Hugo Hiriart
En defensa de César Verduga

Tengo un amigo muy querido que se llama César Verduga. Tenemos cosas en común: somos de estatura poco ambiciosa, regordetes (él más que yo, debo decirlo), leemos muchos libros y los comentamos, nos formamos en los inquietos y audaces años sesenta, somos de izquierda, nos gusta platicar y platicamos de todo lo habido y por haber. Es una delicia hablar con él porque es rápido en comprensión, lleno de nervio y vivacidad, penetrante y, sobre todo, muy articulado.

Para decir más de él doy dos toques de gong: Verduga es de Ecuador y es político. Desarrollo un poco estas dos notas. Es un gran conocedor, no sólo, claro, de Ecuador, sino de toda Latinoamérica; ha vivido por años en Chile, Argentina y México y conoce muy bien los otros países de la región. Pero estudió economía, muy lejos, allá en Rusia. Habla y lee el ruso, lo aprendió en la torre de 40 pisos, que mira al río Moscova, sede de la Universidad Lomonosov. Después de sus años rusos (que él declara que ``no fueron muy importantes'' y puede ser que no, pero, será por comer arenque salado, pero se le hizo cara de ruso) viajó mucho, se casó en Argentina, tuvo un hijo, se separó, se vino a México (aquí fue director de FLACSO) donde se enamoró de la bailarina Laura Solórzano, y se casó con ella, no sin advertirle:

--Mira, Laura, yo soy un político, y quiero regresar a Ecuador a hacer política.

Laura aceptó. Se fueron a Ecuador, tuvieron un hijo, y ahí la carrera política de César fue, como se dice, meteórica y ascendente. No me extraña, basta oírlo hablar un rato para conocer su solvencia moral e intelectual. Y tiene, además, monstruosa capacidad de trabajo.

Pero me detengo aquí. Verduga sufre ahora una desgracia. Porque este hombre, fino entre lo fino, bien preparado e intachable, está, aunque parezca mentira, preso en el Reclusorio Oriente de México.

Sucede esto: Verduga alcanzó en Ecuador altos puestos políticos. Fue ministro de Trabajo, primero, y después de Gobierno, en el gabinete del doctor Rodrigo Borja. Vino después un presidente neroniano, que fue derrocado. Verduga participó en esas acciones y formó parte del gobierno provisional que lo sustituyó. Luego vinieron elecciones y el nuevo gobierno sumió al país en crisis política: paros, huelgas, manifestaciones masivas ampliamente documentadas en la prensa y de todos conocidas. Y la vida política en Ecuador se enrareció y entró en turbulencia.

César fue acusado en forma injusta, y tan infundada que bordea lo grotesco. Pero en una situación políticamente caótica ¿quién oye razones? Así que, pese a lo aberrante y necio de las acusaciones, César consideró prudente poner tierra de por medio, y se vino a México. Pero hasta aquí lo siguió la injusticia, y fue aprehendido por la Interpol y encarcelado. Y ¿cómo puede ser que a este hombre le haya sido negada, como a un criminal peligrosísimo, la libertad bajo fianza y siga detenido?

Pero, en fin, no me quiero meter en cosas jurídicas, no soy abogado. Defiendo a César porque es mi amigo, y a los amigos hay que defenderlos, pero también porque creo que su caso es justo. Me baso en esto: parece imposible que, en las condiciones de turbulencia política de Ecuador, Verduga pueda ser juzgado allá con imparcialidad. Se trataría, más bien, según parece, de un linchamiento político. Nuestro país, tan orgulloso de su tradición en derecho de asilo, no puede participar en una acción como ésa entregando indefenso a César a esa voracidad.

Pero la actitud asumida hasta el momento por la procuraduría es muy preocupante. Yo no sé qué pienses tú de que alguien venga a tu país buscando refugio y protección, y aquí sea desoído y encarcelado, pero a mí, la verdad, me da vergüenza. Espero, sin embargo, que al final la justicia, el asilo humanitario y la verdad prevalezcan en México. Ojalá no sea yo un iluso.