Historias de posgrados
Miguel Angel Barrón
Recientemente visité una conocida institución académica del norte del país y tuve la oportunidad de enterarme, aunque fuera a vuelo de pájaro, del funcionamiento de uno de sus programas de posgrado en ciencias e ingeniería. Conociendo el modus operandi de otras instituciones y programas, no pude evitar sorprenderme gratamente por el alto nivel académico del cuerpo de profesores, la vinculación tan fuera de lo común (añeja, sólida y variada) con las industrias locales y regionales, la excelente infraestructura y los servicios de apoyo, la política de puertas abiertas entre directivos y profesores, y la eficiente estructura administrativa. Me dije: esta es una institución modelo y un ejemplo a seguir para otras de su clase.
En el instituto de la
visita recordé que algunos de los requisitos que un programa de
posgrado de excelencia en ciencias e ingeniería debe satisfacer
son, entre muchos, que la institución posea la infraestructura
adecuada (laboratorios bien equipados, aulas suficientes, computadoras
modernas, etcétera); que la plantilla de profesores esté
formada por investigadores en activo, de preferencia con grado de
doctor y que pertenezcan al SNI; que el plan de estudios garantice que
los egresados tendrán un perfil profesional de la más
alta calidad; que dichos
egresados satisfagan una necesidad concreta en un campo bien definido
de trabajo, y que la institución que lo albergue actúe
como centro generador de conocimientos y tecnología, todo ello
reforzado con una fuerte interacción del programa y el
instituto con industrias e instituciones académicas locales,
regionales, nacionales e internacionales. Por supuesto, el programa de
posgrado aludido cubría cabalmente los requisitos de un
programa de excelencia.
De manera automática vinieron a mi mente la comparaciones: la universidad W es tan antigua que tiene rigor mortis; la universidad X es joven pero ya su estructura administrativa está tan anquilosada como la de la más antigua; el instituto Y tiene un excelente cuerpo de profesores, pero cada uno se cree un genio y vive encerrado en una torre de cristal; el programa de posgrado Z incluyó en el cuerpo de profesores exclusivamente a los amiguetes de su coordinador; el director de cierta división de la universidad X está siempre tan ocupado en interminables juntas que los investigadores tienen que rondar sus oficinas y hacer antesala durante meses para poder platicar con él.
En la institución norteña que visité, algunas actitudes egoístas que conducen al despilfarro de recursos y la subutilización de costosos equipos han sido erradicadas; me refiero específicamente a la duplicación en la compra de equipos de laboratorio o cómputo (incluso suscripciones a revistas), resultado de que algunos investigadores consideran que aquello que adquieren con dinero de sus proyectos es propiedad personal y no debe ser utilizado por nadie más que por ellos mismos. Aquí todos los equipos, sin importar quién los adquirió, se trasladan a salas o laboratorios de acceso general, donde pueden ser usados libremente por todos los investigadores.
Durante la visita coincidimos con un fogueado investigador, quien es director y fundador de otro ųjovencísimo pero ya bien reconocidoų centro de investigación del norte de México. Acostumbrado a los comportamientos arrogantes y caprichosos de los investigadores consagrados, quedé gratamente impresionado por la sencillez de trato y la ųal menos en aparienciaų ausencia de ego de ese investigador de deslumbrante currículum. Su labor ha sido titánica, pues ha logrado colocar en tan sólo cuatro años el centro que fundó y dirige entre los mejores de México.
Dicho centro cuenta con uno de los programas de posgrado en su especialidad (que incluye maestría y doctorado) más sólidos, un colectivo de investigadores con un elevado nivel académico y una infraestructura que sería la envidia de cualquiera de nuestras añejas y artísticas instituciones nacionales. De acuerdo con su director, la fortaleza de la vinculación de ese centro con las industrias regionales se manifiesta a través de la calidad y la cantidad de los servicios prestados y el número de patentes registradas, pero también mediante el alcance de los convenios de colaboración establecidos y los proyectos en desarrollo.
En pocas ocasiones se tiene la oportunidad de conocer de manera integral el funcionamiento de una institución académica y la fortaleza de sus programas de posgrado. La visita resultó muy provechosa pero, paradójicamente, la experiencia me produjo cierta melancolía cuando percibí con claridad que la sola voluntad del investigador (o del grupo del que forma parte) es insuficiente para provocar un salto hacia delante en las tareas de vinculación y fortalecimiento de los programas de posgrado pues, entre otras cosas, se requiere el concurso y el entusiasmo de las autoridades de la institución donde labora (me refiero al establecimiento de políticas institucionales de vinculación en vez de esfuerzo aislado de un solo individuo), de un ambiente académico sano, motivador y de alto nivel, y de una estructura administrativa ágil y eficiente que permita respuestas rápidas a los requerimientos de los socios externos.
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