Ugo Pipitone
Balcanes: Estados Unidos y Rusia
Insisto: para ciertos sectores de izquierda las limpiezas étnicas y las pilas de centenares de miles de muertos son hechos marginales respecto a un antiamericanismo obsesivo. Pero es obvio que desde América Latina no podía ganar ningún concurso de popularidad un país cuya historia está salpicada de agresiones y crímenes contra muchos países de la región. Y así, en nombre de la obsesión antiyanqui, terminan por resultar atractivos a los ojos de importantes sectores de izquierda varias formas de gobierno antidemocrático.
Hagamos un ejercicio de transliteración. Lo que ocurre en estos días en los Balcanes pone en evidencia la necesidad de que Estados Unidos comience un amplio proceso de autocrítica de su papel en América Latina por lo menos en la segunda mitad de este siglo. Si se quiere abrir un nuevo capítulo en las relaciones hemisféricas, esta tarea de limpiar la casa de los fantasmas es esencial. A menos que se quiera aceptar que las simpatías filofascistas de Perón de hace medio siglo sigan siendo un modelo tentador para los progresistas latinoamericanos del presente y del futuro. Lo que sería no solamente fuente de ambigüedades y retrocesos sino de derrotas políticas para la cultura laica y progresista latinoamericana. Si Estados Unidos quiere alguna comprensión hemisférica para sus batallas internacionales justas (cuando lo son) debe preguntarse, por ejemplo, por qué Pinochet fue apresado en Inglaterra y no en Estados Unidos. Debe preguntarse por las razones de su oposición a un tribunal de justicia internacional y debe revisar con honestidad la masa de brutalidad, cinismo e injusticia hemisférica que contribuyó a formar el justo repudio mundial en contra de su política internacional. Demasiada barbarie se apiló debajo de la idea que Roosevelt tenía de Trujillo: es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta.
Pero lo que está ocurriendo en los Balcanes en este fin de siglo evidencia otro aspecto cargado de riesgos para el futuro. Me refiero a esa mezcla de comunismo, nacionalismo y religiosidad ortodoxa de la cual Milosevic encarna en estos momentos la síntesis más alta. Estamos aquí frente a tres corrientes históricas de distinto origen, distinta naturaleza y distinta capacidad para movilizar pasiones y energías humanas. Y sin embargo, corrientes que confluyen hoy creando una poderosa condensación de cultura autoritaria potencialmente milenarista. Muchas frustraciones colectivas se refuerzan entre sí buscando enemigos externos a los cuales achacar sus propios fracasos. Ningún asombro entonces que, en medio de un resurgido antisemitismo, la figura de Stalin se mezcle a veces, en las manifestaciones públicas rusas, con los símbolos religiosos ortodoxos y un paneslavismo de opereta trágico-patriótica. Un carnaval inquietante de frustraciones colectivas que se apoyan recíprocamente en nombre de una paranoia autoabsolutoria.
Serbia es la imagen de lo que podría ocurrir en el futuro a una Rusia postrada en la pobreza y el descontento social. El eslavismo podría convertirse en una macabra ensalada de frustraciones cargadas de un gigantesco potencial antidemocrático santificado por esa tercera Roma ortodoxa que no pudo ser. Pero no sólo preocupa que la extrema derecha y la extrema izquierda rusa se acerquen hoy en nombre del paneslavismo, es aún más preocupante que Yeltsin declare que Rusia no puede permitirse renunciar a Yugoslavia. Lo que refleja una patética y amenazadora persistencia de espíritu imperial en un país que no termina de encontrar la fórmula para mantener alma y cuerpo juntos.
Y aquí estamos frente a una de las anomalías más cargadas de riesgos de la actualidad mundial. Rusia, que es un enano económico, sigue siendo un gigante estratégico. La economía rusa es actualmente inferior a la de la Unión Europea entre 15 y 20 veces, sin embargo, dispone de poco menos de 800 misiles intercontinentales y de 75 bombarderos estratégicos. En total, más de 6 mil cabezas nucleares. O sea, la capacidad para destruir la vida en el planeta varias veces.
Hay que ayudar a Rusia a salir lo más rápidamente posible de su desastre económico por una razón poderosa: evitar que un nuevo nacionalismo gran ruso pretenda achacar al mundo la responsabilidad de sus propios fracasos. Sin embargo, paradójicamente, uno de los elementos de la cuadratura del círculo está actualmente en Serbia. Y el problema es evidente: Ƒcómo derrotar a Milosevic, el más avanzado ejemplo de síntesis comunista-nacionalista-religiosa, sin meter el mundo al borde de la autodestrucción? Frente a este gigantesco dilema lo que menos sentido tiene es justamente aquello que importantes sectores de la izquierda latinoamericana hacen en estos días: poner a Estados Unidos y Milosevic en el mismo plano.