La Jornada Semanal, 18 de abril de 1999
La palabra ``soledad'' aparece a menudo en sus escritos...
-Eso proviene del hecho de que vivo muy solo... Hay una cierta soledad que necesito para poder trabajar. Pero uno tiene necesidad también de alguien que sea atento. Y eso a veces nos falta.
-¿Se puede vivir en compañía de las palabras únicamente?
-No. Uno debe amar muchas otras cosas además de las palabras; las amapolas, por ejemplo.
-¿Las cosas más bien que las personas?
-Las personas, eso es más importante. Los pocos amigos que amo mucho y que me aman también, eso es irremplazable.
-Usted dice en uno de sus libros: ``¿Por qué decir las cosas si uno puede decirlas siempre de otra manera?''
-Se pueden decir las cosas de diferentes maneras, la verdad no está desnuda jamás. Hace algún tiempo, hice un ejercicio de estilo preciosista en Graal Flibuste. Es un estilo completamente diferente, lleno de banalidades y de lugares comunes. Eso me divirtió mucho... es lo que trato de hacer en cada libro, una nueva experiencia literaria.
-¿Es usted un hombre común y corriente?
-Completamente común, muy sensible, muy emotivo. A veces me enfurezco, pero no muy a menudo.
-¿Cómo transcurre el momento de la escritura?
-No hago jamás un plan de lo que escribiré. Voy siempre a la aventura. La primera frase desencadena todo el resto. Lo he hecho siempre así. Me acuerdo que para Le Fiston le dije a una vecina: ``Voy a comenzar mi libro con: `La hija del zapatero ha muerto'.'' Y luego continué y funcionó muy bien. Eso me vino así. Es difícil decir de dónde vienen las primeras impresiones. Cuando se ha expuesto un tema en el primer capítulo, en el segundo se hace una variación de ese tema. En el tercero, se contradice esta variación. No es pereza. Es diversión. Oigo hablar a mis personajes. Escucho lo que escribo. Lo visualizo muy mal. En el pequeño libro que acaba de salir, Monsieur Songe, no lo veo bien. Este debe ser un hombre menudo con una piochita, pero lo escucho hablar. Me pareció que ``monsieur Songe'' era un buen nombre. Después le hice hacer montones de tonterías. No es un soñador extraordinario, es cada vez más filósofo y cada vez más molesto. Pero en el Monsieur Songe del principio, en la novela, hace montones de tonterías, va al bar, se emborracha... Y luego, ahora, envejece.
-Ese envejecimiento parece obsesionarle.
-Sí, a mí también me obsesiona. No sólo él está obsesionado. Tener menos amigos, menos entusiasmo también, eso es lo más difícil de aceptar.
-Nunca hay grandes escándalos en sus libros, pero hay historias extraordinarias. A usted no le gustan las palabras rebuscadas, utiliza más bien términos simples.
-En Graal Flibuste hay una gran cantidad de palabras extrañas, inventadas, pero de manera voluntaria. Uno cree que inventa, pero por ejemplo en L'Inquisitoire, donde hay 150 personajes, he podido verificar en el directorio telefónico que todos los nombres que había inventado existen. Cuando uno trabaja con placer no se tiene la impresión de riesgo. Ahora, cada vez más. He tenido dificultades para escribir el más reciente, Taches d'encre. Me ha dado mucho trabajo porque fue escrito entre dos intervenciones quirúrgicas importantes y yo no quería perder el hábito de sostener la pluma. Entonces, me obligaba a escribir una frase por día. Es por eso que no hay sino pequeños aforismos. Era para obligarme a trabajar.
-Pero es un libro de vida... donde la muerte ronda sin parar. A sus personajes les gusta atravesar los cementerios. En cierto momento usted escribe: ``Qué de muertos alrededor de nosotros. ¿Por qué monsieur Songe habla tan bajo? Se callará cuando haya terminado de contar a los desaparecidos.''
-Es triste pero es verdad.
-No es un libro triste, es un libro sabio. ¿Usted piensa que ha vuelto de todo?
-¿Vuelto de todo? De nada, no he vuelto de nada. Ese libro se escribió bajo circunstancias especiales, con menos placer que con el que escribí Graal Flibuste o Cette voix. Es un libro que me tomó dos o tres años escribir.
-En el conjunto de su obra se pasea una ``inquietante extrañeza''. ¿Cómo ha adquirido ese don de escuchar a sus personajes?
-No sé de dónde proviene eso. Y luego, ahora, escucho cada vez más mal, me he vuelto un poco sordo. Sin embargo, ha sido natural en mí tener buen oído.
-Existen las palabras que usted elige, las palabras que usted muestra, ``el alboroto'' de las palabras, los lugares públicos en los que se intercambian demasiadas palabras, y también está ``el parloteo''. ¿Qué es eso?
-El parloteo, eso quiere decir ``hablar para no decir nada''. No sabría decir dónde, en mis libros, existe el parloteo. Es parloteo quizá de un extremo al otro, porque no se llega a saber si el niño es encontrado, si Mortin existe, etcétera. Entonces, tal vez todo lo que he escrito no sea sino parloteo, nada.
-Usted fue muy amigo de Samuel Beckett, trabajaron juntos.
-Fuimos muy amigos hasta el Nobel; en ese momento, cortó su teléfono. No se le podía ver más. Antes, yo pasaba tardes con él en Montparnasse. Bebíamos cerveza y hablábamos de Joyce, de su trabajo, de sus dificultades, de todo tipo de cosas. Era muy amistoso, muy afectuoso, cálido. Además, se siente un poco de vergüenza de lo que uno es con respecto a él, que era un enorme personaje, un corazón magnífico y de una erudición extraordinaria.
-¿Qué fue lo que lo acercó a él?
-Su conciencia profesional. La conciencia que él ponía en encontrar cada palabra. Yo había hecho una pequeña traducción de Todos los que caen, y él me la corrigió completamente. Me dejó amablemente ser el autor de esta traducción, pero la había rehecho enteramente. Vi con qué precisión necesitaba escribir, era muy exigente. Eso correspondía a mi carácter: conciencia profesional, horror a la mentira. Al final de su vida, él se volvió menos intransigente. Murió muy dulcemente, como sus personajes, en esa pensión lamentable, rehusando el Hospital Americano.
-¿Se parece usted a sus propios personajes?
-En Monsieur Songe, hay cosas que digo yo y que él no diría. Yo no recorro los bares por la mañana... ¡en la tarde sí!
-¿Qué es lo que le resta por hacer, hoy?
-Me resta continuar escribiendo. No se puede hacer de otro modo. Morir con la pluma en la mano.
Traducción: Humberto Rivas
Continuación o final. Nueva pesadilla. Sin otro medio para hacerse compañía.
Saber quién toma estas notas.
Salto hacia otro lugar, lo respirable.
Una puerta abierta. No nos atrevemos a creerlo.
Retazos. En exceso. Residuos. Hacer entrar el sueño en esos restos.
O lo imposible.
Solo en su paseo matinal, monsieur Songe dice soy viejo, lleno de preocupaciones, pierdo la cabeza. Ahora necesito un sirviente. Y se pone a buscar en todos los rincones de la calle.
Voces por todas partes.
Sin suficientes oídos, sin suficiente amor.
Pluma esclava que dirige la mano sirvienta de la voz.
Oreja soberana.
No reconocerse más en un espejo.
Bella lección de cada día.
Hay que haber dicho bastante para merecer callarse.
Qué de muertos alrededor nuestro.
Es tal vez por lo que monsieur Songe habla en voz tan baja.
Se callará cuando haya terminado de contar a los desaparecidos.
Repetir quién toma estas notas.
Esta pluma y otra, lejana.
¿Quién hablará de la pluma lejana?
Ella sola pero sin decirlo.
La mediocridad de tus notas no justifica el deber que te impones al tomarlas.
Ya me expliqué, bien o mal.
Más bien mal, querido amigo.