Los que lo conocen dicen que su historia político-administrativa comienza en 1968, al concluir sus estudios de Agronomía en la Escuela de Agricultura ``Hermanos Escobar'' y afiliarse a la CNC.
Luego de probar suerte en algunos cargos de importancia menor, regresa a Quintana Roo, donde Jesús Martínez Ross (primer gobernador del nuevo estado) lo nombró, en 1976, secretario general de Gobierno. Dos décadas después, su padrino y ahora también socio amenazó con un paro de actividades en el estado como protesta por las ``injusticias'' que la Procuraduría General de la República cometía al acusar a su ex colaborador de realizar negocios ilícitos y proteger a delincuentes.
Debió ser, en términos de la burocracia priísta, buen funcionario, porque el siguiente gobernador, el joven y activo Pedro Joaquín Coldwell, no dudó en ratificarlo como secretario general de Gobierno de su administración, convirtiéndolo después en líder del PRI estatal, diputado local y, de regreso a la burocracia, secretario de Desarrollo Económico.
En esos años, no hubo denuncias contra él por mal manejo de los recursos públicos o nexos con grupos antisociales. Pero el integrante de una prolífica familia de campesinos tenía ya, de sobra, resuelto su problema económico. Con cargo al erario, se presume.
El ingeniero escaló nuevas alturas en cuanto fue designado, en 1989, presidente de Benito Juárez, municipio importante porque tiene como cabecera a Cancún, la ciudad que genera la cuarta parte de las divisas turísticas del país. Sin duda, en esa y posteriores designaciones influyó la familia Salinas y el entonces líder del Partido Revolucionario Institucional, Luis Donaldo Colosio, de quien el ingeniero presume haber sido amigo entrañable, tanto que puso el nombre del candidato asesinado a una colonia proletaria, fruto de una invasión masiva de terrenos privados.
No terminó su mandato porque a fines de 1991 el dedo que todo lo resuelve lo nombró senador de la República. Pero en Cancún dejó huella por el manejo discrecional de los recursos públicos para comprar la voluntad de líderes de colonos y trabajadores, para golpear cualquier intento de oposición; y, a la par, porque se benefició de los programas de infraestructura y servicios. Y también, por resolverle a Luis Yáñez, esposo de Adriana Salinas, sus fraudes inmobiliarios.
La amistad y la protección de los Salinas son decisivas para subir otro escalón en su carrera: abandona antes de tiempo el Senado y en 1993 se convierte en gobernador de Quintana Roo. Dispone de todo el apoyo federal.
Agradecido, crea un nuevo municipio: Solidaridad. Al amparo del salinismo, su ambición y ansia de poder no tienen límites. Nada se mueve en el estado sin su aprobación, y quienes disienten van a la cárcel, salen desterrados o desaparecen. No escapan ni sus propios correligionarios. En paralelo, intensifica sus nexos con inversionistas de todo tipo y amasa enorme fortuna. No falta quien se pregunte si esa forma de proceder se la enseñó Víctor Cervera Pacheco, gobernador de Yucatán, a quien Villanueva re- conoce como su maestro.
En el presente sexenio su manera de combinar la cosa pública con la privada, de no respetar el Estado de derecho, de andar en malas compañías, se hacen evidentes y trascienden a la opinión pública. Pero quienes a nivel federal pueden frenarlo, no lo tocan. Por el contrario, le brindan apoyo.
Cuando más, se quejan de que es hosco, difícil de tratar, y eso sirve de pretexto para no hacer cumplir la ley en Quintana Roo. Los delitos ambientales, por ejemplo, son cosa de todos los días.
El ingeniero es hoy prófugo de la justicia. Pero antes de desaparecer, denuncia que cayó en desgracia por indisciplinarse, por adelantar los tiempos del destape priísta y por simpatizar con un candidato, Bartlett, que no goza de la simpatía de Los Pinos. De ahí las filtraciones a los medios donde lo acusan de estar coludido con narcos.
Por su parte, la opinión pública se extraña de que no exista denuncia alguna por enriquecimiento muy explicable, ejercicio arbitrario del poder, despojos, invasiones de predios y una extensa lista de violaciones a la ley.
Estos cargos, dicen sus amigos, no cuentan. La indisciplina, sí, porque quien da el poder para hacer y deshacer, también lo quita. ¿Alguien lo duda?