En su intento por lograr la candidatura del PRD a la Presidencia de la República en las elecciones del 2000, Porfirio Muñoz Ledo insiste en culpar a Cuauhtémoc Cárdenas, jefe de gobierno del Distrito Federal, de los males de su partido. Lo acusa de ``negociar con Salinas de Gortari'', de ``caudillismo'' y de ``meter las manos en las elecciones internas del PRD''.
La opinión pública reconoce las dotes de polemista de Muñoz Ledo, pero sabe de su afán protagónico que lo lleva a excesos verbales, a perder la mesura en sus afirmaciones y a externar opiniones superficiales sobre cualquier tema.
Muñoz Ledo no aporta pruebas sobre las ``entrevistas secretas'' por las que cuestiona a Cárdenas; pero, en varias ocasiones, él mismo ha sido criticado por estas prácticas. Sabemos que el método de la negociación privada es parte del sistema mexicano, usado por muchos políticos de todos los rumbos. Sería conveniente proponer alternativas públicas para la negociación. Lo que es claro para la opinión pública es que Cárdenas mantuvo frente a Salinas, y lo hace ante Zedillo y el PRI, una postura democrática, de firme y clara oposición, en el marco de la línea del PRD.
Cárdenas tiene un papel innegable de liderazgo en el PRD y las fuerzas democráticas de México, ganado en diez años de lucha tesonera; Muñoz Ledo ha compartido este papel, aunque en un segundo plano. Eso no los hace caudillos a los dos; o convierte a la de Porfirio en una disputa por el lugar de caudillo.
Es equivocado suponer que los problemas estructurales del PRD, que se mostraron en su reciente y anulada elección, se deban a las ``intrigas'' de un político, por importante que sea; Muñoz Ledo tendría que probarlo. El dirigió al PRD en un momento clave (1993-1996) y lo sabe bien, pues tuvo la responsabilidad de resolverlos y no lo logró. Ahora, debería aportar sus autoproclamadas ``luces'' para superarlos y no introducir falsas polémicas que afectan la unidad del partido y su desarrollo. Lo que no se vale es pedir a otros políticos que dejen de hacer política, cuando uno la hace.
La opinión pública conoce las diferencias políticas entre los dos dirigentes, que han salido a la superficie en varias ocasiones, incluyendo la campaña electoral de 1994; lo que lamentamos es que Muñoz Ledo tome el camino de la confrontación interna, en lugar de plantear el debate sobre las alternativas a los grandes temas nacionales --abordados por Cárdenas en el Foro de Davos y en su discurso del 18 de marzo-- o dirigir sus baterías contra la política gubernamental, priísta y panista, causante de la crisis global que vive el país.
Es evidente que Muñoz Ledo está en una posición difícil para sus aspiraciones: su derrota en la elección interna del candidato a la jefatura de gobierno del DF, en 1997, fue ratificada por los electores al dar la victoria absoluta a Cárdenas y el PRD sobre el PRI y el PAN; fracasaron sus políticas de transición pactada a la democracia y del bloque opositor en la cámara, basadas en análisis superficiales, que sólo sirvieron para crear falsas expectativas. Las encuestas señalan inequívocamente que Cárdenas lo triplica en términos de apoyo nacional y en el DF, y la mayoría del PRD lo reconoce como el dirigente más indicado y mejor colocado para enfrentar al PRI y, de fracasar la alianza de oposición, al PAN en las elecciones del 2000.
Es de buenos políticos reconocer la situación objetiva, pues la realidad es terca. Muñoz Ledo tiene el derecho democrático de bregar por su candidatura, pero todo indica que no la logrará. En ese proceso, debería dedicar sus esfuerzos y lucidez a impulsar la causa de la democracia bloqueada por el gobierno y su partido de Estado, a proponer alternativas al neoliberalismo salvaje impuesto por la alianza PRI-PAN, a sugerir caminos para la superación de la crisis en la que el PRI dejó hundida a la capital. En una palabra: a llevar a cabo en su adelantada campaña, un debate político adecuado, que sirva al partido y a quienes lo abanderen en las próximas elecciones. Así, ganaría más simpatías.
Cárdenas, comprometido aún con el gobierno capitalino, espera los tiempos del PRD, pero al mismo tiempo hace propuestas políticas a todos los mexicanos, manteniendo una postura de estadista y político de altura que contrasta con los arrebatos de Muñoz Ledo.