Se estima que en 1998, el Distrito Federal recibió casi 300 mil turistas más --provenientes del extranjero-- respecto al año anterior, lo que si bien representa un signo alentador, no es todavía un factor que influya determinantemente en los ingresos públicos ni en la generación fundamental de divisas, como tampoco en el rubro salvador de la crisis que afecta a otros sectores conexos. En los últimos 5 años, por ejemplo, de un millón y medio, subió escasamente a 2 millones de visitantes.
En efecto, si bien se han registrado incrementos en años recientes, estas cifras no nos deben inducir a una sobrevaloración, pues ni conjuntando el turismo de dentro y fuera del país representa arriba de 10 por ciento de un año a otro.
De hecho, en la estadística reciente se apunta que la mayor parte del caudal turístico se ubica en viajes de negocios, en tanto que el rubro de vacaciones o de recreación ocupa un porcentaje mucho menor.
Ha faltado además, es evidente, la instrumentación y aplicación de una política coherente, moderna e integral para impulsar y fortalecer la actividad turística que tantos altibajos ha registrado históricamente.
Prueba de ello es que los sectores que prestan estos servicios, fundamentalmente en el caso de la hotelería y los restaurantes, han solicitado incansablemente más estímulos y apoyos, que nunca llegan o se reciben parcial y tardíamente, lo cual los sitúa desventajosamente en la dura competencia de los mercados internacionales.
Además, a pesar de la gran riqueza del patrimonio cultural, capacidad hotelera, espectáculos y otros atractivos que posee la ciudad de México, la perciben insegura, riesgosa y un tanto deteriorada, al grado de que muchos sólo la cruzan en tránsito rápido para llegar a las playas o a otros puntos de interés turístico.
Los altos índices delictivos que en efecto se registran en una ciudad como la nuestra, con alta inseguridad pública, que a veces incluso se manipula dolosamente en el exterior, junto al caos vial o la falta de limpieza en algunas de nuestra vías principales hacen un pronóstico menos prometedor.
Ante esta realidad, puede decirse, rememorando los pasados días de Semana Santa, que tendríamos más visitantes y más beneficios económicos si la ciudad se aproximara a este ambiente de tranquilidad, paz y la posibilidad de deambular y admirar detenidamente el increíble acervo cultural de que disponemos.
Ojalá el turismo genere todos los beneficios que debería aportar a la ciudad en su conjunto, sobre todo en estos tiempos de crisis, desarrollando a plenitud su enorme potencial económico, laboral, social y de intercambio cultural.
Pero la negligencia y los desvaríos que han cometido unas y otras administraciones, trátese o no de Turismo, son inadmisibles en una ciudad como la nuestra, necesitadísima de inversiones y empleos, y además dotada para estar al nivel de las grandes capitales del mundo.