Después de más de veinte años de escuchar numerosas versiones de las sinfonías de Anton Bruckner (1824-1896) con una pasión que, según algunos músicos amigos, o es malsana o es digna de gente muy mayor, creí que ya nada podía sorprenderme. Sin embargo, después de transitar laboriosamente (sí, es un trabajo arduo) por las versiones de Sergiu Celibidache a las sinfonías de Bruckner, me parece haber empezado de nuevo con un compositor al que creía conocer bastante bien.
Para comprender el alcance de esta serie de grabaciones es necesario trazar unos cuantos antecedentes. Como primer paso, recordar que nadie acusó jamás a Celibidache de ser ortodoxo o convencional; cada ejecución suya (dicen los que le escucharon en vivo) representaba una nueva visión sonora y expresiva, aun cuando se tratara de partiduras aparentemente ya agotadas y exploradas por todos los ángulos posibles. En segundo lugar, conviene anotar que, como una cuestión de conducta estética indeclinable, Celibidache abominaba de las grabaciones, manteniendo la posición de que ninguna representación enlatada de la música podría jamás ser equivalente a la música; debido a ello, sus admiradores más acendrados propiciaron un notable mercado negro de grabaciones piratas de Celibidache. Finalmente, es preciso señalar que una buena parte de la actitud de Celibidache ante la música y ante la vida estuvo regida por su contacto cercano con el budismo Zen; a través del estudio y la práctica de esta disciplina filosófica, el gran director de orquesta rumano llegó a concepciones estéticas y expresivas generalmente apartadas de lo que es usual en el mundo musical occidental.
Durante largos años, Celibidache cultivó una relación cercana, profunda y continua con las majestuosas sinfonías de Bruckner, llegando a convertirse en uno de los intérpretes más notables de estas obras. La relación del director rumano con el sinfonista austríaco no fue producto de la casualidad ni de una simple preferencia personal; Celibidache admiraba a Bruckner porque intuía que el rústico y bonachón compositor de Ansfelden había hallado y puesto en práctica las nuevas soluciones formales y expresivas que requería la sinfonía después de haber agotado sus fórmulas y estructuras tradicionales. ƑQué proponía Celibidache en cuanto a la ejecución de las sinfonías de Bruckner? La visión simplista afirma que se trata meramente de tocarlas más lentamente que lo usual, pero esto no representa más que un reduccionismo mecánico. En efecto, uno de los aspectos más notables de las ejecuciones de Celibidache está en una notable expansión temporal, pero no se trata simplemente de velocidad o aceleración; se trata de toda una concepción, muy personal, de cuestiones que tienen que ver con la arquitectura sonora, la forma general, la resonancia bruckneriana, el fraseo y la articulación. Pero más notable que la peculiar visión temporal de Celibidache es su asombrosa capacidad de desmenuzar con claridad meridiana todas y cada una de las líneas contrapuntísticas de Bruckner. Esto es especialmente relevante si se tiene en cuenta que Bruckner fue, entre otras cosas, el contrapuntista magistral de su tiempo. Dicho de otra manera: en manos de Celibidache, las sinfonías de Bruckner se escuchan cabalmente, íntegras en toda su complejidad estructural; es como escucharlas aplicando un enorme microscopio a la partitura, y un gran estetoscopio a la audición. De este singular proceso de interpretación surgen versiones únicas de estas portentosas sinfonías, ciertamente no aptas para conservadores o impacientes; las sorpresas son múltiples, y hay en estas grabaciones algunos momentos que son, auténticamente, de otro mundo sonoro, como la coda del último movimiento de la Cuarta sinfonía, Romántica.
Esta fascinante colección sinfónica de Bruckner a cargo de Celibidache está resumida en doce discos compactos que contienen las sinfonías 3, 4, 6, 7, 8, 9, así como el Te Deum y la Misa en fa menor, en interpretaciones muy sólidas de la Filarmónica de Munich. Claro, se trata de grabaciones en vivo; es la única manera en que hoy se puede acceder al pensamiento musical de este singular director de orquesta. A los brucknerianos de corazón (somos pocos, lo sé) les recomiendo enfáticamente la audición de esta colección, que es algo fuera de lo común. No se deshagan, sin embargo, de las versiones de Jochum, Karajan o Haitink, por si acaso el shock es demasiado potente. Vale la pena, sin embargo.