Bárbara Jacobs
El diario de Miguel Torga

Miguel Torga es el seudónimo de un médico y escritor portugués que murió en 1995. Combinó productivamente la práctica de ambos oficios a lo largo de sus 88 años de edad, a pesar de que, como buen melancólico, padeció tantos males él mismo, y sufrió tan en carne propia los que padecían los demás a su alrededor que, desde joven, temió y sintió que su vida sería breve.

Hace un par de meses yo no lo conocía, ni siquiera de nombre. Y, de hecho, mientras escribo estas líneas confieso que no he leído otra cosa suya que su Diario. Ese libro, o mi lectura de él, sin embargo, me da la sensación, quizás temeraria, de que lo conozco lo suficiente para poder sostener que, en tan poco tiempo y con tan parcial lectura, lo puedo incorporar entre los autores a los que releería.

Para empezar, mi encuentro con él tuvo los elementos necesarios para definirlo sin mentir como predestinado, y lo digo consciente del riesgo de pasar por primitiva, al concederle valor a un concepto sin fundamentos posibles, o en el mejor de los casos, como curso. Pero sucedió como sigue.

Preparaba yo lo que habría de llevar en un viaje largo cuando, al llegar al momento de elegir un libro, quise que fuera "un diario" que, por esto o por aquello, no encontré, de modo que me fui sin el libro que quería leer durante el viaje. A la mañana siguiente de la mañana siguiente, desayunábamos en el hotel en el que parábamos en Barcelona cuando, en un paquete envuelto, el mesero nos tendió el Diario de Miguel Torga, a mi esposo y a mí, de parte de Jordi Nadal, director editorial de Círculo de Lectores, que lo editó.

Apenas pude, me senté a leer directamente el Diario, haciendo caso omiso del prólogo. Y, lo digo en mi favor, no cedí a la emoción de la coincidencia de estar leyendo el libro que quería leer sin que, para tenerlo en mis manos, hubiera hecho nada más que desearlo, sino hasta que el Diario en sí me arrobó. En ese momento, que fue bastante pronto, eso sí, admito, escribí una nota de agradecimiento a Nadal en la que, además, se puede decir que me sinceré, tal fue el grado de mi entusiasmo.

No guardé copia de la pequeña carta, pero recuerdo que en ella decía que el libro me estaba gustando tanto que me levantaba de la tierra. Una vez que envié la carta, y que mis sentimientos se habían asentado, me dio vergüenza haberme expresado en semejantes términos, entre otras razones, porque dudé de que en castellano, como los plasmé, se dijera así, o significara lo que yo había querido decir al pensar la expresión en inglés. Pero en fin. No habría incluido este componente de mi grato encuentro con el Diario de Torga, de no haber sido por que en su registro de su paso por Acapulco, el 5 de marzo de 1984, el propio Torga sostiene: "Hay aquí tanta luz, tanta belleza, tantas flores que, en vez de caminar, estoy levitando".

Con lo cual, por otra parte, no quiero dar la impresión de que la percepción del mundo que experimenta Torga sea leve. En lo mínimo. Pues ahí mismo define ese puerto en el Pacífico como un "opio mortal para los sentidos", y se refiere a la "responsabilidad que la naturaleza tiene a veces en la perdición del hombre". Tampoco es que la suya sea una moral puritana, pues, en Chichén Itzá, o "Grecia nocturna", hace la reflexión de que "Ese tiempo que estos astrónomos de cincel sabían medir tan bien no era una duración de esperanza: era un camino de agonía", pues "tenían ese pesimismo radical del que se siente víctima de fuerzas nefastas, caprichosas, sedientas de sangre y de sufrimiento". No por nada cuando, el 17 de marzo de ese mismo 1984, regresa a Portugal, anota que se despide de México "con pena y alivio" ; le duele saber que no volverá a ver las maravillas que vio, pero lo consuela la simple idea de que dentro de poco volverá a pautar sus sentidos y su razón por la medida doméstica.

No obstante su nostalgia por su rutina particular, Torga viajaba constantemente por su país; o de visita a unos tíos en Brasil, en donde se hizo médico. Viajó por Europa; tenía predilección por España, y esto a pesar de que, al viajar a México, vio de cerca la parte cruel y voraz que representó la Conquista para el mexicano.

Miguel Torga hurgó de lo falso, o sería más sensato decir que buscaba la verdad. Más que el juicio de la crítica profesional, por ejemplo, le interesó la opinión del lector común y la de la policía. Víctima del dictador Salazar, podía sostener: "La policía, con su profesional desconfianza de la verdad". Le diría mejor que nadie si, con su trabajo, él iba o no por el buen camino.

Hay autores que, escriban lo que escriban en otros géneros, donde hacen florecer su talento en toda su extensión y todas sus dimensiones, es en su Diario. Creo que Torga es uno de ellos, y no lo diría, dada mi ignorancia en general y, en particular, del resto de su obra, de no haber leído finalmente el prólogo, de Aurelio Martins, en que se sostiene lo mismo, con amplio conocimiento.

Torga consideraba un milagro que existieran personas que "rezuman humanidad por los cuatro costados", así no hayan leído nunca ni sepan siquiera que fue escrito el Eclesiastés.