La plaza de toros de Texcoco tenía este fin de semana un sabor dulce, a tono con el calor y olor del aire alrededor, del cual volaban unas abejas amodorradas. El aroma a uva fermentada lista para ser bebida se aunaba a la fragancia de tabacos corrientes. Unos pájaros sobrevolaban la plaza y al estirarse se columpiaban ondas en el aire. El cielo lentamente absorbía la tarde y era ideal para la siesta primaveral, obligada por la barbacoa salpicada de salsa borracha.
La mexicana alegría hacía pulsar al público festivalero la cuerda de su proceder impertinente. Una lejana melodía ranchera arrastraba sus notas zigzageantes, enlazadas a un vientecillo retosón y los palpitantes gritos de los feriantes. En el tendido de sombra, manchas frescas acogías propicias, un sueño bañado de brandy. En el que uno se sentía en otro tiempo, en otro clima, en otra plaza, en el revés de la piel.
Sobre el ruedo amarillento, la llegada de la primavera y con ella los vacacionistas de Semana Santa. El sábado con los toros de Xajay ųunos justitos de presencia y otros, unos chivinesų todos graciosos y llenos de candor. Uno; el tercero, bravo.
Fueron en su gracioso desmayo una chulada, ideales para abordar el toreo. Católicos inclinaban sus graciles cuerpos, hecho latido torero. Los toreros ųZotuluco y Ortegaų entre que quiero y no puedo, no conseguían romper con ese fácil-difícil público feriante.
Y Morante de la Puebla, que se presentaba, decentrado en ese exótico escenario, sólo detalles. Claro que esos detalles, fueron rama y hoja, miel y canela que no podía paladear un público embrandycido. Detalles al correr de la mano en pases naturales sueltos y trincherillas por bajo de la muleta en que corría el agua clara del Guadalquivir antes de detenerse en los juncos de la ribera. Dejándonos con la miel en los labios en espera del siguiente domingo.
Y nos quedamos en la espera... el toreo volvió a adquirir esa significación artificial y monótona. El interminable derechazo sin virtudes sensualistas como las que había ofrecido el sábado el diestro nacido en Puebla del Río, Sevilla, y ayer, en unas verónicas chipen de las que no se enteró el público. Los toritos de Las Huertas ųpor supuestoų no ayudaron en nada a sus matadores, a pesar del picadillo en salsa arriera que les recetaron lo picadores.
El crepúsculo se tornó noche interminable entre cervezas, tequilas, rones y brandys, al envolverse la plaza en su manto plateado arrullado por tedioso silencio. Perdidos en las sombras hasta los recuerdos plagaban sus alas misteriosas y trazaban borrosos círculos concéntricos en torno al vacío. El momento precursor del sueño-uva donde una anárquico desorden pueblerino se aporedaba de nosotros. En la misma forma que se apodero de las cuadrillas que se desdibujaron. De todos modos Morante de la Puebla dejó en Texcoco a contracorriente, el bouquet de un torero clásico. Esos que parecían desaparecer de la baraja taurina.