Guillermo Sheridan
El gesto de Lizette
Narra La Jornada (9 de abril de 1999) en su cobertura del conflicto universitario que, durante la reunión del Consejo Universitario, ``la consejera Lizette Jacinto, dirigiéndose a Barnés, entregó en la sesión una bandera rojinegra, doblada, para en seguida decirle: Si usted no rectifica su posición, la bandera la abrirá usted, por lo que tiene la última palabra para evitar una suspensión de actividades en la UNAM''.
En el gesto de esta prematura y promisoria Pasionaria, se leen ingredientes interesantes del sospechoso empeño ultra por cerrar la UNAM a como dé lugar. El primero es la simpleza romántica que supone trasladar al rector la responsabilidad de iniciar una huelga que la joven Lizette y sus encendidos camaradas ya han decidido iniciar a nombre de lo que se supone que es un mandato del pueblo de México.
El gesto se recubre de calculado dramatismo. Tiene los ecos simbólicos de banderas como la de Juan Escutia, o la que blandía la joven parisina del póster en mayo de 1968. Es curioso que venga de una estudiante de filosofía con nociones de lógica: si usted, rector, no hace lo que nosotros queremos que haga, será usted el responsable de lo que nosotros haremos. Es como para el ladroncito de Trino: Lizette se mete al banco, abre la bolsa, le pone la pistola a la cajera y le dice: ``deme el dinero, porque si no, usted será responsable de que el banco sea robado''. En otras palabras: Lizette y sus amigos tiran la piedra y no esconden la mano: declaran que la mano es de otro (del que recibe la pedrada).
Son los desplantes de una coqueta cobardía que mezcla los peores ingredientes: la amenaza, la fuerza y la tontería. Una fuerza que se ha decorado de tal cantidad de autoridad que no escatima trasladar la responsabilidad de sus actos a otros. Es la misma autoridad que le permite decorarse con su disposición a ``dialogar'' con intelectuales siempre y cuando no digan lo que a Lizette no le conviene, so pena de graduarse de ``neoderechistas''. Lizette y sus amigos practican ya la universidad libre y popular que desean: una que repartirá --gratuitamente-- diplomas en pureza ideológica (y en lógica).
Cerrar una universidad de un país con problemas es algo tan necio como tirar los botes de salvamento alegando que el barco tiene problemas. No se puede cerrar una universidad por una ``causa justa''. Da igual que sea a manos de un gobierno, de un ejército, o de unos activistas de oposición. Cerrar universidades se hace siempre a nombre del general Millán Astray, que cerró la de Salamanca sobre los anteojos del rector Miguel de Unamuno (con la diferencia de que Millán Astray no le echó la culpa a Unamuno). Cerrar la UNAM para obligar a sus autoridades y a sus órganos colegiados a no hacer lo que han decidido hacer, ilustra la definición sucinta del fascismo que actuó el general ante el filósofo: la fuerza prevalece sobre la razón.
Modificar ese reglamento y convencer a quienes pueden pagar que paguen, y a quienes no pueden pagar que estudien, es importante para la UNAM. Un primer paso hacia la racionalización y contra su uso político. La lucha para impedirlo, atenta contra la razón misma de ser de una universidad: poner a la razón desinteresada sobre los intereses irracionales. Esta huelga preservará el entredicho y politizará aún más a la UNAM, sobre todo si, como es previsible en la lógica del sentimentalismo, Lizette decide exigirle su renuncia al rector por no hacer lo que ella quiere (como Leopoldo Sánchez Celis al doctor Ignacio Chávez en 1966). Nada excita más al sentimentalismo que el vértigo de su propia previsibilidad.
Por lo pronto, cerrar una universidad con el triste objeto de que quienes pueden pagar no paguen es el máximo grado de vergüenza al que podrían haber llegado quienes se oponen a una universidad eficiente y competitiva. Que lo hagan a nombre de la justicia social y de un México más equilibrado ya no es una vergüenza, es una mascarada. Una que incluye un hecho inaudito en la historia de los movimientos estudiantiles mexicanos de izquierda: defender a la burguesía de la obligación de pagar, y obligar al proletariado a patrocinar a la burguesía.