Carlos Martínez García
Comisionado bélico

El comisionado gubernamental para el inexistente diálogo de paz en Chiapas, Emilio Rabasa, desenvainó de nuevo su espada y se lanzó a fondo contra el todavía senador priísta y ex integrante de la Cocopa, Pablo Salazar Mendiguchía. La acción del funcionario de la Secretaría de Gobernación forma parte de la reforzada estrategia gubernamental, consistente en confrontar acremente a quienes se atreven a desafiar críticamente los tumbos de la política zedillista en tierras chiapanecas.

El enojo de Rabasa contra Salazar Mendiguchía se debió a que una vez más el político chiapaneco que busca la gubernatura de su estado se refirió al fracaso de la política federal para darle una salida negociada al conflicto con el EZLN. El senador reiteró la semana pasada, en entrevista con el semanario Milenio, lo que ya había expuesto con amplitud en un extenso Perfil de La Jornada (1o. de julio de 1998), que las acciones gubernamentales han ido agravando constantemente las condiciones para reanudar conversaciones con los zapatistas. El mismo título del documento publicado el año pasado por Pablo Salazar en nuestro diario es contundente y deja bien clara la postura del legislador: el fracaso de una imprudente estrategia gubernamental para Chiapas. Fue a partir de la publicación de este texto cuando Salazar Mendiguchía vio cómo arreciaron las maniobras en su contra por parte del gobernador Roberto Albores Guillén. Desde las oficinas de Albores en Tuxtla Gutiérrez han salido las órdenes para disminuirle espacios políticos al senador Salazar. Todo por que este último decidió juzgar por sí mismo, y actuar en consecuencia, la estrategia del gobierno para arrinconar y provocar una respuesta armada, por pequeña que fuera, de los zapatistas y tener un pretexto que posibilitara una incursión masiva del Ejército federal en territorio con fuerte presencia del EZLN.

Las acusaciones de Rabasa contra Pablo Salazar, en el sentido de que éste ha favorecido en distintos momentos y circunstancias los intereses zapatistas, tienen al menos dos razones que las explican. Una se relaciona con ese síndrome priísta que no concibe disidencia alguna en las filas del partido, menos cuando la disonancia pone en tela de duda la política presidencial sobre temas centrales para la vida nacional. Porque en el fondo, los desacuerdos de Salazar Mendiguchía no han sido con los tres secretarios de Gobernación que van en este sexenio (Esteban Moctezuma, Emilio Chuayffet y Francisco Labastida), sino con la línea del presidente Ernesto Zedillo. Osadía tenida como grave en los círculos encargados de proteger la imagen y autoridad presidencial, particularmente en las oficinas de Bucareli a las que formalmente está adscrito Emilio Rabasa. En esos círculos no acaban de digerir que siendo (Ƒpor cuánto tiempo?) priísta, Salazar Mendiguchía sea uno de los principales opositores a la política del gobierno federal en Chiapas. La otra razón tiene que ver con ponerle todos los obstáculos posibles al senador para que no llegué a ser candidato para las elecciones chiapanecas del próximo año. A menos que hubiera un cambio de 180 grados en las prioridades políticas del presidente Ernesto Zedillo, es prácticamente imposible que Pablo Salazar obtenga la nominación del PRI para competir por la gubernatura de su estado. El camino se está abriendo por otra parte, vía la posible alianza de las principales fuerzas opositoras que presentarían un candidato común en el proceso electoral. El personaje con más posibilidades en esta vertiente es precisamente el senador incómodo.

En lugar de ocupar su tiempo en obstaculizar la carrera política de quien lo considera "el menos inteligente de todos los negociadores" gubernamentales en Chiapas, Emilio Rabasa debería dedicar al menos la misma intensidad emocional para evaluar las acciones del gobernador Albores, empeñado en taponar cualquier posibilidad de reiniciar un verdadero diálogo de paz con el EZLN. Rabasa ha pasado por alto las ridículas ceremonias, organizadas por Albores, en las que supuestos zapatistas se arrepienten y conmovidos le prometen al gobernador dejar las armas para incorporarse a la vida civil y los proyectos productivos que patrocina el gobierno estatal. Estas ceremonias tipo el hijo prodigo sólo sirven para la propaganda, que por otro lado muy pocos creen, pero enturbian todavía más el frágil entorno chiapaneco.

El coordinador del gobierno para el diálogo y la negociación en Chiapas, este es el puesto de Emilio Rabasa, se empeña mucho en belicosidades contra un senador disidente y poco en crear condiciones para bajar la tensión en tierras chiapanecas. Rabasa parece más interesado en obstruir la campaña de Salazar Mendiguchía que en sujetar los ánimos guerreristas de Albores Guillén. Por esto no es casualidad que las cosas están como están en Chiapas.