n Los asistentes en esta ocasión no estuvieron impedidos del placer de bailar


Cachao, un corazón de ritmo en el Salón 21

Arturo García Hernández n "šAhora para bailar!" Apenas el mes pasado Israel López, Cachao, trajo al Metropólitan su leyenda y su música inmensa, robusta. Quienes fueron a aquel concierto sintieron los dedos de la música deslizarse, hábiles y descarados, por cada centímetro de su piel, pero estaban impedidos de moverse: su cuerpo era reo de una butaca. El placer sometido. La peor de las torturas.

Por ello urgía una noche como la del viernes en el Salón 21, con unos buenos metros cuadrados de pista para darle gusto al cuerpo, para prenderlo a la cadencia de las melodías y a los estertores libertinos del ritmo creados y recreados por Cachao y su orquesta, cuando las percusiones tuvieron ejecutante de lujo: Patato Valdés. Cuando El gran Fellove encontró inmejorable marco para la bronca y experimentada alegría de su voz y su grito de batalla, estribillo pegajoso: "šTeee-lo-diiije!, šteee-lo-diiije!, šteee-lo-diiije!"

Y venga el son. Roten las nalgas. Venga el danzón. Leviten los pies. Venga el mambo. Trepiden los hombros. Venga la descarga (esa rotundamente cubana forma del jazz). Puéblese la noche de cuerpos ensimismados en su movimiento, de rostros extasiados y sudorosos. Aclámese con devoción y gratitud el prodigioso quehacer de estos hijos predilectos de Orfeo. Oír. Sentir... Vivir. La felicidad mezquina y esquiva esta vez fue generosa. ƑQué más se podía pedir que no fuera prolongar hasta lo imposible los límites de la noche cómplice? Hágase Cachao tu voluntad.

Fuera de abandonar el cuerpo a sus estímulos, no es mucho lo que puede decirse que no se haya dicho ya de la música de Israel López, el "guapachoso Cachao", a quien -os recuerda Guillermo Cabrera Infante- a menudo se compara con Charlie Mingus. "ƑPor qué? Mingus tocaba el bajo como si fuera una guitarra. Cachao lo toca como si fuera un tres, la guitarra cubana que él tanto ama. Pero a veces Cachao hace sonar su contrabajo sin trabajo, como si fuera un chelo".

Cachao comparte con su hermano Orestes la paternidad del mambo, criado y alimentado con la tutela decisiva de Dámaso Pérez Prado. Ha escrito Cabrera Infante, con barroca floritura, que Cachao, en la versión tropical del Mago de Oz, "es un león bravo que les da valor a los espantapájaros musicales: les da un corazón de ritmo mientras da consejos a los hombres de hojalata (con oído de lata) de que oigan atentos la melodía que se convierte en ritmo y eludan a los munchkins musicales, enanos de armonía. Le aconseja a la pequeña Dorothy de Kansas, si se cansa y desanima, que más allá del arcoiris encontrará no la tierra de Oz, sino Africa. 'šAfrica Viva!' que quiere decir Africa está viva, que su música vive. O del Arlen melódico al Cachao rítmico. Cachao es, por supuesto, un tesoro de tradición. O mejor aún, otro nombre para nuestra música que es nuestra musa".

Esa musa fue la que enardeció el cuerpo y desperezó el alma la noche del viernes, en el Salón 21.