n Por propia conveniencia, las bandas se autoasignan la seguridad de las calles
En El Rosario, el orden y la ley los impone la violencia
La falta de coordinación entre las policías de Tlalnepantla y Azcapotzalco en el combate a la delincuencia ha convertido a las segunda y tercera secciones de la unidad habitacional El Rosario en tierra de nadie, sometida a las disputas de bandas que manejan el tráfico de drogas y armas, y aun la seguridad de lo que han convertido en su territorio.
Romanos, Cholos, Sapos y Transformers son apenas una muestra del extenso catálogo de bandas que asuelan la zona --hay aproximadamente 50 en toda la unidad, según informes de la policía-- imponiendo la ley del más fuerte y obligando al silencio a los vecinos, quienes no se atreven a denunciar los ilícitos de los que cada vez con mayor frecuencia son testigos.
Así, atrapados en la ambigüedad que significa vivir en la franja que separa el estado de México del Distrito Federal --apenas un camellón marca los límites--, los habitantes de las secciones segunda y tercera, así como CROC II y III, afirman que la ausencia de políticas comunes entre ambas entidades no sólo ha permitido el aumento de la inseguridad, sino el deterioro de la zona que, dicen, se ha convertido en "paraíso de la delincuencia".
David Román, quien desde hace 24 años habita en la calle Médicos de la segunda sección de El Rosario, advierte el constante peligro que significa transitar por las calles de la unidad. "Nada más hay que recorrer los estacionamientos para advertir que todos los vecinos han construido jaulas para proteger sus automóviles, pues no sobrevivirían una noche".
Considera, sin embargo, que el robo de autopartes es lo de menos. "Lo más grave es el tráfico de drogas que ya se padece por aquí. Todos sabemos dónde y quién las vende, pero de nada sirve denunciarlo, pues uno arriesga el pellejo y la familia".
Su preocupación está fundamentada, pues la unidad El Rosario, junto con Tepito y Coyoacán, destaca como uno de los más importantes núcleos de tráfico de drogas, según informes de la Procuraduría de Justicia del DF, la delegación Azcapotzalco y la Secretaría de Seguridad Pública.
Sobran, pues, los relatos de peleas entre bandas, de agresiones y abusos cometidos por los miembros de éstas, quienes gozan de la impunidad que se gana bajo la fama de su peligrosidad. "La verdad es que hasta se puede decir que están mejor armados que los policías. Uno los ve todo el día sentados en las calles, sin hacer nada, pero nada más hay que ver los carros y las motos que tienen", afirma Concepción Sarquiz. Y es verdad. Saltan a la vista en los estacionamientos comunes motocicletas de modelos recientes, automóviles muy bien equipados y hasta un Cadillac negro que sería la envidia de cualquier coleccionista, estacionado en la calle de Estibadores.
Ante las bien organizadas bandas poco han podido hacer los cuerpos policiacos. Un agente de la policía de Tlalnepantla, asignado al módulo de vigilancia que se encuentra en avenida de las Tres Culturas y quien pidió el anonimato, explica: "La gente no nos ayuda a detenerlos, pues los mismos vecinos los protegen y los esconden. Las madres son bien bravas y hasta han salido a golpear a otros compañeros en el intento de detener a los presuntos".
Relata el policía, de 27 años, y tres en servicio, la serie de agresiones padecidas por elementos de vigilancia: "Nos han robado desde torretas hasta unidades enteras, las han destrozado. Cuando acudimos a algún llamado por riña, en realidad nos han tendido trampas. Yo aún no estaba aquí, pero supe que por lo menos tres compañeros han sido heridos con arma de fuego por los chavos de los edificios".
Julián Anaya, representante vecinal en la CROC II, afirma: "Las bandas, que sólo en esta parte de la unidad pueden sumar 15, se han autoasignado la seguridad de las calles. Pero es para su conveniencia, pues infunden miedo a la gente, que prefiere cerrar sus cortinas antes que denunciarlas. Además, se trata de muchachos que conocimos desde chavitos, los hemos visto crecer y convertirse en lo que ahora son, delincuentes. El silencio es como una norma implícita para quienes aquí vivimos, pues de esa forma aseguramos que a nosotros no nos pase nada".
Circunda la vida de las bandas la leyenda de sus "héroes", los líderes a quienes todos temen. El Equis, quien perdió un ojo en una batalla campal al ser agredido con un envase de cerveza y bajo el efecto de la coca le gusta manejar una motocicleta a toda velocidad... en la noche y usando lentes oscuros. El Charas, que es capaz de correr horas alrededor de una cancha de basquetbol bajo los efectos de la droga. Los Almada, tres hermanos que han destacado por su agresividad, y que en más de una ocasión han castigado a sus adversarios hasta poner en peligro la vida de éstos.
La lista se haría interminable como las anécdotas que narran los vecinos de esta tierra en que la ley y el orden los impone la violencia. (EB)