Hermann Bellinghausen
Un mundo menor

A riesgo de que sea echar perlas a los puercos, y nada más porque hoy me caes bien, voy a enseñarte una cosa, carnalito. A ver si así vas conociendo un poco. Llegó carta de Topacio. Anda, mira qué gusto te da. También te había dado gusto que desapareciera. Okey, gusto no; te había dado igual. Bueno, pues ya dio señales de vida. A mí se me hace que no se fue de la ciudad. En todo caso, por lo que da a entender, cambió de oficio y se distrajo de la calle. Mira qué letra. Quién diría que una mujer como esa tiene una letra como ésta, tan infantil.

ƑA poco no? Así venía, en sobre de cartón, sin timbres ni remitente, pero maltratada como una carta que ha sudado para llegar.

Tu dirás... No, pérate, mejor trae acá. Te la leo. Hay partes que a ti qué. Puso el día, no el mes ni el año. Dice 19, saluda y demás, y empieza:

"Lo que no se explica no lo sé explicar. Cómo te diré, Sobrino. Sigo buscando. Ni cuenta te dabas, pero fuiste buena compañía.

Voy en el sentido de los sentidos. Qué poco los usamos, eh. Cualquier otro animal los tiene más desarrollados. Para nosotros son entrada; los reducimos luego a almacén de sentimientos, y los echamos a perder.

"Pero es a propósito. Lo poco que captamos, lo llenamos de nuestra ceguera, nuestra sordera, nuestra anestesia incompleta, con esta manía de emocionar lo que sentimos, ponerle nombre y apellido.

"Te has de haber preocupado de que me fui. Despreocupate, ando bien. Ya no trabajo las piedras, eso sí. Las invento. ƑO me inventan ellas? Ultimamente son grandes, toscas, cubiertas de musgo. No las cargo ni las pulo ni las vendo. Me limito a rodearme de ellas.

"Me la paso en el jardín. Te gustaría. Los de al lado tienen una jacaranda que baña un rincón. Hay dos duraznos en flor. Cuando llegué esto lo tenían abandonado. Imagínate, la maleza estaba tan crecida que había viejos nidos de colibrí entre las ramas. Señal de que no venía nadie.

"Salgo mucho, a distintas partes. El alimento de los sentidos está lejos. Tú eres hombre, no podrías entender el imperioso dominio de esta cosa que sale por la garganta pero viene del vientre. Para ustedes la cosa es vivir en una luna de papel y preguntas. Me gustan las lunas de papel y las preguntas que ustedes se hacen, pero ninguna le ayuda a mi necesidad".

Siguen luego intimidades de Topacio. Me las brinco. Al parecer le va bien, en materia de ruido y compañía. Se oye un barullo entre líneas. La carta incluye esta pluma de pájaro y una fotocopia de libro. Esa sí te la presto.

Dos golondrinas sobre la veleta, un gallo estilizado, giran lentamente. Sólo la brisa escucha el diálogo. Están viendo con los ojos cerrados, con el tacto, con todo el cuerpo, pesando la luz sobre sus alas, las adormideras y el ágata, el mundo recién descubierto de los ciegos con sus manos lentejuelas de pupilas. Sabían que el amarillo es un chal sobre los hombros; que el púrpura y la brisa del sur pueden confundirse; que el negro es lento y callado; inmóvil de velocidad, el blanco. Las manos saben si hay niebla, si la luna es exigua.

Luego siguen otras líneas más, a mano: "A eso me refiero, pero lo dice mejor Cardoza y Aragón ƑSabes de qué hablo? Pregúntale a tu hermano, él ha de saber. Ya ves que lee lo que no vende.

"no te pienses que no tengo ratos cabrones. Una que se pone de pararrayos, de refugio de hombres perdidos en el camino, que topan con mis piedras, y se las llevan. A la hora de la hora, por mucho que me mueva, no voy a ningún lado. Los lados vienen a mí, y me visitan. Por eso nunca estoy sola. Porque tengo lado.

"Aquí encontré mi otro sentido. Pero todavía no lo conozco. Es un decir, decir que es uno sólo. Los sentidos son varios, ni sabemos cuántos. Las mujeres no sabemos orientarnos en el espacio, pero sí en los cuerpos. La brújula ha de ser un invento masculino.

"Leonardo da Vinci decía que los humanos somos un mundo menor, compuesto de tierra, agua, aire y fuego como el cuerpo terrestre, y a él se asemeja. Si el cuerpo tiene sus huesos, que le sirven de armadura y sostienen su carne, el mundo tiene sus rocas que sostienen su tierra. Y así todo.

"Pero bueno, dirás que estoy desvariando. La paro. Saludos a todos, en especial a tu hermano:

ƑViste? Te manda saludar. Y tú haciéndote el gacho con ella.

Esa vieja escribe como hombre.

ƑQué qué?

Tu amiga está lunática.

Tú que sabes de mujeres, idiota. Te gustan las que no piensan.

Perdóname, pero esa carta no parece escrita por una mujer.

Ajá. ƑY luego?

Nomás. Yo digo.

 

***

 

La tarde se desploma. No importa, la noche también es buena. El cielo ceniciento manda una brisa que agita las ramas apretadas de flor y desnudas de verde de las hojas de los duraznos. El jardín está amurallado por grandes rocas volcánicas. Aquí fue donde se detuvo la lava en su correspondiente milenio.

Hay jardín y hortaliza. Zanahorias, tomates, acelgas, chiles, lechugas, y variedad de flores. Topacio, con la camisa anudada sobre el ombligo y en shorts, recorre descalza las veredas de tezontle con la manguera, y va regando las plantas, atacadas por una repentina primavera. ƑA eso le llamará haberse peinado? Mechones caóticos echados arriba, y sostenidos con una peineta de madera y un lazo de cortina. Total, nadie la ve.

Sonríen las bricias, los perros, los crisantemos de color cambiado, los geranios siempre sedientos. Y todas las demás. Pero respetamos esta parte del secreto.

Topacio imagina que silba. El olor a barro mojado le alimenta los nervios de un sexto sentido. Piensa en el pez de plata en el agua de plata que choca contra la roca de plata.

El último resplandor del día trepa el pedregal, separado del suelo por una línea de sombra. Arriba el oro rojo de la tarde, abajo la plata blanca de la noche negra.

Ya vio Topacio mucho con las manos desde aquel entonces, pero no la sacia ni el canto que le viene por las afueras de la voz. Ni modo que el resto, sea pura adivinación. Lo hallado más allá de los sentidos y a pesar de ellos, al no haber manera de probarlo, lo refunden en la noción de magia, comodín a falta de experiencia concreta. Pero todo es uno, y las manos pueden ser una boca ardiendo.

Suelta la manguera al pie de los renacientes duraznos. La pequeña inundación produce espuma blanca, burbujeante en los bordes. Señal de que el nitrógeno está despierto. Topacio hunde los pies en el charco que forma el agua de la manguera. Cierra los ojos y pone a remojar los sentidos.

El jardín oscurece, invadido por el olor inmenso de la enredadera que muerde las rocas. Suena el teléfono desde la casa.

Un buen rato, el pobre teléfono.