Parecería difícil llegar a extrañar la guerra fría šY tan pronto! Pero apenas a diez años de la caída del Muro de Berlín, y todavía a menos tiempo del desmoronamiento de la Unión Soviética y del sistema de los países comunistas, el nuevo orden internacional muestra ser bastante endeble y muy inseguro.
Como un hecho histórico y, más allá de los juicios de valor, un mundo donde existían marcadamente distintas ideologías mantenía más espacios abiertos que éste, en el que tiende a prevalecer lo que se ha llamado el pensamiento único. Cuando menos, el fenómeno de la disuación exigía una mayor contención de las partes antagónicas, aunque fuera basada en el miedo mutuo que se provocaban las dos grandes potencias. El mundo no era, claro está, una fiesta; ni una ni otra de esas potencias renunció al uso de la fuerza y la destrucción, y dejan un récord mundial que es parte fundamental de lo que ha sido un sanguinario siglo XX. Hagamos memoria, al fin que aún está bien fresca.
En el mundo sigue habiendo buenos y malos y no siempre es posible identificarlos claramente y tomar partido. En eso, la simplificación del cine de Hollywood hacía y sigue haciendo las cosas de la guerra más sencillas. Richard Widmarck estaba siempre del lado del bien cuando comandaba los barcos en el Atlántico, y el sargento Ryan hace que sus compañeros soldados realicen grandes sacrificios. Siempre ha habido buenos y malos, así presenta las cosas la historia en su forma más convencional y, tal, vez por eso se aprende tan poco de ella. Después de las masacres que se han visto en este siglo, desde la guerra rusojaponesa de 1905, hasta las recientes limpiezas étnicas en el mismo centro de Europa, hoy en 1999, la política sigue siendo esencialmente inútil ante el poder y la seducción de las armas. Y mientras más sofisticadas éstas, mejor; es ahí donde está la punta de lanza de la tecnología, en la industria de la guerra y es un componente central de los grandes negocios en las economías industrializadas.
Hoy, cuando la hegemonía está ubicada de un solo lado, la arrogancia militar es de nuevo un signo definitorio de la política internacional; la misma arrogancia, con otras formas, de los líderes que alientan los valores más bajos de la humanidad. Milosevic puede, efectivamente, representar las peores cosas y está ubicado, además, en una zona del mundo que tradicionalmente ha sido un foco de conflicto y que se desmorona no solo física sino, sobre todo, moralmente ante los ojos de una Europa que se siente rica económicamente, exitosa políticamente, y muy esnob, y que parece pasmada con sus propias ilusiones.
En Kosovo está Pristina, que ironía, y junto están Belgrado, y Sarajevo, ahí a la puerta misma de la ilustrada Europa, eso es también la globalidad que está tan de moda. Milosevic reta de frente a los gobiernos de la Unión Europea y de Estados Unidos y éstos, como antes frente a Sadam Hussein, muestran una enorme incapacidad de negociación y para el ejercicio de la política y recurren a las armas con gran desenvoltura. Si la guerra es la extensión de la política, parece un signo de estos tiempos que su base se haya vuelto sumamente frágil. Y son los políticos liberales, los de centroizquierda, los que representan a una generación más joven y que fue hasta contestataria de las guerras que hicieron sus mayores, los que más disposición muestran para enviar los barcos y los aviones contra las poblaciones de sus enemigos, Clinton y Blair son el dúo dinámico de todas las batallas.
La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) atacó por primera vez a una nación soberana y pasó por encima de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Y Annan, totalmente rebasado después de haber expuesto a sus cascos azules durante tanto tiempo, legitima las acciones de los dueños de la organización. Ahora, todo el sistema internacional creado después de la Segunda Guerra Mundial está en cuestionamiento, tanto los organismos económicos y financieros, como la mayor instancia de gestión política que es el Consejo de Seguridad. No parece posible que la pretensión de crear un mundo más seguro en el siglo XXI vaya a lograrse. No hay quien contenga los impulsos bélicos ni los exterminios al interior de las naciones. Los escenarios que se desprenden del ejercicio de la fuerza de los países de la Alianza Atlántica, de las alternativas que se abren a Milosevic y de las reacciones que pueda tener Yeltsin no son para nada favorables. Lo más probable es que la degradación política continúe y con ella habrá un muy alto costo para mucha gente, y en verdad, para todos nosotros.