I
Durante 12 días de febrero se produjo el apagón más prolongado de la historia argentina. La explosión de un transformador de alta tensión en la subestación del barrio de San Telmo, vecino a la Casa Rosada (presidencial), dejó sin luz a 250 mil personas de seis grandes barrios céntricos de Buenos Aires, 20 mil edificios, 10 mil comercios y el propio Congreso nacional.
Con 35 grados de calor y 80 por ciento de humedad, las imágenes de la catástrofe mostraban hospitales paralizados, dueños de restaurantes que repartían alimentos perecederos, y largas colas en los baños químicos instalados en las calles por el gobierno de la ciudad. La Defensa Civil, la Policía Federal, los bomberos y el Ejército distribuyeron un millón de litros diarios de agua, y de la vecina república de Uruguay llegaron nueve generadores a través del río de la Plata.
Las autoridades provinciales movilizaron cientos de camiones cisterna y 46 grupos electrógenos fueron instalados para alimentar las bombas de 614 torres de departamentos, con el sistema de desagüe colapsado. Las pérdidas totales ascendieron a 900 millones de dólares.
II
Al tercer día del apagón, los medios de comunicación informaban de asaltos y violaciones en los pisos altos de los edificios a oscuras, de torres con 400 de departamentos convertidos en mazmorras, donde quedaron atrapados niños, inválidos y ancianos.
Una semana después, cuando los técnicos seguían ``probando'' y la oscuridad prometía ser eterna, empezaron los trastornos de conducta. Frente a las oficinas de la compañía distribuidora de luz hubo quema de automóviles, de colchones, de llantas y de basura, y una señora mostraba a los transeúntes una bolsa con 50 pececitos muertos cuando dejó de funcionar el aireador que les daba oxígeno. En tanto, vecinos más resignados asistían al partido de Cables Pelados vs. Cortocircuito Juniors, equipos de fútbol organizados en medio del desastre.
Menos animados, otros moradores no tuvieron más que cargar con dificultad uno que otro ataúd por las interminables escaleras de las torres, bajados con doble dificultad, a la luz de las velas. Varias ambulancias que acudían a llamados de urgencia chocaron en las noches de robo y un lector del diario La Prensa ordenó el corte de la suscripción, al recordar un artículo en defensa de la privatización del servicio, cuyo titular rezaba: ``¿Quién se acuerda hoy de la tortura del corte eléctrico?'' (agosto de 1997).
Mostrando antorchas y linternas, los afectados decían: ``Esta es la verdadera luz, la privada. Somos los auténticos `beneficiarios' de la privatización. Vivimos en barrios privados, privados de agua, privados de luz, privados de todo''. Pero nadie podía calmar a la viejita que frente a la empresa golpeaba frenéticamente una cacerola abollada vociferando: ``Yo quiero luz y una cacerola nueva''.
III
Jaime Manzano Tagle, gerente general de Edesur, una de las tres empresas chilenas que suministran el servicio eléctrico de Buenos Aires, declaró el primer día del accidente que sólo se trataba de ``conectar dos cables''. Sin embargo, las compañías ``independientes'' que la empresa contrató ``por fuera'' no conseguían solucionar el problema, pues ignoraban como encontrar caminos alternativos para ``rerutear'' la energía.
Ante el clamor ciudadano, Edesur responsabilizó de la falla a los materiales provistos por otra firma. Luego culpó a la empresa encargada de construir la subestación incendidada. Hasta que al fin encontró la solución: convocar a los ingenieros y técnicos de mantenimiento, despedidos años atrás para ``ahorrar costos''.
Pero en esos momentos, al igual que millones de desocupados, los ingenieros y técnicos de la antigua e ``ineficiente'' empresa estatal, o estaban en el café de la esquina jugando al billar, o en sus casas viendo televisión y ciudadando de sus niños, mientras sus esposas trabajaban por la mitad de lo que ellos ganaban.
En minutos, un equipo de ingenieros despedidos localizó las causas del problema. Y a modo de solución parcial ensayaron un by pass que hizo pasar la energía desde las centrales generadoras sorteando la subestación afectada por el incendio. Simultáneamente, descubrían que la falla en la red no consistía en unir dos cables, como había dicho el gerente, sino que los posibles daños iban del deterioro de la aislación hasta la incineración de miles de metros de cable subterráneo, pasando por la falla de todos los fusibles protectores. Había que sustituir los conectores de alta tensión de los empalmes, por otros de nueva tecnología. El arreglo tomaría semanas.
El equipo técnico de desocupados dictó lecciones de electricidad elemental a la empresa privada ``eficiente'': el remplazo de los empalmes siempre deben ser realizados cuando hay otra línea de alimentación alternativa, instalada para continuar con el servicio mientras se repara el principal. Pero como en este caso el cableado paralelo o alternativo también se había incinerado, resultaba difícil precisar si el problema surgió por haber estado demasiado cerca del principal o porque no soportó la carga eléctrica debido a su deterioro.
IV
En marzo de 1998, la Auditoría General de la Nación advirtió al gobierno del presidente Carlos Menem sobre la falta de control y mantenimiento de las subestaciones que suministran el servicio de electricidad a la capital. El gobierno y los tecnócratas de Edesur ignoraron la advertencia. Y como los tecnócratas del modelo privatizador creen saber más que los técnicos, se descuidó que a 132 mil voltios (fuerza generadora de las centrales de Buenos Aires) es imposible garantizar a priori que no haya falla en los cables o en los conectores.
Los ingenieros bisoños explicaron que con semejantes niveles de tensión y de corriente involucrados, la interacción de magnitudes eléctricas y magnéticas con los cambios de impedancias, bajo condiciones de humedad, temperaturas y presión variables y desconocidas, hace impredecibles las formas de disipación térmica. Precisamente, estas formas fueron las que provocaron la explosión e incineración de cables, protectores y conexiones en la subestación de San Telmo.
Es decir que los cálculos técnicos preventivos que se realizan al montar transformadores de alta tensión no son determinísticos, sino probabilísticos. Así, un joven técnico en electricidad que ahora vende hilos de coser en el Metro, increpó al gerente general de Edesur por una radioemisora local:
``Usted dice que el problema fue por falla en los cables. Pero entonces tuvieron que fallar también las protecciones. ¿Cuáles fueron las previsiones que la empresa dispuso para que una falla no produzca un fenómeno en cascada? ¿Acaso no sabe que las protecciones son similares a los fusibles o disyuntores que tenemos en el hogar? Si no existieran, un fallo en nuestra casa afectaría a los vecinos. En el accidente de la planta tuvo que haber doble falla: en los cables y en los sistemas de protección. Hubo falta de control y de mantenimiento. Y al explotar el transformador sobrevino el incendio en cascada. Luego, la empresa salió a buscar personal especializado por fuera para que empiece a entender el sistema y, algún día, arreglarlo''.
V
En efecto, la misión de los sistemas de control es impedir que la falla en un punto del sistema se propague a vastas zonas de la red. La única seguridad la suministra un cableado alternativo de emergencia en buenas condiciones y bien instalado. Naturalmente que esto le cuesta más caro a la empresa, porque debe invertir en dos equipos y en un sistema para cambiar de uno a otro.
Sin embargo, la previsión es posible cuando el interés prioritario consiste en garantizar el suministro de energía eléctrica a la población. Cosa que no ocurrió en Buenos Aires, porque la preocupación principal de las empresas privatizadas, ``bajar costos'', es coherente con la absoluta libertad de explotación del servicio que le otorgó el gobierno sin ningún control estatal.