Teresa del Conde
Hurtado en la GAM

Rodolfo Hurtado era joven promesa de los años sesenta, cuando como otros de sus colegas, Francisco Toledo y Emilio Ortiz, obtuvo una beca otorgada por el gobierno francés que le permitió realizar el viaje iniciático de estudios visitando diversas capitales de Europa. La formación que le dejó más huella es indudablemente la que recibió en el Atelier 17 bajo la dirección de Stanley William Hayter. Ni aun en sus pinturas más ``sueltas'', Hurtado desdice su tendencia hacia la gráfica. No obstante, ha merecido varias distinciones en salones de pintura, entre otras en la quinta Bienal Rufino Tamayo con una obra, recuerdo, que homenajeaba al maestro oaxaqueño de manera nada forzada, pues si se observan algunas de las pinturas presentes en la exposición que la Galería de la Universidad Autónoma Metropolitana presenta hasta el 9 de mayo próximo, es posible vincularlo a modalidades que han sido propias de no pocos pintores oaxaqueños.

En la muestra conviven obras realizadas en 1988 (que son a las que me refiero) y las de hechura reciente, entre 1996 y 1998. En las primeras puede haber figuras de toque ``chamánico'', como La pájara pinta, o bien trayectos, incluso personajes, como El lunático. En las recientes se desprende de la figura, cultiva las atmósferas coloreadas derivativas del colour field painting, chorreados, manchas y siempre trazos de los que no puede prescindir. Incluso en éstas los procederes y recursos gráficos aparecen aquí y allá, como sucede en el díptico que corona la exposición Geodas en el que hay efectos de barrido que recuerdan el empleo de la ruleta en los grabados. Igualmente, El duende de la calle Carroll (1997) a pesar de ofrecer brochazos briosos que por decirlo de algún modo tachan lo ya hecho (se adivina que con objeto de darle fuerza) el recuerdo de procederes gráficos es patente.

El que esta condición sea perceptible no constituye un defecto, lo que sucede es que no debe esconderse ni paliarse, sino asumirse y hacerse evidente. También el aparente uso de plantillas es frecuente en varios de estos cuadros, como sucede en Glaciares verde y blanco por cierto de coloración contenida y muy elegante que contrasta con la viveza de Los fuegos rojos, en el que se dan cita dos áreas rojas completamente distintas, la de la izquierda va hacia el carmín y la de la derecha es rojo cadmio. Se adivina entonces que para este pintor la atención colorística, pródiga, en uso de complementarios y de sutilezas tonales, ha sido muy importante, cosa que se percibe en el uso que hace de los amarillos, todos distintos entre sí. Aggelos (1988) es uno de los mejores cuadros del conjunto y sirve de ejemplo; su ``foco'' es un círculo irregular amarillo descentrado hacia la derecha de la composición. Sobre esa forma se orquesta todo el cuadro pero, con todo y ser pródigo en amarillos, ese color encerrado en el círculo no vuelve a aparecer con tal grado de saturación.

Gusta de adelgazar el óleo dando el efecto de que lo que se ha propuesto es apenas teñir la tela, cosa que sucede en Des griffes (1997), pintura que al intentar ``aggiornarse'' contiene un elemento muy tierno: en el extremo superior derecho anotó el precio del bastidor y de la tela, haciendo la suma, tratando la superficie como si fuese un pizarrón e incorporando así las formas numéricas. No se sabe si el título alude a la acción de arañar o a unas raíces que reciben ese nombre, o a las dos cosas a la vez. Lo menciono porque sus títulos aluden a algo: Io, por ejemplo, sugiere la idea de una aurora, de algo que ocurre entre las nubes. Iris podría ser la flor de Monet insinuada en una zona verde yuxtapuesta a otra que va desleyéndose.

El efecto decorativo de estos cuadros, el biombo expuesto incluido, es inegable. Eso que a simple vista pudiera parecer un demérito, no lo es si tomamos en cuenta las inumerables pinturas horrorosas y mal hechas que suelen ornar recintos de corporaciones, hoteles y empresas. Cuadros como Gestación y Dolmen en los que los esgrafiados y yuxtaposiciones son más evidentes que en otros, trascienden esta situación sin dejar de complacer.

El catálogo de la Galería Metropolitana, con un texto de Luis Carlos Emerich, es publicación minuciosa, con cronología y curriculum del artista, es ejemplo de buena edición y de discreción. Demuestra que con recursos escuetos se puede documentar e ilustrar adecuadamente una exposición que como ésta corresponde a un artista de sólida trayectoria.