La Jornada martes 13 de abril de 1999

Ugo Pipitone
¿Qué hacer?

Después de la crisis de los misiles de Cuba, a comienzos de los 60, es ésta la segunda vez que el mundo se encuentra cerca de una posibilidad concreta de holocausto nuclear. En el primer caso, en el centro del huracán estuvo un líder caribeño megalómano cuyo país resultaba evidentemente minúsculo respecto a su ego planetario. En el segundo, tenemos un personaje similar, una especie de paleo-comunista que cabalga de pronto el tigre de un nacionalismo agresivo, que ha producido, hasta ahora, centenares de miles de muertos y el desmembramiento de la antigua Yugoslavia. Un país que, recordémoslo, mal o bien fue por décadas un arreglo de convivencia entre pueblos de idiomas, culturas y religiones diferentes.

¿Qué puede decirse en estos momentos? Las alternativas son, todas ellas, cargadas de riesgos. Y, en resumidas cuentas, se reducen a dos: detener a Milosevic corriendo el riesgo de una tercera Guerra Mundial o dejarle las manos libres para que siga el exterminio sistemático de una población kosovar indefensa. ¿Qué hacer? ¿Hay alguien que tenga una respuesta humanamente aceptable? Sólo nos queda esperar, mientras la historia avanza entre exterminios étnicos y bombardeos impotentes, que cualquier solución futura se alcance con un mínimo de muertos, de sufrimientos y de rencores nacionales para los pueblos de la región. Para los eslavos y los no eslavos que, por cierto, son la mayoría de los Balcanes.

Pero dediquemos estos pocos renglones a reflexionar sobre un aspecto inquietante: la actitud de la izquierda frente a los acontecimientos recientes de los Balcanes. Se tiene a veces la impresión, leyendo varios artículos y declaraciones de estos días, que la limpieza étnica sea una especie de accidente marginal que no alcanza a tocar las fibras más profundas de cierta izquierda. La acción militar estadunidense y europea en defensa de las víctimas, ocupa en cambio el centro de la atención mereciendo una lista inagotable de sarcasmos, olvidos interesados y reprobaciones airadas. ¿Es que de pronto toda la izquierda se ha vuelto pacifista? Como es obvio, no es así. Y a uno se le viene a la mente la actitud de los nacionalistas irlandeses que, cegados por su odio contra Inglaterra, en las fases iniciales de la Segunda Guerra Mundial manifestaban claras simpatías hacia Hitler.

¿No será que, para ciertos sectores de la izquierda mundial, personajes que encarnan proyectos políticos mesiánicos, autoritarios y nacionalistas (donde lo tercero, para algunos, redime lo primero y lo segundo), como Milosevic, Noriega, Kaddafi, Saddam Hussein o Fidel Castro, siguen teniendo un encanto inexplicablemente poderoso? No quiero formular juicios demasiado tajantes, pero se me ocurre de pronto la duda que, por lo menos en América Latina, frente a una derecha especialmente arcaica y antidemocrática --antes en versión golpista y hoy en versión tecnocrática-- se haya generado una izquierda con graves residuos de mesianismo, radicalismo declarativo y retórica revolucionaria. Una izquierda que sustituye a menudo las declaraciones altisonantes al análisis concreto y a la elaboración política.

El argumento central es hoy el de la soberanía nacional serbia violada sin el consentimiento de la ONU. A comienzos de la década, con consentimiento de Naciones Unidas, la intervención armada contra Saddam Hussein recibió críticas no menores que las actuales. ¿Entonces? El tema de la soberanía nacional es obviamente un tema sensible. Y es evidente que las acciones armadas contra Irak y Serbia no pueden ser asumidas como una forma adecuada para el mantenimiento de la futura paz mundial. Tenemos que reconocer que el mundo se encuentra en una fase de transición en la que no terminan de definirse estructuras confiables de conservación de la paz internacional. ¿Qué hacer entonces? ¿Asistir impotentes frente a Irak que masacra a kurdos y shiítas mientras intenta engullirse a Kuwait, o a Serbia que, en nombre de sus delirios nacionalistas, asesina a mansalva a kosovares? Es más que obvio que los bombardeos no son la solución mejor. Pero, insisto, ¿qué hacer? ¿Qué propone esa izquierda que de pronto parece gandhianamente pacifista y, olvida, los asesinatos de las FARC en Colombia y los mesianismos homicidas que en su nombre se cometieron en América Latina y en otras partes, y que ciertamente no mejoraron las perspectivas de democracia y bienestar de millones de seres humanos?

No habría que olvidar que la mayoría de los gobiernos involucrados en los bombardeos que intentan destruir la maquinaria de guerra de Milosevic, son gobiernos progresistas y que sólo una propaganda ramplona y deshonesta puede convertirlos, como hace obsesivamente la televisión serbia en estos días, en cómplices de Estados Unidos. ¿Qué deberían hacer los gobiernos progresistas europeos para no ser considerados ``lacayos del imperialismo yankee'': asistir impotentes a la masacre de una población civil indefensa en nombre del principio sagrado de la soberanía nacional? Otra vez, ¿qué hacer?