Los periódicos de esta semana dan cuenta de una singular ``comedia de errores'', al mejor estilo de los productores teatrales Haro Oliva (que cultivaron el género hasta el hartazgo) o de alguna película de Joselito Rodríguez, en la que el personaje principal aparece, declara, desaparece, vuelve a la carga, se fuga, se esconde en un clóset, debajo de una cama, huye con un policía huyendo de la policía, y mientras tanto, un estado de la República mira regocijado todos estos vaivenes de su ahora ex gobernador.
Obviamente, hablo (por si alguno no se ha enterado de nada) de Mario Villanueva, alias El Chueco, gobernador de Quintana Roo hasta hace una semana y virtual estrella de la, ya de por sí chusca, picaresca nacional.
Este curioso personaje optó, siendo todavía gobernador, por desaparecer a unos días de dejar el cargo (y perder el fuero constitucional), y escapar de la ``inminente'' acción de la PGR que ``supuestamente'' lo vinculaba con el tráfico de drogas y el lavado de dinero en Quintana Roo. Lo francamente divertido en esta nueva comedia es el hecho de que la PGR giró una orden de aprehensión contra él hasta el pasado martes por la noche, ¡una semana después de que desapareció! Pero antes de eso, nadie sabía bien a bien por qué estaba huyendo. A menos de que usted -como yo- pensemos, ya entrados de lleno en la trama, que el personaje se sentía un poco ``culpable'', o de plano -como usted y como yo- no confía mucho en la capacidad de la justicia mexicana.
Sea cual fuere el motivo de su graciosa huida, nos enfrentamos, una vez más, al circo de tres pistas del sistema político mexicano, que permite la existencia de gobernadores ``indiciados'', ex tesoreros con cuentas a nombre de su sirvienta en el extranjero, y asesinos solitarios que actúan en contubernio. ¡Abrid pues el telón, la farsa continúa!
Después de meditarlo, descubro que sin duda conviene ser católico, porque a pesar de las amenazas del infierno por todos tan temido, siempre queda el recurso del perdón.
Esto quiere decir que uno puede cometer en la tierra cualquier acto considerado socialmente no aceptable, para luego pedir perdón celestial y así quedar libre de pecado. No está mal, si de por medio existen el arrepentimiento y la contricción, aunque estoy convencido de que las víctimas deben pensar que no hay un trato de igualdad para las partes.
Siempre me asombra la lentitud de la Iglesia para amenazar con la excomunión a secuestradores y asesinos, y en otros casos lo rápidamente que otorga los necesarios perdones. Si bien es cierto que la misión de la Iglesia no es enjuiciar, también lo es que en un país profundamente creyente, como el nuestro, bien podrían echar una manita ante la creciente ola de violencia que amenaza con engullirnos a todos en sus entrañas.
Y a pesar de lo que dije unos párrafos antes acerca de la misión de la Iglesia, hay algunos que piensan lo contrario. Tal es el caso del obispo auxiliar de la Basílica de Guadalupe, Luis Mena Arroyo, quien en referencia a la lideresa de los comerciantes ambulantes, Silvia Sánchez Rico, dijo solemne: ``Es inocente de los delitos que se le imputan'', mientras oficiaba una misa para ``que salga de sus dificultades''.
Lo de la misa me parece bien, creo que eso y algo más va a necesitar la lideresa para salir de prisión. En lo que no estoy de acuerdo es con que monseñor se erija como abogado y declare en favor de cualquiera, y absuelva de delitos del fuero común que, sin duda, no competen a la Iglesia, sino al Ministerio Público, que para eso está. Que Mena Arroyo se encargue del otro perdón, lo espiritual.
El caso es que a veces, paradoja, hay curas que sin querer parecen abogados del diablo.
Sin lugar a dudas, la campaña publicitaria del gobernador tabasqueño, Roberto Madrazo, ha calado hondo y profundo en la mente de miles de ``consumidores'' mexicanos, que luego se transformarán por ``empatía'' mercadológica en votantes. El caso es que el famoso lema de Madrazo -``¿Quién dice que no se puede?''- ya se escucha cada vez más y de diversos labios en todo México.
Así, lo he escuchado como consigna a los vendedores ambulantes, que insisten en poner su mercancía en las bocas de muchas estaciones del Metro de la ciudad de México; a un <chavo que a empujones -y al grito del lema- se coló a la mala en la fila de un concierto de rock en Pachuca; a muchos conductores de vehículos en Tijuana cada vez que se pasan un alto; y últimamente a más de 10 reos de la cárcel de Villahermosa, que se fugaron por un bonito boquete hecho por sus propias manos. Incluso ha rebasado nuestras fronteras, y Javier Solana, al mando de las tropas de la OTAN, profirió el ya mundialmente famoso ``eslogan'', mientras bombardeaba a Yugoslavia (pero en inglés, para que lo entendieran los aliados).
Y sin duda Mario Villanueva, ``el inocente'', desde Panamá, o donde se encuentre, probablemente piensa que el lema también le cae como anillo al dedo, porque si uno se esfuerza ``¿Quién dice que no se puede?''
Mi sobrino Andrés Contreras, de cuatro años, está enfrascado en una singular batalla con sus papás. El quiere, por todos los medios, ver en la televisión una serie japonesa de caricaturas llamada Dragonball Z, y sus papás se rehusan categóricamente.
Para poder intervenir en tan singular discusión, durante dos días vi la famosa serie que ha causado furor entre los enanos de nuestra desolada patria, y no me queda más remedio que darle la razón a los padres de la criatura. Dragonball Z arregla cualquier diferencia a base de golpes y patadas, y no sostiene ni siquiera el más mínimo debate con sus contrincantes (debe ser asesor de Gobernación).
Así que me senté con Andrés e intenté, sutilmente, explicarle por qué no le convenía ver la famosa serie, y que era, sin duda, ¡mucho más divertido dibujar!
El enano se me quedó viendo muy, muy serio, y después de un interminable silencio me dijo: ``Bueno, entonces quiero ver Duro y Directo''.
Ante lo cual, nos sentamos, los dos frente al televisor, con una bolsa de palomitas y un refresco, para ver como Dragonball Z madreaba a muchos enemigos de caricatura.