La Jornada Delcampo, 31 de marzo de 1999

Diálogos sobre el zapatismo

Enrique Rajchenberg* y Francis Mestries**

El 90 aniversario del asesinato de Emiliano Zapata es una ocasión para reflexionar sobre el zapatismo, su significado histórico, la continuidad de su lucha, el vínculo entre el zapatismo de inicios de siglo y el de fines del mismo siglo. Para dialogar sobre estos tópicos, investigadores de diversas disciplinas nos reunimos el 16 de marzo pasado, precisamente cuando un contingente de zapatistas chiapanecos nos visitaba en la ciudad de México.

Enrique Rajchenberg Hace más de cinco años se presentó públicamente un movimiento que decidió llamarse zapatista. Poco tiempo después nos dimos cuenta que no se trataba de una mera apropiación retórica de un pasado histórico glorioso y de un personaje incuestionable tanto para las izquierdas como para el discurso del poder político oficial. Aunque de esto ya se ha hablado suficientemente, hay sin lugar a dudas una victoria ganada por el EZLN en el campo simbólico. Pero además de la recuperación de signos simbólicos, Ƒcuáles son los contenidos del zapatismo de inicios de siglo actualizados por el zapatismo de fin de siglo? ƑCuál es la herencia zapatista?

Zapata, o mejor aún, la lucha zapatista, no pertenecía hasta hace poco ni a una galería de héroes exclusivamente populares ni a una gesta narrada solamente en voz baja cuando los poderosos no están presentes o no pueden oir lo que murmuran los débiles. De hecho, ambos, Zapata y el movimiento zapatista, están incorporados a la gran historia que circula hasta en los libros de texto. Para que se convirtieran en personajes oficiales se nos tuvo que narrar durante largo tiempo la historia de un individuo que, a la manera de todos los próceres broncíneos, desde chico se propuso vengar a su pueblo. Lo logró, nos dicen, demostrando que existen hombres predestinados para ser grandes y, consecuentemente, otros para ser chicos. Zapata se volvió objeto de un rito de veneración. Asimismo, nos contaron que el movimiento encabezado por el hombre de Anenecuilco consistió exclusivamente en la recuperación de tierras pertenecientes a los pueblos indígenas usurpadas por haciendas voraces. Termina el relato con el régimen político postrevolucionario, quien asume esta demanda y reparte tierras en Morelos como no lo hace en ninguna otra parte del país.

Hacia finales de la década del sesenta se nos contó la historia diferentemente. En la medida en que el mito elaborado por el propio Estado empezaba a contradecir el ejercicio del poder, la historia del zapatismo pudo convertirse en objeto de la investigación académica. El libro de Womack nos sorprendió, tal vez más ayer que hoy, cuando desde la primera página anunció que él estudiaba a un grupo de hombres que había hecho la revolución para no cambiar. En cascada, se desprendieron tesis como que el movimiento zapatista había sido una sublevación conservadora, localista, incapaz de elevarse al nivel de un proyecto nacional ni de involucrar a otros sectores de la trama social.

En este último decenio, se vuelve a abrir el expediente zapatista, y los resultados de las investigaciones, aunque aún no son concluyentes, iluminan de modo diferente al movimiento. Un aspecto evidenciado consiste en que su objetivo no se centraba exclusivamente en la reforma agraria. Se ha estudiado su concepción de la política y del gobierno, tanto local como nacional. En efecto, el zapatismo concebía a este último como una organización descentralizada basada en las autoridades municipales y judiciales libremente electas por las asambleas de vecinos, autónomas en sus decisiones administrativas y en sus finanzas, con una policía formada por milicias pueblerinas, con amplios poderes sobre su territorio y con funciones de fomento de la educación, la salud y los servicios públicos y libertad de contratar obras con particulares.

Un aspecto central para Zapata fue la preeminencia de las autoridades civiles sobre las militares que tenían que apoyar la entrega de tierras, la sustitución de las autoridades vigentes por otras electas democr ticamente sin inmiscuirse en estos procesos.

El sistema de gobierno nacional en el proyecto zapatista era parlamentario pero sin cámara de senadores, considerado el resguardo de los políticos reaccionarios, complementado con el referendum popular para vigilar las acciones del gobierno. Zapata nunca aspiró a la presidencia, no porque se sintiera incapaz de ejercerla o no quisiera dejar su estado natal, sino porque sostenía la necesidad de un gobierno descentralizado y democrático.

Su plan de reformas políticas y sociales proponía la justicia social para el proletariado, con leyes laborales y atribución de parcelas a los obreros, un vasto programa de educación pública, un programa de salud y una política industrial. Las tierras restituidas a las comunidades podían ser explotadas en forma individual o comunalmente según los usos y costumbres de cada una aunque era inalienable.

Finalmente el zapatismo representó también el reconocimiento de las raíces indígenas de los pueblos del sur a sus formas de organización social y la reivindicación del valor simbólico-cultural de la tierra como madre de los campesinos, asimilada a la patria, madre de los mexicanos.

Entonces, cabe preguntarnos Ƒqué relación guarda este movimiento con el zapatismo de este fin de siglo? ƑHay un parentesco entre ambos que va más allá de la adopción del nombre del general del Ejército Libertador del Sur? El contexto en que se producen ambos movimientos es evidentemente diferente: hay problemáticas nuevas y viejas, asignaturas pendientes para la nación. Si el contexto es diferente, también lo son los sujetos históricos. Entonces Ƒen qué se parecen? Una última pregunta: el zapatismo nació con el siglo XX, mejor dicho, lo ayudó a nacer; el mismo siglo termina con un nuevo zapatismo aunque algunos prefieren decir que el siglo XXI nació el 1 de enero de 1994. ƑQué desafíos enfrenta el zapatismo de hoy en comparación con el de ayer? ƑPodrá esquivar las mil y una trampas y zancadillas, traiciones a "lo Guajardo", de tal modo que ya no existan 10 de abriles luctuosos? Si así fuera, Ƒtenemos zapatismo para rato?

Catalina Giménez***: Yo empezaría preguntando cuál es la herencia del propio Zapata para después preguntarnos qué nos heredó Zapata. Desde mi punto de vista, Zapata es un eslabón de una lucha por los derechos políticos en el campo iniciada a principios del siglo XIX. Ciertamente Zapata deja una huella profunda en esa larga lucha, pero no representa su inicio ni tampoco es el final del problema campesino. Es el eslabón intermedio de una cadena de dos siglos en defensa de la patria y de los pueblos y municipios. ƑQué rasgos comparten los diferentes episodios de esa lucha? Creo que la respuesta nos acercará a la herencia de Zapata.

Uno, la defensa de la patria encarnada, por una parte en los municipios e incluso los intelectuales como Ignacio Ramírez El Nigromante quien dirá "El municipio es la nación"; por otra, la Constitución de 1857 que muchas veces los campesinos desconocían pero que invocaban por su efecto de símbolo de legalidad y de pertenencia a la nación. Me referiré a la constitución después.

Dos, la convocatoria lanzada a la sociedad civil. Desde el siglo XIX, las rebeliones armadas o no y las diversas formas de descontento se anunciaban a través de planes para obtener el apoyo de los pueblos vecinos, para justificar y explicar las causas de la sublevación. Estos planes son escritos en español. Esto es importante porque si los campesinos fueran localistas habrían escrito en náhuatl.

Tres, se trata de una lucha por el federalismo popular, esto es, por una nación de entidades políticas iguales, donde la autoridad política descansa en los municipios. Los campesinos quieren ser parte de la nación pero de una nación donde, como diría Marcos, se reconozcan las diferencias. También es una lucha por un liberalismo social, término del siglo XIX, que implica la devolución de las tierras y aguas así como el respeto a usos y costumbres, eso que ellos llaman justicia social y que incluye también escolarización y salud. El portavoz del federalismo popular y del liberalismo social fue durante el siglo XIX Juan Alvarez y a principios del XX, Emiliano Zapata, heredero de toda una cultura política. Los campesinos no luchan por tomar el Estado, tarea que dejan a los políticos de oficio, sean éstos liberales o conservadores, aunque sí pelean por imprimir determinadas prioridades sociales en la política gubernamental.

Cuatro, la lucha por la patria en la resistencia contra los invasores estadunidenses y franceses. En dicha lucha surge una nueva generación de actores sociales, al igual que hoy día., compuesta por los jóvenes guardias nacionales que compartirán con las autoridades tradicionales, los viejos, el gobierno de los pueblos. Esta nueva generación asumirá los espacios de autoridad porque aprendió a dialogar con el poder político tras su experiencia en el ejército. El mejor ejemplo es la designación de Zapata como jefe de Anenecuilco por los ancianos cuando aquél tiene alrededor de treinta años. Es oportuno señalar que el zapatismo actual introduce una "innovación": no sólo son los jóvenes los que comparten la autoridad con los viejos, sino que se agrega un nuevo actor, las mujeres.

Cinco, la nueva generación de actores sociales sólo recurre a la lucha armada cuando se agotan los caminos pacíficos, es decir, cuando ya no se respeta el estado de derecho que en el campo del siglo XIX se encarna en la propiedad de la tierra y en los usos y costumbres de pastoreo y leña en el monte, cuando se atenta contra la dignidad de las personas y la economía doméstica. Se generaliza entonces un sentimiento de frustración y estalla la rebelión como último recurso.

Seis, el apego a la legalidad y a la pertenencia nacional se expresa constantemente en sus referencias a la Constitución de 1857. La Constitución representa a la nación y aunque los campesinos no conozcan en detalle sus artículos, es un símbolo, un emblema nacional que continuamente invocan para demostrar que sí pertenecen a la nación. Cuando los pueblos la invocan hacen memoria de su propia historia: ellos pelearon por ella y, por lo tanto, tienen conciencia de haberse ganado ciertos derechos. Sin embargo, los campesinos no advirtieron que la ley Lerdo que los despojará legalmente de sus tierras, quedó incorporada a la Constitución. Así, la invocación del texto constitucional se les podía revertir! En síntesis, la memoria de la Constitución de 1857 no consiste en un efecto de retórica política, sino en una reivindicación de su existencia como ciudadanos mexicanos con igualdad de derechos de buena fe y en buena ley, como dice la canción. Estos seis rasgos proceden del siglo XIX, los reencontramos en la tradición campesina zapatista y nuevamente en este fin de siglo.

Elsie Rockwell****: Yo quiero retomar dos puntos que se enunciaron. En primer término, la identificación de lo nacional e indígena que es muy profunda en la tradición de lucha campesina del siglo XIX. Esta cuestión es muy difícil de entender para gente de otros países. Por ejemplo, impugnan que el EZLN rinda honores a la bandera. Asimismo, les resulta difícil comprender el nacionalismo que los europeos consideran caduco. En segundo lugar, hay que destacar en esta discusión el debate en torno a si los zapatistas son modernos o no modernos. No es casual que se reinterprete la vida de Zapata y de sus luchas a la luz del zapatismo actual, tal como Enrique lo acaba de hacer, porque en ellas se pueden apreciar posiciones vigentes aún hoy día. En realidad, el zapatismo se ha apropiado de lo moderno.

Ana Esther Ceceña*****: La discusión acerca de la dicotomía modernidad-atraso es importante porque, al igual que hoy, a Emiliano Zapata muchos historiadores lo tildaron de atrasado y retrógrada y le reclaman un supuesto anhelo por volver al pasado. Creo que esta caracterización está vinculada a una concepción más general del capitalismo.

Durante todo el siglo XX, la sociedad capitalista ha sido industrial y la tierra, el territorio, fueron considerados el elemento que impide el desarrollo industrial o que, más allá de cualquier otra pretensión, debe servirle de albergue. En la actual coyuntura, el capitalismo se encuentra en un conflicto muy grave entre su representación expansiva inmaterial, capaz de penetrar todos los espacios, y su asidero material, territorial, que lo une a las relaciones sociales, a los espacios propios del conflicto social. Entonces, el territorio con su contenido social conflictivo, que se plantea como límite al desarrollo, se convierte simultáneamente en la representación del atraso, del obstáculo principal al progreso y, por tanto, debe ser negado.

Creo que los zapatistas actuales son producto de la modernidad en conflicto y, por supuesto, no representan una alternativa o una propuesta de atraso societal. Al contrario, salen de esta modernidad en conflicto, de sus contradicciones y la única manera de romper con ella es proponiendo una modernidad alternativa.

Francisco Pineda******: Desde mi punto de vista, uno de los horizontes desde el que puede observarse lo que representa el zapatismo en la historia de México es el de la larga duración. El zapatismo encabezado por Zapata no sólo proclamó las ideas contenidas en el Plan de Ayala, sino que además en su práctica revolucionaria desató una enorme ofensiva en contra del régimen agrario. Esto es particularmente notable en la ofensiva lanzada en 1912, cuando se produce una acción de sabotaje cada 62 horas en contra de las haciendas. En otros términos, ello significó la pérdida de la mitad de la producción de azúcar y alcohol. Además implicó que la zafra de 1912-13 fuera la última realizada bajo el régimen agrario de las haciendas implantadas por Hernán Cortés. Me parece entonces que hay que destacar la contribución del zapatismo al proceso de descolonización de México: el zapatismo acabó con ese régimen agrario en su territorio o en el núcleo de su territorio.

El zapatismo actual confiere continuidad al proceso de descolonización cuando lucha por escribir unas páginas más de esta historia a través del reconocimiento de los derechos de la cultura indígena. Más aún, tanto ayer como hoy, ambos movimientos comparten una característica: construyen una unidad indisoluble entre liberación social y liberación nacional. En el inicio de siglo, se lucha no sólo por los derechos sociales, sino también por la liberación nacional. El símbolo dominante de su lucha fue el de la patria y que se expresa en losmanifiestos en náhuatl de Emiliano Zapata. Por ejemplo, cuando dicen que luchan por "nuestra madrecita tierra, la que se dice patria". Esto es, la tierra, los montes y las aguas tienen el significado de patria.

Ana Esther Ceceña: Quiero regresar al comentario de Catalina acerca de la concepción del municipio y de la nación porque demuestra la continuidad entre los dos zapatismos. El municipio es el espacio donde se hace la política, donde se constituyen las relaciones y donde se toman las decisiones. Por lo tanto, se trata de un espacio mucho más cercano a los problemas cotidianos y a las necesidades e intereses de la gente real. Aquí hay un planteamiento que tiende justamente a entender a la nación como lo que se construye a través de esos espacios reales de decisión cotidiana cercana a los pueblos. La nación constituye así el espacio general de ejercicio de este cotidiano político sólo a través de un conjunto de mediaciones políticas sancionadas o simbolizadas en la Constitución, que son las que dan sentido y legitimidad a ésta independientemente de lo que expresen puntualmente cada una de sus partes, y que permiten saltar del terreno local al nacional y, en ese sentido, al de la sociedad en su conjunto. Este concepto de la nación es muy distinto al de los europeos que, por eso, se horrorizan cuando oyen que la lucha zapatista es una lucha nacional.

Francisco Pineda: Es muy importante ubicar al zapatismo en su espacio, esto es, el planteamiento político zapatista en torno a los municipios. En ese sentido, falta rescatar la historia de la lucha encabezada por Zapata porque sigue predominando la tendencia a ubicarlo en un marco meramente regional. Desde mi punto de vista, es preciso modificar esta interpretación. En primer lugar, el zapatismo de Zapata representa el movimiento armado de los pueblos de mayor importancia en el corazón de México. Ningún otro movimiento tuvo la misma importancia en el centro y sur del país. En segundo lugar, se ha considerado al movimiento zapatista como fundamentalmente a la defensiva, concomitantemente al estereotipo de que los campesinos son actores sociales localistas y reactivos y nunca promotores de la iniciativa en la historia. Este prejuicio, reforzado por Womack, hace decir que en el verano de 1912, cuando vinieron las aguas, los zapatistas se replegaron. Sin embargo, la historiografía excluyó un dato importantísimo y es que los zapatistas tenían el plan de tomar militarmente la capital de la República el 15 de septiembre de aquel año. El plan fracasó. Paradójicamente, fue este tipo de acciones el que dio fama a Francisco Villa en la toma de Ciudad Juárez. La diferencia radica en que éste realizó la acción catorce meses después del intento de Zapata y a 1 800 km de distancia del centro del poder político nacional. Este hecho demuestra que los zapatistas no estaban a la defensiva, como abusivamente se ha afirmado.

*tomateros-4 Asimismo, es necesario dar cuenta del espacion internacional del zapatismo. Zapata tuvo representantes en La Habana y en los Estados Unidos. Por lo tanto, desde sus inicios, el movimiento conjugó dos aspectos. Fue profundamente patriótico y tuvo una perspectiva de lucha internacional.

Militaron en el zapatismo no mexicanos que alcanzaron incluso algún grado militar. Recientemente encontré documentos que confirman los vínculos del Ejército Libertador con los movimientos anarquistas principalmente el cubano. En 1913, el gobierno de Cuba envía al Ministerio de Relaciones Exteriores de México un expediente con recortes de periódicos y con informes donde se señala que en La Habana se realiza una campaña de financiamiento para apoyar la revolución zapatista.

Enrique Rajchenberg: Creo que es necesario orientar este diálogo hacia el significado de la presencia tan importante en México de los campesinos en lo político. En sus intervenciones, ustedes refieren esta presencia a inicios y a finales de siglo XX. El punto es de sumo interés porque durante largo tiempo se consideró que el mundo campesino agonizaba, se desvanecía y que este país se encaminaba hacia la preeminencia de lo industrial-urbano donde los campesinos se iban a ir apagando silenciosamente, sin hacer mucho ruido. Ahora nos percatamos que el capital de resistencia y de voluntad de sobrevivencia de los campesinos es enorme y que fue subestimado. ƑA qué podemos atribuir la perdurabilidad de este capital?

Ana Esther Ceceña: La modernidad capitalista se impone sobre el mundo campesino. Ahora bien, esta modernidad está en crisis de legitimación porque se revela incapaz de resolver los problemas de la humanidad. Su desarrollo, el éxito de sus propuestas, requiere la cancelación de posibilidades a un conjunto de gente muy amplio. Para que el capital tenga éxito en sus propuestas tiene que excluir y empobrecer, tiene que desarrollar la miseria porque es la base de la concentración de la riqueza. A fines de este siglo, hay desarrollos tecnológicos muy importantes con posibilidades extraordinarias de producción de alimentos, de bienes de todo tipo. Sin embargo, esta tecnología no se traduce en bienestar de la población, sino que se traduce en un aumento de la pobreza extrema. Lo que la sociedad actual está proponiendo como progreso lleva a una catástrofe humanitaria. Entonces, ello legitima la construcción de la resistencia que lleva más de 500 años y que es, como decía Elsie, un proceso permanente.

Enrique Rajchenberg: En efecto, la lucha por la tierra sigue vigente, pero es necesario ampliar el sentido de "lucha por la tierra" a la problemática urbana, al territorio en general y a la problemática ecológica.

La relación entre tierra y resistencia es fuerte porque quien tiene posesión de la tierra detenta mayor posibilidad de resistencia en la lucha. En otras palabras, en la tierra radica una fuente de posible autonomía. Por esta razón, las luchas campesinas han tenido un papel tan intenso en el mundo a diferencia de los sin tierra, los sin techo, etc.

Quiero acercarme a la pregunta de Enrique sobre los desafíos que enfrenta el zapatismo. Uno de ellos radica en poder extender esta resistencia a otros sectores sociales. Este es un proceso que se ha ido gestando pero no aún con la habilidad y constancia que han mostrado las comunidades de Chiapas.

AEC: Hay que insistir en el hecho de que si bien los dos movimientos son modernos, no niegan su historia, renuevan sus tradiciones, modernizan sus costumbres, su lengua. En el zapatismo actual vemos cómo a partir de 1994 hay una insistencia por recuperar las lenguas propias, por escribirlas, por enriquecerlas, por darles un sentido científico si se puede decir así. Por tanto, se rechaza la idea de que estas lenguas sean dialectos, residuos sociales o reminiscencias. Es una manera de expresar la cultura, las costumbres, los pensamientos, la cosmovisión de un pueblo que piensa diferente a nosotros. En esa medida, lo campesino-indígena, aquello que no logra ser arrasado -y creo que nunca lo será- por el capitalismo implacable, al recuperar sus tradiciones y sus pensamientos cosmogónicos, posee simultáneamente dos referentes de sociedad: conoce la sociedad actual, vive en ella, pero tiene también el referente de una sociedad distinta, que existió en el pasado y que no ha sido totalmente destruida, que inspira la posibilidad de un mundo diferente. Los urbanos habíamos perdido esta visión. Más aún, para los urbanos el único referente de sociedad posible era la sociedad capitalista occidental hasta que emerge el movimiento zapatista de 1994. En cambio, los campesinos y no sólo los mexicanos, sino también los africanos y asiáticos, tienen por lo menos dos ideas de futuro; tienen donde discernir en términos de perspectivas político-sociales.

Francisco Pineda: Sin embargo, hay que subrayar que los campesinos mexicanos revisten ciertas particularidades. Me refiero a que en el imaginario de los campesinos revolucionarios de México o, por lo menos, de los zapatistas no existió como en los europeos la creencia de que el origen de la propiedad de la tierra era producto de una voluntad divina, sino que había clara conciencia del despojo que sufrieron a partir del proceso de colonización.

Enrique Rajchenberg: Ustedes han señalado de manera insistente cómo los procesos de resistencia implican la capacidad de un pueblo por modernizarse. Cora Maldonado demostró este proceso en una investigación realizada en una comunidad chiapaneca donde los campesinos crean e inventan formas de trabajo y de vida que no son sólo formas de resistencia, sino verdaderas revoluciones del modo de vida.

Cora Maldonado: Mi observación de todas las comunidades zapatistas ha sido la de una constante renovación y recreación de las organizaciones, de la forma de pensar, de la identidad, etc. Por ejemplo, me refiero a la organización colectiva del trabajo. Ahora bien, ello no significa que se adopte una forma de trabajo de manera permanente, sino que se trata de una adecuación constante a las necesidades nuevas de la comunidad.

Catalina Giménez: La dicotomía local-nacional es una categoría occidental. En el pensamiento occidental, lo nacional tiene que prevalecer sobre lo local y ésta es concebida como una fase pasada de la historia. Se trata de una dicotomía netamente evolucionista y que hemos heredado, etimológicamente hablando. Cuando decimos "articulación" o "eslabón" entre lo local y lo nacional caemos en la trampa. Esta dicotomía no existe para muchos pueblos; no existe esa separación drástica. En el zapatismo de inicios de siglo, no existió: sus planteamientos, sus causas fueron automáticamente nacionales y agraristas sociales. Sus estrategias fueron locales, nacionales e internacionales simultáneamente.

Francisco Pineda: A pesar de que la iniciativa del EZLN para aportar fuerzas en torno a la Convención Nacional Democrática o al Movimiento para Liberación Nacional haya fracasado, ese hecho no nos autoriza a suponer que los zapatistas no tienen una política nacional. La tienen desde su origen. De igual modo, aunque los intentos de alianza de los zapatistas de principios de siglo no hayan fructificado tampoco nos autoriza a pensar que no tuvieron alianzas políticas desde su inicio. La alianza con Madero es una alianza de carácter nacional. El haber designado a Pascual Orozco como jefe del movimiento revolucionario en el Plan de Ayala es una alianza de carácter nacional. Es también una alianza la establecida en la Convención Revolucionaria de Aguascalientes en 1914. Si fracasaron estas alianzas, fue por la traición de Madero, Orozco y Eulalio Gutiérrez.

Ahora bien, los zapatistas tenían también estrategias locales, por ejemplo, para resolver conflictos de tierra entre los mismos pueblos o de éstos con las haciendas azucareras. En síntesis, no creo que la mejor forma de comprender a los campesinos revolucionarios sea la de reducirlos y volverlos homogéneos afirmando que eran locales o nacionales. Los distintos niveles se correlacionan en un sistema más complejo que es la estrategia global del zapatismo o de cualquier movimiento revolucionario.

 

*Facultad de Economía-UNAM

**UAM-Xochimilco

***Escuela Nacional de Antropología e Historia-INAH

****CIESAS-México

***** Directora de la revista-libro Chiapas, ERA-IIEc.

******Escuela Nacional de Antropología e Historia-INAH