La tragedia del PRD es que los responsables de la crisis son los que hoy discuten y resuelven en el Consejo Nacional la manera de solucionarla. El sol azteca está en una grave dificultad porque quienes controlan el Consejo Nacional son los mismos que se apoderaron de la Comisión General del Servicio Electoral (CGSE) y los que pretenden una reposición del proceso sin que medie congreso general extraordinario.
La desgracia perredista fue depositar su vocación democrática en quienes al mismo tiempo son dirigentes, funcionarios electorales y candidatos de planillas; de ahí su desparpajo y mala actuación.
La tragedia se originó desde el cuarto congreso, cuando el ``espíritu'' de Oaxtepec entregó a los consejos nacional y estatales el control del padrón y la organización del proceso electoral interno. Es como si la Secretaría de Gobernación siguiera siendo la organizadora de las elecciones federales.
La calamidad del PRD es su miedo a enfrentarse a su propio error y designar como única solución un presidente interino virtual, sujeto al control que mantendrá el mismo Consejo Nacional para nombrar el CGSE y reformar para sí el nuevo reglamento interno.
La tragedia es pretender una reposición del proceso con los mismos candidatos y grupos que provocaron la crisis, presentándose impunemente en la nueva elección como si nada hubiese pasado. Así, la reposición se convierte en impunidad y, más que legalidad, producirá abstencionismo, pues ata a la Comisión Nacional de Garantías, que así sólo podría culpar a responsables menores, dejando intactas las causas políticas de fondo que llevaron a nulificar la elección del 14 de marzo.
Para eludir esta situación lanzan cortinas de humo, y de manera tramposa objetan la realización de un congreso nacional extraordinario, aduciendo la ``defensa'' del proceso electoral abierto, como si los señalamientos a las fallas estructurales fueran una posición contraria al método democrático de elegir por voto universal de la membresía. Eludir y trivializar es otra desgracia del PRD.
La opción frente a la crisis es encarar la complejidad. El partido necesita una dirección que corrija e integre de cara al país. El pleno del consejo que se realizó este fin de semana está rebasado porque se halla atrapado en sus propias culpas y busca una reposición que las resuelva, y no ve la suerte futura del PRD, sino que oculta en la reposición las fallas de origen que coparon al CGSE y al mismo consejo.
Ante el discurso de despedida de Andrés Manuel López Obrador, cabe destacar que la capacidad de rectificación fue del CGSE y la Comisión de Garantías y Vigilancia (ahora acusadas por los grupos), pero no hay visos de esta intención en el Consejo Nacional. López Obrador, con todo y sus méritos políticos y éticos al frente del PRD, dejó la presidencia como cuando la tomó: en manos de los mismos grupos. Por eso, al finalizar su discurso todos le aplaudieron de pie en homenaje; acto seguido, salió solo. Esa actitud de la burocracia también es parte de la tragedia.
El congreso general extraordinario, previo a la elección, es condición para la rectificación de fondo y contra la impunidad. Se requiere para definir la autonomía de los órganos electorales y para restablecer la vida interna bajo una estructura nueva en la que desaparezcan las prerrogativas de los grupos para decidir sobre toda la vida interna, pues el peligro hoy es que el PRD deje de ser referencia de la lucha por la democracia y se convierta en un aparato más del viejo sistema político mexicano. La tragedia es que puede ser convertido, por un error, en el PARM o en el viejo PST de Aguilar Talamantes.
``Quien se sienta libre de culpa, que tire la primera despensa'', dijo hace unos meses con aire despreocupado una candidata oficiosa de una planilla. Hoy las elecciones se han anulado por todos los vicios que fue imposible ocultar y por los actos de todos los que festejaban el chiste. La tragedia es que aquellos que no se sentían libres de culpa, hoy se defienden atacando y confundiendo sin el más mínimo ánimo de rectificación. El PRD, aun con interino, es un partido a la deriva; su esencia y fuerza queda depositada entre los miles de ciudadanos que lo han construido con luchas y aspiraciones, alejados anímicamente de ese aparato y que, de nuevo, por miedo de la burocracia irresponsable, no son convocados a rectificar, sino a reponer.