José A. Ortiz Pinchetti
Un micro México 20 años después

Hace dos décadas construí una cabaña en las estribaciones de la sierra de Naucalpan. Me hice vecino del pueblo de Santiago Tepatlaxco, reliquia otomí que a pesar de estar a sólo diez kilómetros de la más dinámica zona industrial se conservaba como una "zona de refugio". Sus costumbres se habían mantenido intactas por centenares de años.

Después de larga ausencia he regresado. El pueblo casi se ha conurbado con Naucalpan. Desde sus terrazas se ve la masa urbana invadir los llanos y subir por los lomeríos. Los bosques de las cañadas que recorrí con mis hijos están roturados por caminos y dañados por canteras. Los encinares más bajos han desaparecido bajo arrabales de "precaristas". El agua corre reluciente aún por las acequias pero los terrenos ya no están cultivados. No se siembra el maíz ni los demás cultivos tradicionales. Mucho ha cambiado. La apertura a los mercados internacionales de cereales, decretada por los "expertos", desde la vecina capital e impuesta a ellos por otros "expertos" de las lejanas metrópolis industriales a destruido la agricultura. En México, en contra de la tendencia mundial, no hay subsidios. Los campesinos tienen que emigrar a buscar trabajo en las decadentes zonas industriales de Naucalpan y Tlalnepantla y, si pueden, se van a Estados Unidos. La otra alternativa es la miseria.

Los tepas, como se llaman así mismos, ya no votan en comunidad. Vo- taron por Cárdenas en 1988 a sabiendas de que iba a ser burlado el voto. Hoy el electorado está dividido y bien diferenciado. Pero las prácticas de compra de votos prosperan y probablemente las induzcan el próximo verano mexiquense.

Recuerdo las perspectivas optimistas que teníamos a finales de los años setenta, cuando conocí la zona. Hoy predomina el pesimismo. La globalización y la redistribución internacional de la producción, que eran vistas entonces con esperanza, han tenido el efecto de destruir el crecimiento económico de los países pobres. En el micromundo de Tepatlaxco la población crece, la economía decrece y el abismo entre la relativa opulencia urbana y la miseria campesina aumenta. La gran laboriosidad de los lugareños no ha cejado, pero es imposible alcanzar los niveles de las élites criollas que tienen a su favor los grandes adelantos de la tecnología. En Tepatlaxco se contentan con reciclar los desechos de la sociedad urbana, los incorporan con gran ingenio en sus casas y en su pueblo.

Pero no todo ha cambiado, en claro contraste con las clases medias urbanas, en Tepatlaxco el fenómeno religioso está muy vivo. Las gentes atiborran las iglesias en Semana Santa y mantienen el respeto del calendario y las fiestas. Quizás la amalgama de convicciones y emociones de estas formas tradicionales de ver la vida puede llegar a tener algunos efectos en el futuro. ƑCuáles?

Para medir el verdadero efecto de la política neoliberal bastaría observar un monumento. Por las colinas tepetatosas vecinas al pueblo atraviesa una supercarretera moderna de lujo. La Venta-Chamapa, digna de competir con las carreteras secundarias de buena calidad en Texas, parece abandonada. Casi nadie circula en ella por lo costoso del peaje. Los lugareños prefieren los viejos y tortuosos caminos.

Hoy, el gobierno liberal de Ernesto Zedillo ha tenido que readquirir la carretera y darle una compensación a los constructores privados. No ha permitido que la mano invisible, fuerza central del mercado, castigara la imprevisión de inversionistas y/o sus corruptelas. Sabemos que atrás de estas vías espectaculares hubo grandes negocios, que quedarán impunes.

Dice el gran historiador inglés Eric Hobsbawm (El corto siglo XX) que si la humanidad ha de tener futuro no será prolongando los horrores de este presente. La única alternativa a una sociedad transformada por la justicia es la oscuridad.