El gran insurrecto

 

n Angel Bernal n

 

El 10 de abril de 1919 fue asesinado Emiliano Zapata en la hacienda de Chinameca, Morelos. La causa de su deceso, como ocurre con los hombres de valentía, fue la traición. El caudillo del sur era un ser insubordinable y su carácter levantisco indujo a sus enemigos para emplear la felonía, arma que generalmente logra sus propósitos.

Se dice que la justicia es la realización práctica de la verdad, y hacia tal encomienda se orientaron los esfuerzos del gran Emiliano, pues con su lema ''Tierra y Libertad" asumió la defensa de los campesinos e indígenas morelenses y se enfrentó sin tregua a la prepotencia e injusticia de los pudientes de la época ųejército, guardias rurales, terratenientes y miembros de la aristocraciaų, quienes sustentaban su vida de derroche en el sudor de los peones de las haciendas, sometidos estos últimos a los candados ųdiría Ciro Alegríaų de la ignorancia y el fanatismo religioso.

 

Redimir a los de abajo

 

El caudillo agrarista buscó afanosamente la redención de ''los de abajo", así como la restitución de sus tierras que habían ido a parar a manos de grandes latifundistas. Para lograr su propósito, Zapata demostró que ''la voluntad es la fuerza del carácter" (parafraseando a Oscar Wilde), y emprendió con tal enjundia su misión que el movimiento armado logró trascender los límites de Morelos y tuvo repercusiones nada desdeñables en el interior del país.

Justo es reconocer que la rebelión zapatista, su oposición al poder central y a su burocracia anquilosada ųque obstaculizaban la reforma agraria de profundos alcancesų fueron el germen de la efervescencia que devino lucha social y puso a temblar a los detentadores del poder. La intransigencia de Zapata en búsqueda de la concreción de acciones encaminadas a devolver la tierra a sus legítimos propietarios ųcampesinos e indígenas que habían sido despojadosų, se puede advertir en el contenido del Plan de Ayala, cuyo ideario político se tradujo en una actitud exacerbada sobre la justicia social.

Restituir la tierra a quienes la trabajaban constituyó la piedra angular de la epopeya zapatista. Por ello, mediante el grito impugnador de "Tierra y Libertad", la insurrección de Zapata se agiganta en la historia de México.

''La ruta de un hombre, con destino o sin él, siempre lleva a alguna parte", sentenció Jan Valtin. Y ciertamente que el Atila del Sur tuvo un destino que cumplir y así lo hizo: sembró la semilla de la reforma agraria en México, cuya expresión más relevante ocurrió durante el mandato presidencial de Lázaro Cárdenas (1934-1940). Asimismo, no se puede olvidar que la ''turbulencia agrarista" desatada por el revolucionario de Anenecuilco es un componente esencial de la Revolución mexicana.

Conviene recordar que la traición ha sumado en su expediente las vidas de hombres ilustres como Francisco I. Madero, "Apóstol y mártir de la democracia", Francisco Villa ("el Centauro del Norte"), César Augusto Sandino (''el General de hombres libres"), y muchos más.

Al cumplirse 80 años de su asesinato, es pertinente rescatar al caudillo y su circunstancia, pues retomando el pensamiento de Alejo Carpentier, ''agobiado de penas y de tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su máxima medida en el reino de este mundo''.

El revolucionario de Anenecuilco irrumpió, una vez más, en la escena nacional desde el 1 de enero de 1994, en Chiapas, colmando la aspiración popular de que ''Zapata ha de volver". Y volvió.

La dimensión de la vida y la epopeya de ''Miliano" consiste en asumirlo ųreza el corridoų como ''el gran insurrecto".