La Jornada Semanal, 28 de marzo de 1999



(h)ojeadas

La constante mutación del mundo

José Homero

Sergio Pitol
Todos los cuentos,
Alfaguara,
México, 1998.

Mientras espero que concluya la clase dominical de mi hijo Ezra José, leo en un parque, a estas horas desierto, un cuento de Sergio Pitol. El viento me despeina e interrumpe mis divagaciones. Caen hojas verdes, verdes triángulos caen semejando mariposas. Blancas mariposas revolotean de arbusto en arbusto. Los ramalazos del viento sacuden el alto árbol y las hojas y los insectos y los pétalos son condensaciones de la luz girando en vórtice melódico. Pienso entonces en Heráclito. El devenir como un círculo y el movimiento. Pienso también en esa extraña cifra que compone la escritura: otra metáfora del cambio que no altera la unidad.

En un célebre texto, Jorge Luis Borges conjeturó que la escritura de un hombre urde su rostro verdadero; Walt Whitman, a su vez, famosamente advirtió que al tocar Hojas de hierba tocaban un cuerpo. Al paso del tiempo, hemos notado qué figuras dibujan las líneas del tapiz en la obra de Sergio Pitol. En principio patética y no exenta de la tentación barroca, como si la circulación del deseo sólo pudiera invocarse con su evocación: la sinuosidad de las líneas que se evaden, pues en Pitol lo novelesco es aquello que se resiste a la enunciación y la transgresión no es sino otro nombre de la trama: la red de agujeros, las pulsiones de la reticencia, esta escritura ha devenido fársica y elegido una suerte de desnudez estilística que mucho se vincula con la exhibición de los humores del cuerpo. Una lección de anatomía.

El arte de la fuga nos indicó que la confusión genérica surgía de la búsqueda por anular lindes y conciliar extremos. Si hemos de atender el criterio formal de Pitol, en esta poética reminiscente tanto de la sensibilidad romántica como de los efluvios cabalísticos, una escritura es una labor mágica que cifra la realidad. En esa tentativa calidoscópica, las formas se intercambian hasta encarnar en la Forma y la escritura resulta un emblema de la totalidad: un cuerpo, un rostro -un hombre.

La música del cuerpo

Leído como un cuerpo, El arte de la fuga señaló una situación: el escritor que fatigosamente hurtó el cuerpo en la escritura, al cabo nos enseñó a ver en la ausencia, la sombra, la silueta, el sigilo del desplazamiento. El barroco de Pitol se convierte en una sutil manera de encarar la modernidad y sus siameses enemigos: sólo una Forma puede enfrentarnos a la existencia. (Sólo existe quien adquiere forma.)

Al acercarnos a esa llama votiva, se revelan líneas, como aquellos esotéricos mensajes infantiles compuestos con tinta de zumo de limón. Se acusan los rasgos en los churreos y el rostro en el lienzo, y ya la reedición de Infierno de todos proclamaba otra vía de acceso a esos cuentos primeros: la oculta, la tímida biografía. Siguiendo los granos cuidadosamente dejados en el camino, he leído Pasión por la trama como un ejercicio más del arte del retrato propio. Imposible no leer de esteÊmodo la edición de Todos los cuentos, de falaz título pues falta, oh desdicha de los nuevos artistas de la errata que son los editores de Alfaguara, ``Victorio Ferri cuenta un cuento'', amén de ``Hora de Nápoles'' (Los climas).

Una vez cogida la llave de plata, aparecen cuentos tan empeñosamente oblicuos y compuestos como un desgarramiento en la opacidad, ``un manto espeso, cuyo seno se descubre a veces por iluminaciones instantáneas'', según leemos en ``Del encuentro nupcial'', tales como ``El relato veneciano de Billie Upward'' -que pasaría a formar parte de esa inolvidable historia de brujas que es Juegos florales, y ``Asimetrías''. El crítico curioso debe señalar las correspondencias entre este relato y los libros últimos de Pitol. Datamos ahí el inicio de la transformación que sufriría la identidad de Pitol y su conversión en un escritor distinto; el descubrimiento de la asimetría de la existencia y la constatación de que esa tensión sólo encarna en Forma mediante el arte. Es también un antecedente de la idea de la existencia como un arte de la fuga, título que tomará con el tiempo su biografía ensayística: ``todo en mi vida no había sido sino una perpetua fuga'' (El arte de la fuga). Huelga agregar que si el cuerpo es el corazón encendido en negro bosque, Venecia es la ciudad que condensa los afanes de Pitol. La cita que como epígrafe funge en este desvarío, tomada de Juegos florales, concluye: ``Todo está en todas las cosas'', el ensayo autobiográfico que abre El arte de la fuga. Y las opiniones sobre Don Juan en ``Asimetría'' reverberan en Juegos florales, y un ensayo al respecto es el primero de Pasión por la trama. ¿Casualidad? Pitol, estratega de la metonimia, ese arte de espejos, es uno de los escritores más inteligentes de nuestra literatura y una de sus virtudes es la composición y la astucia para con parvos elementos proponer lecturas, despertar sentidos.

La vida ausente

Sospecho, desde hace ya varios años, que la literatura debe vincularse estrechamente a nuestra vida. Ignoro cómo comenzó el desgarramiento entre vida y obra, en qué momento oscuros demonios de esos dominios impidieron la circulación feliz, reclamando en cambio un peaje doloroso. Pienso en autores cuyas declaraciones han alimentado la hoguera de la superstición con los secos chiles de los irreconciliables extremos: Borges, de nuevo, declarando que no se perdonó no haber sido feliz, García Márquez diciendo que prefirió ser escritor a ser feliz. ¡Vaya consejas! ¡Cómo no va a asustarse el joven que, mientras busca una Forma, persigue las incesantes líneas de la vida y ve en esas siluetas atronando por la pólvora y la picante sustancia monstruos proteicos, fenómenos atroces! ¡Cómo no va a sentirse angustiado por el fracaso, por la desgracia, cuando su naturaleza propendeÊal placer y la indolencia! Que el propio Pitol sufrió en sus miembros el potro de la tortura (``el combate entre la tentación del mundo y la soledad indispensable al proceso de creación. Es decir, la apetencia del mundo y al mismo tiempo su rechazo.'' ``La lucha con el ángel''), que sus libros últimos gozosamente enseñan una lección de vida, lo comprueba la inclusión de ``El oscuro hermano gemelo'', ya presente en El arte de la fuga, como último puerto del periplo narrativo que es Todos los cuentos.

Encierro y alejamiento

Los cuentos primeros trazan una división entre el exterior y la familia, entre la casa y sus consonancias: tradición, solar natal, y el afuera, venero de la disolución. Es el propio Pitol quien nos brinda la clave en La casa de la tribu, cuando esboza dos temas centrales en la literatura rusa del XIX: por una parte ``la relación entre el individuo y un núcleo social comunitario, la familia, el grupo profesional, la polis''; por el otro, la vida fuera de esa congregación que ``significa vivir en el error, aproximarse al abismo''. Paráfrasis de César Garizurieta aparte, ignoro si dicha taxonomía vale para la literatura rusa; sé en cambio que así es para la obra de Pitol.

Los primeros cuentos se concentran en las relaciones familiares. Dominan la pasión y esa espuria forma de arrebato/de rebato, que es el sonoro bronce del Poder. Poco después, con el desarraigo, comienza la búsqueda de un sitio donde fundar el Paraíso, donde recuperar el cuerpo desdeñado. Lo que sorprende es la unidad. En ambos territorios se continúa una escisión. Los personajes de Pitol no consiguen integrarse a una comunión que responde al nombre de los sentidos. Mucha literatura no es sino un lamento por la imposibilidad de recuperar esa unidad primaria. El personaje de ``La pareja'' busca la disolución en las grutas del alcohol y el erotismo, sólo para comprobar que tal catarsis dionisiaca sólo es válida para mentalidades primitivas.

Hay en toda la literatura de Pitol un hondo acorde, estremecedor en su estrépito, por la vida que transcurre fuera. Más que la cadenza de los violines del tempo fugit, lo que resuena aquí es el grave ostinato de hallarse ajeno, fuera de la existencia. Que la escritura de Pitol apenas se asoma a lo novelesco y, cuando lo hace, precisa de la distancia, del tamiz cristalino de la alusión, indica esa impotencia por rebasar la frontera. Otro cuento ejemplar al respecto es el espléndido ``Nocturno de Bujara'', otra historia de brujas, otro guiño al abismo.

En los primeros cuentos, la verdadera vida aparece asociada a la cultura. El infierno en Pitol ha sido la degradación humana. Sus atributos son la vulgaridad, la maledicencia, los disfraces de la estupidez. Por supuesto que el destinatario del título de Infierno de todos es el refranero, pero, ¿qué obra de Pitol no se circunscribe al temor a los chismes, al ahogo, a la charlatanería? Frente a esas muestras de abyección, el mundo del arte y la cultura aparece como un espacio libertario. Véanse ``Pequeña crónica de 1943'' o ``Un hilo entre los hombres'' que anuncian ya el desencanto por la erudición libresca cuando no se acompaña de un compromiso vital.

Una vez que el narrador salga del país y se enfrente a los lugares que adormecieron su mirada vesperal, allá en la familiar casona, descubrirá que esa vida se encuentra, igualmente, poblada de seres lamentables. Y la verdadera vida continuará afuera: bajo el departamento de Varsovia o de Bristol, donde suceden encuentros furtivos, donde el sol bate: ``tardes de verano íntegramente dedicadas a la traducción mientras por la ventana contemplaba con envidia la frescura del jardín vecino, el ondular de cuerpos bajo el sol'' (``El regreso''). ¿No acaso la vicisitud de Carlos Ibarra en El tañido de una flauta, su tránsito de la creencia apolínea en el arte y su ulterior conversión al culto solar de los sentidos, que no es febeo, señalan las transformaciones en el alma de Pitol? En la sugerida -pero nunca evidente- biografía de Pitol ocurre un encuentro que lo acerca al abismo. Y hay constancia en los cuentos: el horror que es temor al rostro propio, a descubrir la índole secreta, las inclinaciones latentes... No otro ha sido el tema del Mal. El Pitol de los sesenta encarna a su modo La muerte en Venecia. Ya ``Del encuentro nupcial'' frasea la insinuación de un tema: el encuentro en un barco entre un hombre mayor -¿qué tan mayor podría ser Pitol entonces?- y una caterva de jovenzuelos, presuntamente hippies. Ese encuentro, claro está, recuerda al de Aschenbach en la cubierta del barco que lo conduce a Venecia. El creyente en la cultura asiste a la representación de un retorno de Dionisio y, no sin cierta aprensión, constata su envejecimiento. Ese es el tema de ``Nocturno de Bujara'': latencia de lo primitivo, atisbo de la bestialidad dormida. El culto solar al que dice haberse convertido Carlos Ibarra en El tañido... no es heleno sino oriental: los vestigios, los harapos, diríamos, para estar a tono con esta escritura obsesionada por las manifestaciones de urbanidad, de la religión de Mazda.

Escritura moral, poco me interesa esa tensión entre los extremos de no ser porque resuelve el dilema aceptando que una forma, otro nombre para el arte, concilia el irresoluble conflicto en un organismo nuevo: vida y arte resultan uno en la obra. Y esa lección provocará una nueva visión: la vida no está más allá, forma parte de la obra; el cuerpo y sus delirios no llevan al abismo sino a la liberación. De ahí que esta

narrativa haya pasado de los climas góticos a los escenarios de carnaval. Los que fueran sellados orificios resultan, con la aceptación de ese Tema Unico, la muerte, espacios de liberación. Y recuerdo esta frase de Bajtin adoptada por Pitol: escribir es ``dejar un testimonio personal de la constante mutación del mundo.''

Retorno

El viento continúa su danza, arrebatando hojas, componiendo espesa retama entre el paxcle colgadizo y las antojadizas mariposas. Las aguas de las fuentes circulan y a mis pies salpica la sombra de las hojas. Crepitan las hojas secas como chicharras oprimidas por los agudos rayos que tamiza la retama. Aspiro la tranquilidad de esta mañana de domingo en que del molicioso cuerpo de la tierra se desprende un aroma sexual, de hembra saciada y protectora. Un hombre de abdomen prominente pasa el escobón de secas varas bajo las bancas. Imposible continuar pensando en el devenir. Me pregunto si fue Anaximandro quien asoció el mal, la injusticia, la caída, a la existencia. Un tema antiguo, una melodía primaria. Como estirar las piernas, otear las montañas deshaciéndose en la telaraña de la luz solar y pensar que el mundo está bien hecho. La circulación equivaldría al desarraigo. Sólo quien contemple, quien pueda convertir en atributo el retorno a una unidad primordial, puede disfrutar del bien. La incandescente inflorescencia de las bugambilias, mis pasos resonando en los peldaños de piedra, las escamas de la serpentina piel de los lagos en lontananza, me aseguran que no hay nada más cierto que una existencia contemplativa. Por el momento debo apresurarme: el tiempo continúa y debo recoger a mi hijo en la iglesia cercana, esta mañana de domingo.



CUENTO


Caracol y otros gérmenes

Armando Ortiz

Enrique Jaramillo Levi,
Caracol y otros cuentos,
Editorial Alfaguara,
México, 1998.

Desde que en 1973 Enrique Jaramillo Levi (Colón, Panamá, 1944), publicara su volumen de cuentos Duplicaciones, ha logrado lo que pocos escritores centroamericanos: destacar con un estilo propio. Sin embargo, no ha sido el suyo un estilo que se haya estancado en reiteraciones obsesivas o redundancias efectistas; la literatura de Jaramillo Levi ha ido evolucionando a medida que su oficio de escritor se intensifica. Desde la publicación de ese extraordinario cuento fantástico titulado ``Germinal'' (1973), hasta la publicación de ``Caracol'' (1997), se advierte esa honda preocupación del autor por encontrar nuevas diversidades estéticas y argumentales. Caracol y otros cuentos es un ejemplo de esta diversidad. Publicado en el año de 1998, Caracol y otros cuentos incluye además, a decir de su contraportada, `` los mejores relatos de Fisuras (1993-1995) y Tocar fondo (1993-1995), las dos antologías más recientes que hacen de Jaramillo Levi uno de los puntales del género corto...'' En este libro, el autor sigue participando de esa densidad que es una constante en su obra, densidad que hace de la exploración de su escritura una experiencia no gratuita pero sí satisfactoria. Asimismo, el autor insiste en esas evocaciones eróticas que se mantienen ya como parte de su lenguaje, evocaciones sugerentes que van desde el más descarado erotismo -como se advierte en ``Regreso'', un cuento posmoderno que bien pudieraÊhaber sucedido en Panamá o en Miami-, hasta las eróticas fantasías incestuosas que se describen en ``El inédito'' y en ``Tocar fondo'', que ya se vislumbraban en ``Germinal'' (el hecho de que un hermano convertido en planta acaricie los senos y le penetre el tronco transformado por la boca a la hermana, es una imagen harto erótica lo mismo que incestuosa). En este campo el autor avanza donde otros no se atreven, sin titubear, seguro del terreno que está pisando, sin caer en lo grotesco.

Cierto que la unidad de este volumen de cuentos no se debe a los temas, sino al lenguaje; cuando Jaramillo Levi se decide a narrar, es un deleite leer la descripción de esas sensaciones internas, como la que se encuentra en ``Fisuras'', la historia magnificada de una venganza: ``La comprensión, fulminante como larga había sido la amnesia, es otra dócil vertiente del pánico, nueva trampa urdida con toda la saña del mundo por la soledad, su más antigua compañera.'' Pero es en este aspecto donde el autor corre el mayor de sus riesgos. Inoportunamente, siente que debe seguir describiendo, que la atmósfera debe saturarse hasta asfixiar al lector; él mismo reconoce (si acaso lo escrito en verdad debe atribuírsele al autor y no sólo al personaje que lo narra), en uno de los cuentos de este volumen: `` Ojalá pudiera yo escribir así, con... Economía de lenguaje, dicen los críticos.''

La figura del padre también se encuentra presente en este libro, sobre todo en ``La ilusión'', cuento de estupenda hechura, que narra la historia de la narración que estamos leyendo, proponiendo un juego circular en el que el lector forma parte de la estructura del cuento; pero es en ``El inédito'' donde Jaramillo Levi hace una apología de la figura del padre, lo mismo que del escritor; apela a nuestro sentimentalismo sin artificios ramplones, se apega a la historia y, sin excusas, narra, simplemente narra. ``La última ola'' es el testimonio íntimo del autor ante la terrible batalla que tiene que sostener frente a la página en blanco, página hostil que nos reta y en ocasiones nos vence. ``La última ola'' es el más posmoderno de los cuentos aquí elaborados. La historia se da en diversas voces: a veces hay un narrador omnisciente, a veces el que narra es una primera persona pero, omnisciente o primera persona, el autor se reconoce en su tribulación de escritor, de creador, de hombre, y por eso se da licencia para escribir lo siguiente: `` En la vida como en la literatura, seguir vivos sin dejar de ser auténticos, es el más grande desafío.''

El último de los cuentos de este libro es acaso el más significativo de la colección. ``El vendedor de libros'' es un cuento en donde el autor real hace una intromisión a la ficción; ya en ``Ilusiones'' se ve este aspecto de la narración, pero es en ``El vendedor de libros'' donde más se evidencía este hecho, donde sentimos una narración doble, gemela, paralela. Es la historia de un hombre, vendedor de libros, que después de muchas vicisitudes que nos comparte, decide escribir un libro de cuentos titulado ``El vendedor de libros''. El lector, a decir de mi propia experiencia, está de acuerdo en que, después de tantos problemas, finalmente le vaya bien al pobre vendedor. Sufrimos una experiencia empática que nos permite condolernos y al mismo tiempo alegrarnos de la suerte del pobre hombre pero, al final, el autor, el verdadero autor del libro, Enrique Jaramillo Levi, nos saca de este trance y nos coloca a cada uno en su lugar, explicando en las últimas páginas del cuento, a manera de epílogo, que la historia es un cuento dentro de otro que él mismo nos narra. Sin embargo, Jaramillo Levi nos recupera cuando establece que en todo libro debe germinar la esperanza. Es esta última frase la que resume el esfuerzo del autor, un autor que no permanece estéril sino que germina, que florece, que fructifica.



POESIA


Instrucciones para escurrir una escalera


Enrique Héctor González

Francisco Segovia,
Rellano,
Ediciones del Ermitaño, Minimalia,
México, 1998.

Rellano es un libro de humedades tan intensas e inmediatas que de cada página se levanta una suerte de ola ciega que siempre da en el blanco. El título mismo de la obra sugiere menos una tempestad que una brisa modesta, remanso de palabras como nubes que apenas amenazan la llovizna. Los motivos del agua aparecen en la obra del autor, Francisco Segovia, desde sus primeros textos, como aquel lejano Keepsake (donde la revista Vuelta publicaba colaboraciones casi epigramáticas de tan concisas) en el que el poeta escribe, con la gracia natural y la sugerente sutileza del talento en ciernes:

Este breve texto, aparecido cuando Segovia tenía unos veinte años, resume y revela, en su nutrida resonancia, el núcleo del que partirá la obra posterior de este poeta presocrático.

Rellano, en efecto, es una breve sinfonía en la que el poeta muestra la segura mano con que mueve los elementos más vivos de la naturaleza, sus semas esenciales. Organizado en tres etapas (``Intemperie'', ``Rellano'' y ``Otros aires'') que traducen con precisión el allegro, andante, allegro de la cuidadosa música que embalsa su silencio, el texto muestra la nitidez de concepción de un poeta que sabe equilibrar la marea y sus arrebatos con la brisa que celebra la faena concluida, una caricia de agua luego de varias noches de borrasca. La liquidez de sus imágenes, entonces, lo es por partida doble: fluyen, sin prisa y sin pausa, con las infinitas virtudes proteicas del agua que, en los poemas de Segovia, es lo mismo ``borrosa lluvia'' o ``río que rebasa sus orillas'', que ``dura geometría'' de ``aristas rectas''.

La sombra que ya despuntaba en aquel viejo poema adolescente, espigado en uno de los primeros números de la revista de Octavio Paz, se escucha en la fecunda magia sinestésica del viento que reparte por todos lados árboles serenos y sonoros: álamos, chopos, cipreses, tilos, fresnos, robles... locus amoenus en que ocurre el Rellano de Segovia y en el que se pueden encontrar, sin gran esfuerzo, los ecos y paisajes de la poesía de Luis Cernuda y del mismo Paz, bien asimilados y robustecidos por el poeta: ``A la sombra de este sauce el agua se remansa/ y el río halla otra vez su silencio subterráneo.''

Segovia se muestra en Rellano como poeta de la mirada; sus textos, antes que hablar, susurran por lo bajo imágenes que parecen pintadas más que escritas: ``Una claridad de agua alumbrada invade el aire...// La tarde suspende su barullo/ como un animal que se detiene y escucha/ en la radiante vastedad/ cómo respira una marea lejana.'' Su tautológico amor al mimetismo (vientos que se hacen aire, sombras que se hunden en las sombras) confirma que la ascendencia visual de esta obra -tutelaje que, por otra parte, acatan todos los grandes poetas (sólo que aquí es singularmente intenso)- produce casi la desaparición del sonido de las palabras o, mejor dicho, su transformación en materia visible. Si el poeta es un contemplador de imágenes (porque no sólo las inaugura sino que también las consiente), Rellano prevalece como un libro que se complace en cortejarlas con la destreza y discreción de quien sabe descansar la mirada, descalzarla de la angustia que cotidianamente la aqueja, y ofrecerse a sí mismo como rellano, ``tierra firme/ también para el agua de la lluvia''.



ENSAYO


Subversivos exquisitos

Sara Morgan

Gonzalo Valdés Medellín,
Tras el espíritu de Akenatón.
Subversivos contemporáneos,

Textos de Difusión Cultural UNAM,
México, 1998.

Poco puede decirse de un trabajo que por sí mismo lo dice todo. Tras el espíritu de Akenatón es una compilación de textos aparecidos a lo largo de más de diez años en diversos medios capitalinos, en los que Gonzalo Valdés Medellín analiza, con lujo de cuidado, obras de autores contemporáneos de distintas nacionalidades y formas de expresión. El resultado es un libro que aporta mucho más que la mera descripción de los trabajos elegidos, por lo demás impecablemente escritos.

Y es que Valdés Medellín no sólo se adentró en la circunstancia individual que llevó a tal o cual autor a realizar su obra, sino que demás buscó deliberadamente los vasos comunicantes que los hermanan, para así dar coherencia al conjunto de trabajos analizados. Lo que está en juego entonces es el cuestionamiento de los valores sociales más defendidos, un cuestionamiento que ya no sólo emana de las plumas de Wilde, Genet, Lessing, Sontag, Capote, Onetti, London, Hiriart y Solares, entre muchos otros, sino del propio Valdés Medellín, de su elección por ellos y de la arista desde la que los aborda.

Bajo el hilo conductor de ``haber sido tocados por el espíritu de Akenatón'' (un monarca egipcio de talante rebelde y anticonvencional, que reinó hace tres mil cuatrocientos años), los autores y las obras analizadas por Valdés Medellín tienen eso en común: la elección unánime de una vía subversiva para ver el mundo, una propuesta a la vez estética y capaz de sacudir las buenas conciencias.

Cada trabajo añadido da cuenta de la obra analizada, de la circunstancia en que fue escrita, de las motivaciones del autor, de la vida de éste, de su inserción en la sociedad de su tiempo, de la particularidad de las contradicciones imperantes, de la toma de conciencia del escritor ante tales contradicciones y, acaso, de la receptividad del público, sobre todo si se trata de un montaje teatral. Pero Valdés Medellín va aún más allá para encontrar un símbolo, una característica de la unicidad y a la vez universalidad de los escritores, hasta cumplirse la máxima de Unamuno: ``Nada de lo humano me es ajeno; yo soy yo y soy el otro.''

El joven Valdés Medellín (1963) nos entrega un trabajo tocado por la pasión. Descritas por él mismo como sus ``obsesiones literarias'', sus reseñas tienen el sabor de quien se pone la piel del autor analizado, sin importar sus virtudes ni sus flaquezas. Desde ahí, aunque se vuelva un cómplice, no tiene pretensión alguna de convencer a ultranza, puesto ya el lector sobre aviso de que puede tratarse de creadores estigmatizados incluso hasta la náusea. Lo que no deja lugar a dudas es que se trata de propuestas donde no cabe la hipocresía, que son textos ``para sacudirnos la decadencia que amenaza con destruir la fe y la esperanza en la vida''.

Desde el punto de vista estructural, el trabajo es también impecable. El autor ordenó por bloques, de acuerdo con determinadas características específicas, a los autores y sus obras (treinta y cuatro en total). El mismo hace la presentación, donde explica a su vez las motivaciones que lo llevaron a elegirlos precisamente a ellos y a ellas. Hace además reflexiones al margen, en las que manifiesta desacuerdos u omisiones sobre asuntos tratados o puestas en escena, y se aventura a especular cómo le hubiera gustado que se resolvieran, como si dialogara con el autor en turno. Tiene con qué hacerlo: es evidente que se adentra en el conocimiento de la obra, la particular y la total, de los escritores que analiza, que está más que comprometido con su oficio, y que su motivación última es el amor manifiesto por la literatura



FICHERO

Crónica

Chile bajo Pinochet, Claude Katz, traducción de Joaquín Jordá, Editorial Anagrama, Barcelona, España, 1998, 126 pp.

Ensayo (autobiográfico)

Llover sobre mojado.Memorias de un intelectual cubano (1957-1997), Lisandro Otero, Col. Documento, Ed. Planeta, México, 1999, 269 pp.

Mi camino: La guerrilla. La apasionante autobiografía del legendario combatiente centroamericano César Montes, Julio César Macías, presentación de Carlos Montemayor, Ed. Planeta, México, 1999, 370 pp.

Ensayo (histórico)

Los pasos del héroe, Martha Robles, Colección Tezontle, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Fondo de Cultura Económica, México, 1998, 364 pp.

Ensayo (literario)

Encuentros y reflexiones, Silvia Molina, Serie Diagonal, Coordinación de Difusión Cultural/Dirección de Literatura/UNAM, México, 1998, 160 pp.

òltimo tango en Buenos Aires, Diego. Poetas, púgiles, futbolistas, mitos. Antonio Marimón, Editorial Cal y Arena, México, 1999, 259 pp.

Voces de la posmodernidad. Seis narradores mexicanos contemporáneos. Alfonso González, Serie Diagonal, Coordinación de Difusión Cultural/Dirección de Literatura/UNAM, México, 1998, 171 pp.

Libros de arte

Escultura Tolteca, Xavier Noguez, Círculo de Arte/Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1998.

Libros de viaje

spaña fiel. Manuel Gómez Morín, dibujos de Maroto, Ed. Verdehalago, México, 1998, 78 pp.

Promoción Social. Una opción metodológica. Silvia Galeana de la O. (coordinadora), Escuela Nacional de Trabajo Social/Plaza y Valdés Editores, México, 1999, 166 pp.

Milenarismos

Extasis, misticismos y psicodelias en la posmodernidad. (Un análisis socioantropológico marxista), Miguel çngel Adame Cerón, Ediciones Taller Abierto, Sociedad Cooperativa de Producción, S.C.L. México, 1998, 184 pp.

Narrativa

Don Segundo Sombra, Ricardo Güiraldes, introducción de Juan Carlos Ghiano, aproximación al texto y notas de Renata Rocco-Cuzzi, Colección Biblioteca Clásica y Contemporánea, Ed. Losada, México, 1998, 287 pp.

Los años con Laura Díaz, Carlos Fuentes, Col. Biblioteca Carlos Fuentes, Ed. Alfaguara, México, 1999, 600 pp.

Los perros de Cook Inlet, Alberto López Fernández, Colección El Clan, núm. 2, Libros del Umbral, México, 1998, 118 pp.

Poesía

Fragmentos sin fondo, Carlos Mongar, Col. Minimalia, Ediciones del Ermitaño, México, 1998, 51 pp.

Coplas a la muerte de su padre y otros poemas, Jorge Manrique, prólogo y notas de Gabriela Mogillansky, Col. Clásicos Universales, Losada/Océano, Barcelona, España, 1998, 134 pp.

Variaciones sobre una nostalgia, Enrique Cortázar, Serie Presente perpetuo, Textos de Difusión Cultural UNAM, México, 1998, 109 pp.

Revistas

Con Fabulario. Cuaderno de Talleres, No. 6, octubre 98-enero 99, Publicación literaria, México, 1999, 29 pp.

Mandorla, Nueva escritura de las Américas, edición multilingüe, artículos de Mario Bellatín, Thad Ziolkowski, Mónica de la Torre, Suzanne Ruta, Linda Norton, Verónica Volkow, entre otros. FONCA/Editorial Aldus, México, 1998, 127 pp.

Poesía y poética, Publicación trimestral, No. 31, Universidad Iberoamericana, México, 1998, 110 pp.

CG-T