n Repeticiones, olvidos, abusos...
Caótico concierto de Julio Iglesias; el cantante, en otra frecuencia
Mónica Mateos n Nadie supo en qué frecuencia se conectó Julio Iglesias antes de abordar el escenario, pero las diez mil personas que asistieron al concierto que ofreció, la noche del sábado en el Auditorio Nacional, pasaron del desconcierto a la conmiseración, al presenciar el patético forcejeo entre un hombre cuya garganta arroja, a diestra y siniestra, latigazos de voz rancia, y su enorme ego que le impide darse cuenta del ridículo.
Desde un lejano paraíso artificial, Julio Iglesias abrió su concierto con quién sabe qué canción, pues sus palabras se enredaban en su boca, como si estuviera a punto de caérsele la dentadura postiza. Sus acostumbrados ademanes, como juntar las palmas o cubrirse la frente con la mano, eran lentos y torpes.
Para la segunda canción, que por ahí alguien adivinó que era Agua dulce, agua salada, el español seguía descuadrado, aunque sus músicos hicieron hasta lo imposible por seguir los caprichosos vericuetos vocales y silencios de su millonario jefe.
Julio se acercó al público, tratando de no trastrabillar y se detuvo discretamente de un banco cuando habló para agradecer la invitación que le hizo la Comunidad Valenciana para venir a México a ofrecer este recital a beneficio de la Fundación México Unido.
Es la misma empresa que participa en la organización del Teletón y que, para no variar, antes de presentar a su invitado hizo subir al escenario a 60 niños discapacitados para que cantaran Julio Quijote y La vida sigue igual. También le recetó al público uno de esos videos "concientizadores" en el que los niños pobres y tristes son los más morenitos y los niños felices y bien comidos tiene, invariablemente, los ojos verdes y cachetes blancos.
La cuarta canción que interpretó el señor ųa quien no se sabe qué perversas mentes llaman latin loverų fue Natalie. Las pequeñas agujas de alarido que se clavaron en el estómago de los espectadores hizo que más de uno se hundiera en su asiento o se volviera a ver alrededor para tratar de encontrar una respuesta: "ƑQué felonía cometimos en la vida para estar recibiendo este castigo?".
Unos pocos aplausos comenzaron a brotar en la sección de los boletos que fueron obsequiados o que tuvieron un precio menor, y donde estaban los fans de Julio Iglesias, aquellos que en sus buenos tiempos se aventaban hasta ocho horas de Siempre en domingo y que ahora, sin pudor, aplaudieron cuando el cantante recordó que fue Raúl Velasco quien lo apoyó para "triunfar" en México. Pero igual empezaron a gritar "šno se oye!", pensando que los problemas de dicción de Iglesias se debían a fallas en el sonido y no a que Julio traía su música por dentro.
Cual viejito libidinoso y con el éxtasis bien instalado in himself, Julio Iglesias llamó a una morenasa de fuego a bailar junto a él. Fue una buena imagen de table dance que el cantante compartió con el público, como si estuviera en un reven y desatados todos sus demonios concupiscentes. Por eso, en medio de sus canciones, de repente balbuceaba, con los ojos cerrados, que la "música hay que sentirla, šaquí, aquí!", mientras se golpeaba el vientre con el puño cerrado.
Pero no se midió cuando invitó a una de sus coristas a interpretar All of you, aquel tema que grabó con Diana Ross, e hizo su parodia de sensualidad con la chica a la que no le quedó más remedio que dejarse fajar en pleno escenario. Ante las miradas sorprendidas, Julio Iglesias intentó lengüetear los labios de la muchacha, como si ella tuviera obligación de aceptarlo.
Luego se le ocurrió acribillar el tema Caruso, lo cual dejó a los presentes con una sensación desagradable localizada en la región epigástrica. Julio rasgó las telarañas de su historia musical para reconfirmar que, como dice su obcecada voz: "De tanto gritar mis canciones al viento ya no soy como ayer".
A veces se le olvidaba el micrófono y lo alejaba tanto que sólo la música regalaba unos momentos de bienestar a los oídos. "Pensamos verticalmente, pero sentimos horizontalmente", dijo el que para ese momento parecía más el compadrito de las fiestas que ya está encarrerado y no hay quien lo pare.
Después de cantar Noche de Ronda, El día que me quieras y un par de tangos, que contaron con la coreografía de un par de excelentes bailarines, Julito se arrancó con Ay, Jalisco, no te rajes. Un par de chicas, supuestamente admiradoras, salieron tras bambalinas para aventarle los brazos al cuello y besarlo, como en sus buenas épocas siempredomingueras. La más gordita de las chicas recibió de recompensa su buena nalgada de parte del español, que hizo (otra vez gracias a Dios) que la música se quedara sólo con el canto del público.
En Oye como va el buen Julio estaba ya a toda madre (siempre in himself), sintiéndose dueño de su ficticio reino. Se aventó todavía Bandolero, María bonita y luego perdió ya la noción de lo que pasaba a su alrededor y volvió con una de las canciones que ya había interpretado.
"Ustedes me hicieron el cantante más importante de su lengua y ustedes me dejaron abandonado", dijo y siguió cante y cante, mientras algunas personas, pasadas las 22:30, se iban saliendo discretamente. Otros de plano se quedaron al relajo en el que se convirtió el concierto, pues "sorprendentemente", Julio agarró un segundo aire y empezó a cantar medio bien. Esto quiere decir que ya se le entendían las letras de las canciones, y ya reconociendo de qué tema se trataba, el público, siempre altruista, ayudó a cantar al papá de Enriquito.
"Canten conmigo", dijo Iglesias pensando que ya se había ganado a la gente y se siguió de largo, al fin nadie le podía impedir al divo seguir recibiendo los aplausos que pedía cada vez que finalizaba una canción. Julio, a la inversa de otros de sus colegas que se han presentado en el Auditorio Nacional, no dejaba ir al público, quería más, más.
Se echó otros tangos, repitió sus canciones favoritas, destazó La Paloma, Júrame, otra vez Ay, Jalisco, no te rajes.. cantó en francés, portugués, inglés, español, todo al mismo tiempo. Ya era otro concierto, o como si volviera a comenzar el que antes se presenció, pero en otra frecuencia.
Y como siempre ocurre hasta en los mejores antros, la mejor manera para "correr" al bufoncito de la fiestecita fue prender las luces y tan tan. Así sucedió.