La Jornada Semanal, 28 de marzo de 1999
Aprendí que el pueblo no tiene un nombre,
El pueblo tiene dirección y nombre,
sino muchos nombres, no
tiene una cabeza,
sino muchas cabezas,
el pueblo se llama Pedro
López, Baldemar,
José Luis, Guillermo, Carlos, Donato,
Arturo,
Toño, Eliseo, Lurias, Anita, Rosa,
Pepito, Donaciano, Carmelita,
Don Rafa,
Manuel çngel, Armando; se apellida
Gutiérrez,
Castellanos, Rojas, Esquinca,
Ruiz, Estrada, Gómez,
Rodríguez,
Pastrana y es Ernesto González, Valentín
Palacios,
Jaime Fernández, Juan Tamayo,
gente de carne y hueso,
con su casa, con sus sueños,
sus hijos, su trabajo, su amor, sus
manos,
su ternura, el pan que busca y el que está en su
plato.
cocina, oficio, corazón,
zapatos.
En Primera Poniente, se encuentra el pueblo,
en la
calle del cerro o en el patio.
Se le conoce porque siempre tiene
unas ganas
enormes de dar algo.
Lo importante de experimentar
Yo tengo la certeza de que podría en un momento
Hay otro camino más activo y espléndido,
Descubrir que lo extraordinario,
sería experimentar la
muerte,
cerrar todas las puertas e
introducirse en lo obscuro y
no regresar.
detener mi corazón,
morirme, casi he llegado a hacerlo
pero antes de dar la orden
definitiva,
me asalta el miedo y ¿quién va a indicarle latir de
nuevo?
ejercitarse en la
pasividad, en la sensación total,
romper de algún modo y salirse de
la órbita normal
del pensamiento humano. La muerte es una
idea,
llegar a la anti-idea, ver en la obscuridad,
respirar el
vacío, hablar sin articular palabra,
atravesar los muros
normalmente, algo así.
lo monstruosamente anormal
es
esta breve cosa que llamamos vida.
Tú eras mi otro licor del que solía
Tu boca me servía para el agua,
Eramos sólo una locura, sólo un sueño,
Nada nos era extraño
del mismo alucinante sacrificio.
Inventamos la flauta y enmudecimos
Herederos del agua y de la tierra,
beber mi corazón de
día.
Eras mi otro destino, mi otra suerte,
aquella emparentada
con mi muerte.
tus manos para tocar las
cosas,
en tus ojos sentía la luz que dan las rosas.
o como andar fatigándose en
la luna
o ser humo en un leño.
de los dos, nos conocimos
con todos los
tentáculos del cuerpo,
la saliva, la voz, la sangre, el
alma.
Eramos un rebaño de impurezas fecundas
pastoreadas por un
Dios en calma.
A la yerba asistimos, jugamos al
arroyo,
bautizamos al pájaro y al mirto,
éramos la corteza y el
cogollo
en el tiempo encerrado en un
carrizo,
y tu cuerpo y el mío nos quedaron como un signo.
del fuego tutelar, del aire
antiguo,
horneamos nuestro pan y
en nuestras venas
hicimos
nuestros hijos.
3 de septiembre de 1997.