dijo que sus documentos personales fueron robados de su casa y que quien los robó los llevó a las oficinas del entonces presidente electo, Ernesto Zedillo, quien los tuvo en su poder varios días sin haberlos revisado de inmediato. Después, él se los envió al entonces presidente Carlos Salinas. Lo que dijo desconocer es quién fue el autor material del robo y quién ordenó enviarlos al periódico El Economista para su publicación.
''Si ninguno de ellos ordenó el envío, al menos guardaron silencio y permitieron que se consumara ese golpe a la libertad de conciencia'', concluyó.