La Jornada miércoles 21 de abril de 1999

Arnoldo Kraus
ƑQuién condena a Kevorkian?

A partir de 1990, Jack Kevorkian inició su carrera a favor de la eutanasia y en pro de aquellos enfermos que deseaban dar sentido a su vida y a su autonomía por medio de una muerte digna. Aproximadamente 130 personas fallecieron asistidos por el patólogo de origen albanés. Kevorkian contradijo el refrán ''la tercera es la vencida'', pues sólo en el quinto intento, después de cuatro fracasos, la justicia estadunidense ųen esta ocasión la de Michiganų logró condenarlo.

A los cuatro triunfos previos contra la legalidad de nuestros vecinos hay que agregar otros éxitos: el fundamental es haber abandonado el clóset de la hipocresía que siempre ha rodeado al paciente con enfermedades terminales o degenerativas sin esperanza. Otra semilla a la que habrá que adosar el apellido Kevorkian es haber vindicado la autonomía del ser humano. Asimismo, sus acciones replantearon lo que cada vez es más claro: los caminos dispares por los que transitan pacientes y médicos.

Englobar las cuestiones anteriores bajo el rubro eutanasia es inadecuado y magro: sus convicciones han sembrado demasiadas inquietudes. El nombre de los jueces estadunidenses que lo han sentenciado no dejará huella. El de Kevorkian será recordado y analizado, dudo condenado, por los estudiosos de la filosofía, de la moral médica y humana.

Quizá la profesión médica, en el rubro de la eutanasia, será eternamente bisoña y no aquilatará el legado del patólogo. Quizá siempre permanecerá alejada de la ética del morir, siempre distante de la moral del ser como ser y no sólo como materia médica. Su valor 1991-1999 es haber cuestionado. Su valor a partir de 1990 es haber sembrado preguntas, abierto caminos y cuestionado no pocas verdades que lo eran simplemente por el anquilosamiento que produce la costumbre. Sin saberlo, avalamos lo que ha sido, sin preguntarnos encumbramos lo que es y sin inquietarnos dejamos de inquirir lo que podría ser en vez de lo que es. Prohibido pensar, prohibido dudar, son atavismos con los que se anda.

En la medicina contemporánea esta coerción no abarca moléculas, ni alta tecnología. En cambio, se desfigura ante el paciente y se achica ante el ser que es alma, sufrimiento, preguntas y, sobre todo, ante el ente autónomo y enfermo que quiere ser. Los ingredientes estaban en la mesa: modernidad, sociedad que cuestionaba y enmohecimiento de los diálogos enfermo-médico habían urdido la trama. Faltaba Kevorkian.

Es probable que una de las preguntas iniciales del médico albanés fue si sería factible darle algún sentido a la muerte, sobre todo a las inútiles.

Para Kevorkian, la respuesta era afirmativa y sin duda la justicia demasiado proteica. Adolecía de lo que no debería adolecer: moral. Sus primeros encuentros con la justicia estadunidense fueron amargos. Su intento para que los reos sentenciados a la pena de muerte encontrasen una razón o algún significado a su no morir ųel fallecimiento le pertenecía al omnipresente sistema de justiciaų fue que donasen sus órganos. Su solicitud fue denegada pero no su ánimo.

La esterilización de la muerte y los señalamientos de los enfermos contra la profesión médica que los abandonaba en los últimos momentos, fueron entonces su leitmotiv. Debo aquí acotar que el olvido no sólo es médico, por lo que extiendo la denuncia: deben incluirse familia, sistemas de seguridad social y religión.

Las causas por las que se le condena no son intrascendentes, pero son sólo el traspatio de la moral. Se dice que carecía de licencia médica desde hace ocho años, por lo que no podía utilizar los fármacos con los que causó la muerte de Thomas Youk. Y se afirma también que cometió un asesinato de segundo grado. El asunto va mucho más allá y engloba el quid último de las dobles morales.

Kevorkian redescubrió la autonomía del ser humano y con esto incomodó la moral religiosa. Confrontó a la profesión médica por su silencio e inacción y se granjeó muchas críticas. Le embarró a la justicia sus dicotomías: pena de muerte sí, suicidio asistido no. Le recordó a la modernidad y a la sociedad el abandono del ser enfermo.

Inquirió también a la comunidad mundial: mientras que a Kevorkian se le condena por una muerte ųno pudo comprobarse delito en ninguno de los casos previosų, cuyos familiares y fallecido solicitaron el acto y agradecieron su acompañamiento, otros sujetos copartícipes en atrocidades que suman millares de muertos ųllámense Hussein, Clinton o Milosevicų continúan libres. Pinochet sigue de malabarista, pero apoyado por la Iglesia. Kevorkian aseveró que moriría por inanición si se le condena. Ni dudar que lo hará; es de esos raros seres de una pieza. Nos quedamos con su legado y una inmensa deuda.

ƑRedefinir justicia? Deseable pero imposible. Queda su huella y una tarea iniciada, nunca acabada, y de la cual escribiré la próxima semana.