Jordi Soler
El club de la señorita Salgueiro

Es sabido por todos que en Historia de Lisboa, el director Wim Wenders cambió el orden de los factores o cuando menos proyectó la película desde otro ángulo; en lugar del que hacen los ojos, se agarró del que hacen los oídos, como lo había hecho muy al principio de su carrera, pero por otras razones. Wenders es un preocupado permanente por la música que ilustra sus películas. Incluso ha fundado un sello disquero especial para sus soundtracks, que bien oídos son si no el equivalente sonoro de sus historias, sí un pariente muy cercano de ese equivalente.

Cuenta el dueño de una tienda de discos que con frecuencia lo visitaban dos clientes ilustres, Nick Cave, esa criatura oscurísima que cantaba con los Bad Seeds, y Wenders. Los dos, cada uno por su lado, le confesaron al dueño la admiración que sentían por el otro. Varias veces, según el propietario, los dos ilustres coincidieron en la tienda y los dos al unísono, agarrados por una timidez paralizante, se hicieron los desentendidos. Wenders tenía ganas de colaborar con Cave y lo mismo le pasaba al Bad Seed con el cineasta, así que el dueño, mitad por compasión y mitad porque le interesaba comerciar con ese hit discográfico, organizó una cena en su casa. Los dos ilustres asistieron y ya frente a frente en la misma mesa no tuvieron más remedio que dejar de hacerse los desentendidos y comenzar esa relación artística de varias películas y discos de duración.

Hay que recordar, para dejar bien establecido el gusto de Wenders por los soundtracks, dos cortos y un largometraje que nacieron de sus canciones predilectas: Alabama: 2000 años luz (1968-69), cuya inspiración obedece a All along the watchtower, de Bob Dylan; Tres long plays americanos (1969), donde con rolas de Van Morrison, Credence y Harvey Mandel, se arranca hablando de rock con su amigo y socio Peter Handke, mientras pasea la cámara que va con ellos a bordo de un automóvil; y Verano en la ciudad (1969-71), que está, aunque musicalizada por varias bandas, fundamentada en la canción Summer in the city, de los Kinks.

Brincando hasta 1994 nos encontramos con Wenders, en Lisboa, a punto de rodar esa película que había empezado por los oídos: el director, como puede verse en Historia de Lisboa, quedó deslumbrado cuando oyó cantar a Teresa Salgueiro la voz de la banda Madredeus. Aunque, haciéndole justicia a la belleza de Teresa y al buen ojo de Wim, hay que admitir que la película empezó con una combinación de oídos y ojos.

Hace unos días, en la cabina de radio donde trabajo, cuando no estoy construyendo líneas como éstas, conversé, vía telefónica, con Teresa Salgueiro. Hay que aclarar que los dos personajes cuya presencia solicita con más insistencia a esa hora el público de Radioactivo son, no sé por qué (bueno, sí sé por qué pero ni modo de decirlo aquí) Carmen Aristegui y Teresa Salgueiro. Carmen ya ha estado ahí y hace unos días estuvo Teresa, o mejor: la voz de Teresa, porque la conversación, como ya se dijo, fue por teléfono. Lo primero que dijo, en español impecable, fue que estaba cenando en un restaurante típico mexicano. Cuando empezábamos a especular con una larga lista que iba desde la barbacoa del restaurante Arroyo hasta los tacos de afuera de la Plaza de Toros, Teresa, con esa voz que desde la primera palabra ya había humedecido a toda su banda de fanáticos, dijo: ''Se llama El Chato de las Ranas". Será El Charco, hubo que puntualizar.

Luego habló de la saudade portuguesa, esa nostalgia especial capaz de transformar una ciudad entera, como Lisboa. Aclaró que Madredeus no toca fado, que es la música tradicional de su país, sino una mezcla de varios géneros. Contó que en su casa de Lisboa, cuando llega y se quita los zapatos y se recuesta en su sillón predilecto (aquí por respeto a Teresa y al periódico donde escribo estas líneas, no voy a decir en que grado de humedad creo que iban sus fanáticos) pone discos de World Music, que le encanta.

Dijo que le gusta cocinar y lo que mejor le sale es la pasta. Explicó lo que iban a tocar en el concierto y dijo que Wenders efectivamente había elegido el ángulo de los oídos para rodar su historia de Lisboa. La última aclaración, que había salido de una pregunta específica, sobraba, todo el que la ha oído cantar y hablar entiende que la película de Wenders no hubiera podido ser de otra manera.

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