uienes dicen buscar un mundo más democrático, sin emperadores ni súbditos, a veces son los primeros en frustrarlo. Y esto vale no sólo para los gobernantes de Estados Unidos (EU), campeones en una democracia que hasta exportan. También vale, y acaso más, para su corte de adoradores.
La verdad es que a EU se le puede adorar por muchas razones, mas no por su política exterior, que en este momento se centra en guerras salvajemente salvadoras como la librada contra Yugoslavia (en el canal de las estrellas) y contra Irak (en el canal de las minucias). Si la vocación de siervo es irrefrenable, sobran pretextos para quemarle incienso al emperador: desde su envidiable capacidad organizativa, hasta esa catedral de la diversión que es Disneylandia. Pero ello no parece suficiente a los nuevos americanistas, del mismo modo en que ya no se conforman con el viejo panamericanismo limitado al continente americano. Americanismo total o muerte global parece ser ahora la consigna, dejando muy chica al patria o muerte (personal) de la vieja izquierda.
Se entiende que el sueño de otro siglo americano --y el milenio completo, si se puede-- tenga numerosos adeptos dentro de EU. Se entiende que los haya en países opulentos, o inclusive entre los esclavos felices (por ignorar su situación de esclavitud), en el submundo de los siempre bombardeados, no sólo militarmente. Lo que resulta desconcertante y hasta lastimoso, es que esos adeptos también se encuentren entre la intelectualidad más moderna de ese mismo submundo. Aquí la figura del esclavo feliz empequeñece ante la del siervo ilustrado, también feliz, pero ya sin el pretexto de la ignorancia.
ƑEs muy difícil entender que una barbarie como la que se atribuye a Milosevic en Kosovo, jamás podrá resolverse con una mayor barbarie como la desplegada en toda Yugoslavia por las huestes de la OTAN? Lo único que así se resuelve, es el diseño del emperador para alcanzar un buen número de beneficios particulares. En casa, se logra mantener contentos a los mercados de la guerra (jefes dentro de los jefes), así como a los eternos buscadores de chivos expiatorios o de pueblos a salvar por obra y gracia del Destino Manifiesto. De paso, se termina de enterrar al Lewinskygate.
Y fuera de casa, los beneficios incluyen la promoción de todo tipo de divisiones y conflictos en Europa de tal modo que ésta no pueda erigirse en un contrapeso al poderío de EU (más ahora que se ha estrenado el euro). La asfixia de las fuerzas democráticas dentro de la propia Yugoslavia, una vez que la guerra ha reciclado al ultranacionalismo serbio. La liquidación del siempre incómodo derecho internacional, comenzando por el ahora más desacreditado Consejo de Seguridad de la ONU. Anulamiento, en cambio, del arbitrario "derecho (sic) de injerencia". Todo en nombre y a favor de un EU-Mesías. Y todo, aun a riesgo de provocar otra guerra mundial, para la cual el emperador ya toma desde ahora el cargo de comandante en jefe.
Tal vez por ello, los nuevos americanistas se dedican a racionalizar el bombardeo contra Yugoslavia como un mal menor. Los menos descarados optan por el siempre fácil y útil expediente de la equidistancia: reparten culpas y reproches por igual (fifty-fifty) al satanás en turno, Milosevic, y al emperador Clinton. Y no faltan quienes de plano sólo embisten contra el nuevo satanás. Estos son los mayores ejemplares del moderno siervo ilustrado, pero todos alinean en el equipo del neoamericanismo global.
ƑQué hacer? Tal vez no sea muy complicada la respuesta. Mucho se avanzaría con restablecer el derecho internacional. Ya hasta el actual gobierno mexicano, recordando algo de nuestra mejor política exterior, se ha pronunciado por reanudar conversaciones entre las partes, encaminándolas hacia una paz basada tanto en el respeto a los derechos humanos (léase albaneses-kosovenses) como en la integridad territorial de los Estados (léase Yugoslavia).
Y mucho se ganaría si, en lugar de pontificar y regañar a los no-americanistas, todos enseñamos las camisetas de nuestro equipo. Para lograr la paz en los Balcanes, no es necesario ser antiyanqui; mucho menos proyanqui. Basta con luchar en serio por la democracia: no sólo en lo nacional ni sólo en el discurso; también en lo internacional y en los hechos.
lugsouza servidor.unam.mx