Parece ser que, junto con Brasil, la siguiente economía grande de América Latina que tendrá graves problemas en el corto plazo será Argentina. Por esa razón es que desde hace algunos meses, Carlos Menem viene promoviendo activamente la dolarización plena de su economía y la de otros países de la región. De esta manera, al esparcir o socializar el riesgo, lograría diluir ųo mejor aún, eliminarų los ataques especulativos previos a la irrupción de una crisis de balanza de pagos.
Lo que esta medida significa, en última instancia, es que el sistema de tipo de cambio fijo definido desde 1991 ya resulta insuficiente (o incluso ineficiente) frente a la problemática actual.
Los acuerdos con el Fondo Monetario Internacional en los días pasados, indican que la crisis está en puerta, a pesar de las reformas estructurales que se han aplicado desde el primer periodo presidencial de Menem, como son: a) la creación del Consejo Monetario y la fijación a nivel constitucional de su paridad cambiaria con el dólar; b) la intensificación del funcionamiento más libre de los mercados; c) la pacificación de las fuerzas armadas y su subordinación al poder civil; d) el avance en la integración comercial regional (Mercosur) y e) el mejoramiento de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos e Inglaterra. En los términos del casi difunto Consenso de Washington, no podría pedirse más de un país para generar expectativas positivas de los agentes económicos y, por tanto, sentar un rumbo claro y fijo de crecimiento económico sano.
La presente situación de Argentina puede atribuirse a causas que se derivan justamente de la integración económica y a otras propias de la política económica que se ha seguido. En cuanto a las primeras, claramente se puede hablar del efecto contagio, que se deriva de la fuerte crisis brasileña. Al respecto, conviene señalar que el comercio entre ambos países rebasa 30 por ciento, por lo que es grande su interdependencia. Así, la caída de la producción del gigante dormido de 2 por ciento en el último trimestre de 1998 y la devaluación de casi 40 por ciento del real en lo que va del año, afectan terriblemente al comercio internacional de Argentina y, en consecuencia, a sus principales variables macroeconómicas. En tal sentido, viene presentando una caída de su producto interno bruto de casi uno por ciento para el mismo lapso, con una mayor contracción de la producción industrial (-12 por ciento, contra -4 por ciento del otro país) y un desequilibrio externo (de cuenta corriente medido en dólares) semejante al de México, pero que en términos de su producto es prácticamente del doble, es decir, cercano a 6 por ciento. Hay que recordar que existe una especie de barrera psicológica, que una vez que se traspasa comienzan a desatarse presiones especulativas diversas. Argentina está justamente en ese punto.
Pero lo realmente importante es que este efecto de contagio parece tener proporciones mayores en el infectado que en el transmisor, por lo que quedaría en duda que las reformas estructurales que se han aplicado en todos los planos han sido en verdad eficientes. En particular, quedaría en tela de juicio que su sistema cambiario ha sido el acertado para aislar o defender aceptablemente a su sistema económico de las turbulencias internacionales. Esto deberían analizarlo a profundidad los que en nuestro país se declaran abiertamente por seguir los pasos de Argentina.
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