José Cueli
El revés de la guerra

La pulsión de muerte descubierta por Sigmund Freud presente en Yugoslavia, inconcientemente. ¿Por qué de la guerra?, preguntó Einstein a Freud. ¿Por qué no de la guerra?, contestó Freud a Einstein. Podría pensarse que después de toda la sangre derramada en guerras, nadie querría ver más. Pero la sangre es oro y alimenta el apetito. No nos cansamos de olerla y algunos de gustarla. El mundo a pesar de estar cubierto de sangre pegajosa que forma costras sobre su piel, siempre quiere más al margen de los países y los personajes y las razones esgrimidas. La sangre resulta fascinante, atractiva y está en el aliento de todos, alimentada por los modernos medios de comunicación.

Los dioses en turno, que viven en la oscuridad tejiendo hilos invisibles, se están familiarizando con el mundo de los muertos. El aire mortífero los rodea y observan el espíritu de éstos con tal de mantener sus imperios. Sangre llama sangre y cobra fuerzas para futuras batallas. El mundo no se cansa de las guerras, no se puede cansar. Pero la mayoría de habitantes está llena de miedo, en espera de que todo arda y ante la inminencia de una catástrofe. Están paralizados.

Tanatos como sin fondo, como el eterno retorno. Juego de diferencias y repetición, hábilmente guiados por la pulsión de muerte. Urdimbre de tiempos diversos en laberínticas bifurcaciones, convergentes hacia azarosas facciones, senderos hacía Ananke. Espejo de doble faz, en el que la otra cara de la pulsión de muerte intentaría el juego de la dominación de lo negativo, de la ausencia de lo real. Negación como concesión, en un intento para contender con el mal radical. Perversión radical, diabólica, pulsión de pérdida que opera en el silencio.

En la guerra de Yugoslavia con problemas raciales, económicos, religiosos, históricos y resentimientos ancestrales todo pareciera situarse en el margen, al margen, en las fronteras, en el exilio, en la no pertenencia, en el no hay lugar de la ley, en la fragmentación. Inframundo en el que los fantasmas danzan en incesante carrusel de escenas grotescas fantaseadas y no fantaseadas, donde el pánico es el afecto predominante, ``la fantasía del fin del mundo'', donde la muerte, las pérdidas y los duelos no dan tregua. Allí donde la falta de la palabra y la negociación condenan al sujeto a que grite y guarde silencio.

Individuos violentamente silenciados -otra vez- silenciaron a su vez a otros en forma violenta, bárbara. Gritos acompañados de ecos terroríficos cuyo origen, sin origen, emerge de la oquedad, el vacío, la nada, mascarada del dolor y desencuentro, escenario de terror sin nombre. Duelos negros. El imperio de la tiranía y la fuerza. ¿Qué fuerza? Si nada pesa más que nada. No hay valores ni jerarquías, todo está desarticulado y fuera de sitio. La fuerza bruta se ha apoderado, en medio del desmadre, del poder, con las peores mañas de la antigüedad y los artilugios modernos (bombas, aviones, computadoras, etcétera). La pulsión de muerte es reconocible en su compulsión a la repetición, presente en Yugoslavia.