Elba Esther Gordillo
Macedonia

La cultura occidental tiene sus raí-ces en el proceso de "helenización" que culmina Alejandro Magno después del asesinato de Filipo, su padre, a manos de Pausanias durante las fiestas de octubre en Egea.

El propio sepelio de Filipo tiene que apresurarse, debido a que Alejandro debe llevar a cabo tres tareas de la mayor importancia: la extensión del Imperio Balcánico desde el sur del Adriático hasta la costa occidental del Mar Negro, consolidar su liderazgo en la recién formada Comunidad Griega, y el inicio de la campaña en Asia contra el Imperio Persa, lo cual sucedía en el año 336 a. de C.

Más de 2 mil años después los Balcanes siguen siendo motivo de ambiciones, conflictos y errores que sólo han contribuido a mantener a esa importante zona en permanente crisis. Hoy, el pretexto es que Serbia se niega a reconocer la autonomía de la comunidad albanesa que vive en su territorio, y que aparentemente ha desplegado una política de exterminio racial en su contra.

Pero el problema no es tan simple. La rivalidad étnica se inicia con la Batalla de Kosovo en 1389, cuando el Imperio Otomano modifica los equilibrios geopolíticos en su favor, y se hace de los Balcanes y de su enorme valor estratégico.

Junto con el control otomano, que duró casi 500 años, nace uno de los conflictos más complejos que ha vivido Europa y el mundo, ya que no sólo se trató de un problema de carácter étnico, sino que lo fue religioso y de perspectiva civilizatoria al estar determinado por el islamismo, que se niega a aceptar el fundamento cultural que había pretendido consolidar Alejandro siglos atrás.

La caída del Imperio Serbio a manos de los turcos significó la derrota del catolicismo y la imposición del islamismo, el cual fue adoptado por los albaneses y produjo enormes movimientos migratorios que llegaron incluso a las regiones eslavas de Rusia, que desde entonces se convirtió en aliada de los serbios.

Las migraciones permitieron que los albaneses llegaran a Kosovo y Metojia que habían sido desocupados, hasta la Primera Insurrección Serbia, con la cual buscan recuperar sus territorios al iniciarse el siglo XIX, lo que no lograron, ya que a raíz del Congreso de Berlín, en 1878, fueron castigados por los turcos con nuevas expulsiones que llevaron a más de 400 mil serbios a abandonar Kosovo, abriendo más espacio para la población albanesa.

Sin reconocer lo complejo del problema, lo único que se hará será agregar más leña a la de por sí candente hoguera. La guerra de los Balcanes, en la fase que hoy se encuentra, es la disputa por el proyecto de civilización, no por simples razones territoriales o raciales.

La intervención de la OTAN, sin la perspectiva histórica necesaria y violando sus propios ordenamientos jurídicos, está condenada a la victoria militar pero a la derrota política, ya que contribuirá a la descalificación de las instituciones que el mundo globalizado no se ha decidido a actualizar, en momentos en que la bipolaridad terminó y hay ya sólo una hegemonía.

Violar los derechos humanos de los serbios, alegando la defensa de los albaneses, es un argumento que sólo pretende esconder las verdaderas intenciones de la OTAN: marcar sus nuevos límites, actuando en espacios que hace unos años hubieran provocado la Tercera Guerra Mundial. Ojalá no suceda porque aunque Rusia está económicamente derrotada, militarmente no está vencida.

 

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