La Jornada Semanal, 28 de marzo de 1999
De cuerpo presente el poeta es un hombre cálido y amoroso. Sonríe fiel y deja de sonreír pronto. Camina con dificultad. Se apoya en las muletas que tanto odia y que tanto necesita. Desde un principio es cordial, aunque nos reprocha la insistencia de venir a visitarlo. Sólo alcanzo a darle las gracias, esperando que perciba nuestra grata emoción por estar ahí. Sensible, nos abre su intimidad sin regateos.
Pasamos a la sala donde le gusta sentarse a leer. Jaime muerde la boquilla que sustituye al cigarro. Extraña el sabor, el olor y el humo del tabaco. Me quedo mirándolo y simplemente dice: ``El médico me tiene prohibido fumar, pero hay vicios que son terribles.'' Después de unos minutos continúa: ``estoy listo, puede preguntar lo que quiera'', me dice, con gesto de aprobación y mirándome a los ojos.
Jaime Sabines: ¿Va a empezar con las preguntas fáciles o con las difíciles?
Ana Cruz: ¿Cuáles prefiere usted, don Jaime?
-Me da igual...
-Entonces, ¿qué le parece si comenzamos con una de las fáciles?, ¿qué significa la poesía para usted?
Me mira de reojo y responde siguiendo la broma.
-¿Esa se le hace de las fáciles...? Pues es muy difícil, porque es una pregunta a la que puedo responder de muchas maneras. No hay una sola respuesta para cierto tipo de preguntas. Le puedo dar todas las respuestas del mundo, pero le daré la que me parece más verdadera en mi caso: la poesía es un ejercicio necesario, absolutamente necesario; inevitable, diría yo. En alguna ocasión dije que era como un destino. Más que una vocación, la poesía es un destino. En ella se encuentra un cincuenta o sesenta por ciento de oficio, de rigor, de disciplina. Lo demás es lo que antiguamente se llamaba inspiración, aunque actualmente ya no es una palabra muy aceptada. Hay quienes prefieren hablar del subconsciente o cualquier otro término de la psicología moderna. Pero se refiere a lo mismo, es la facilidad con la que al poeta se le dan los poemas, como algo natural.
-¿Al poeta se le dan los poemas por inspiración? ¿Considera que es un privilegiado que goza de más momentos de inspiración que el resto de los creadores?
-No, yo no diría que los poetas tienen más momentos de inspiración, pero sí que tienen más sensibilidad para percibir las cosas que los rodean. Un poeta es una gente ``descarnada'', es decir, una persona que va por el mundo sin piel, con la carne viva. Por lo tanto, las cosas que suceden le afectan más que a otros. No tiene nada que lo cubra, que lo proteja y entonces, como respuesta a la vida, se le da la poesía.
Nacido en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, en 1926, Jaime Sabines rebasa ya las cinco décadas como poeta. Su vida de escritor se inicia muy joven; sin embargo, no es hasta que su poesía madura cuando se decide a publicar, por ello se desconocen muchos de sus versos de adolescencia y juventud. Su primer poemario, Horal, sale a la luz en 1950, seguido por La Señal, que se publica en 1951 y Adán y Eva, editado en 1952. Producto de un escribir infatigable, imperioso, obsesivo, Sabines considera que ``la poesía ocurre como un accidente, un atropello, un enamoramiento, un crimen...''
-Don Jaime, háblenos de sus primeros años de poeta, de esos tiempos en los que usted se da cuenta de que posee el don de la poesía. ¿Cuándo descubre realmente eso que llama ``su destino''?
-Bueno, eso que yo llamo mi destino lo descubrí ya tarde. No fue en los años de juventud, ni en la adolescencia, tenía como 45 o 50 años. En las primeras experiencias uno juega con la poesía como con cualquier otro entretenimiento. En mi caso, llego a la poesía porque en mi casa me enseñaron a recitar, muchas veces lo he dicho, recitaba todos los poemas del Declamador sin maestro, me los sabía de memoria y era un acto social, un acto de comunicación, pero más que nada social.
-¿Cuándo empieza a tomar en serio la poesía y por qué?
-En realidad empecé a tomarla en serio cuando me vine a estudiar medicina a la ciudad de México en 1945. Aquí, desgraciadamente, la soledad de esta gran urbe resultó para mí un ambiente bastante cruel. Yo era un muchacho de provincia al que le asustaba la ciudad; entonces, como una forma de huir de mis miedos, me echaba encima de las libretas a escribir todas las noches, desaforadamente, compulsivamente.
-¿Dónde quedaron esos escritos? ¿Alguna vez pensó en publicarlos?
-Si le contara...
Sabines se acomoda en la silla, pasa la mano por la nuca todavía adornada con abundante cabellera, vuelve a sonreír con la boquilla en la boca. Recuerda aquellos años de su vida con cierta nostalgia, su voz suena serena. Nos habla de una época en la que lo acompañaron la soledad y el descubrimiento.
-En aquella época sólo escribía como desaforado, no analizaba mi obra ni se me ocurría que podía publicar algo de lo que escribía. Años después, concluí que nada de aquello valía la pena para la poesía y rompí todo lo que había escrito. No fueron años perdidos, sin embargo: fue entonces cuando me hice realmente poeta, sin escribir un buen poema.
-¿No se arrepiente de haber roto aquellos poemas?
-Cuando lo hice estaba convencido de que no valían la pena. Fue después de haberlos destruido cuando pude empezar a escribir cosas mejores. En 1949, cuando entré a la Facultad de Filosofía y Letras, después de dejar la carrera de Medicina en la que estuve inscrito por tres años, comencé a leer a los grandes poetas del mundo hispano y, gracias a su lectura, sientoÊque mis poemas suenan ya diferente. Aunque le advierto que en esa época recibí muchas influencias, sobre todo influencias formales que me impulsaban a escribir parecido. Escribí a la manera de Neruda durante seis meses, a la manera de García Lorca otros seis meses, de Juan Ramón Jiménez otra temporada y así imité a todos los grandes poetas del 27, sin pretender conscientemente escribir como ellos. Sobre todo, Pablo Neruda me influyó mucho.
-¿Se daba cuenta de las influencias que se apoderaban de su escritura o no las percibía?
-¡Claro que me daba cuenta de que esos poemas no eran míos! Son obras de García Lorca o son obras de Neruda, me decía a mí mismo. Pero poco a poco empecé a escribir cosas diferentes... fui notando que ya era una voz propia que se iba abriendo paso entre tantas influencias.
-Las influencias son necesarias e inevitables, a veces hasta deseables pero ¿cómo logra usted liberarse de ellas y ser usted mismo? ¿Se es más libre cuando se han sacudido las influencias?
-La libertad se adquiere, paradójicamente, con el mayor rigor y la mayor disciplina. Así es la creación poética. Alguna vez dije que era un ejercicio impúdico, en el que el hombre se tiene que desnudar para escribir. El poeta tiene que darse totalmente en cuerpo y alma. Entonces hay que trabajar muchísimo para poder escribir. No es cuestión de que le dicten a usted todos los poemas. Hay que tener el oído bien despierto, alertas los ojos y toda la piel al descubierto, y escribiendo aprender a escribir, como el nadador que quiere llegar a nadar bien y tiene que meterse al agua todos los días; ése es el hecho de escribir, el ejercicio de escribir, la disciplina de escribir. Sólo a través de muchos años se van obteniendo resultados, únicamente cuando se ha hecho una buena siembra se van cosechando productos consistentes.
Vuelvo a fijar mi mirada en sus ojos y por unos instantes no decimos nada. Jaime corresponde con la vista al silencio y murmura:
Uno apenas es una cosa cierta
que se deja
vivir, morir apenas
y olvida cada instante, de tal modo
que cada
instante, nuevo, lo sorprenda.
-Maestro, háblenos de Horal, su primer libro de poemas. ¿Cómo es que surge y cómo publica por primera vez?
-Bueno, Horal es mi primer libro, lo escribí en 1949. Fue cuando le digo que sentí que ya tenía una voz propia, porque ya había escrito cientos de páginas que se fueron a la basura, pues afortunadamente siempre tuve un sentido bastante crítico y muy exigente. Cuando empecé a escribir Horal me di cuenta que por ahí podía venir mi primer libro; ya tenía 23 años y fui muy afortunado en publicarlo en 1950. Originalmente había reunido en ese libro 62 poemas, pero recuerdo que cuando ya se aproximaba la fecha de entrega del manuscrito al gobierno del estado de Chiapas -porque fue editado por el gobierno de mi tierra-, unos días antes de irme a Tuxtla, lo dejé en 32 poemas. Más tarde, cuando ya estaba en la imprenta lo moché y lo dejé en 18 poemas y así apareció publicado. Pero antes de Horal ya había colaborado en algunas revistas en la Universidad Nacional, aquí en la Ciudad de México y también en Chiapas, así que decidí guardar más de 40 poemas para otra ocasión.
-La soledad está muy presente en sus poemas. En Los amorosos, por ejemplo, escribe usted... ``son los insaciables, los que siempre -¡qué bueno!- han de estar solos'', pero también nos dice en alguno de sus versos que la poesía es un intento de acabar con la soledad. ¿La poesía siempre se queda en el intento? ¿Nunca logra vencer a la soledad?
-El hecho de escribir es ya el hecho de romper esa soledad; ese instante en que usted escribe es un instante de comunión, con las personas y con la vida. Hasta con los muebles y las cosas. Escribir es el verdadero sentido de la vida. En lo personal, para los poetas es una especie de catarsis. Recuerdo que cuando la muerte de mi padre, escribí todos esos poemas, noche tras noche a medida que iba transcurriendo la enfermedad y, más tarde, cuando su muerte, el entierro, el luto. Después de escribir en 1961 Algo sobre la Muerte del Mayor Sabines, guardé silencio durante tres años, porque ya estaba harto de hablar de la muerte, pero no podía quitármela de la cabeza. Al fin, el tema de la muerte me vence de nuevo y me doy cuenta de que no podía salir de aquello mientras no lo enfrentara decididamente. Así, resolví escribir la segunda parte del poema de El Mayor Sabines en 1964, más o menos. Escribir me ayudó a salir de mi soledad. Muchas veces, cuando uno se está muriendo o se muere un ser querido, escribir es todo lo que importa.
Hijo del Mayor Julio Sabines y de doña Luz Gutiérrez, el poeta hereda, de su padre, la tradición libanesa y la férrea disciplina, y de su madre, el orgullo y la generosidad. Sus días de infancia transcurren en Tuxtla como los de cualquier otro niño, pero su habilidad para recitar lo convierte en el orador oficial de la escuela. En la poesía, Jaime encuentra la posibilidad de comunicarse, de expresar públicamente sentimientos, anhelos, tristezas y amarguras, la experiencia de vivir y morir.
-En ese sentido, ¿la poesía es liberadora? ¿Nos ayuda a aceptar a la muerte?
-En ese sentido y en muchos otros la poesía es liberadora, sobre todo de las tensiones humanas. Creo que uno es como una caldera que está ardiendo y que va aumentando la presión cotidianamente, hasta que explota o hasta que se le abren las válvulas. La poesía es una de las válvulas que tenemos para liberar la caldera de la presión que vivimos, tanto de la alegría como del dolor.
-Hablemos de Tarumba, que es realmente muy distinto a Horal; es un canto a la vida y un poemario que ha sido inspiración para muchos otros artistas y pensadores.
-Es un canto a la supervivencia más que a la vida. Tarumba fue escrito en las condiciones más adversas para un poeta. Fue cuando me acababa de casar y tenía que vivir de algo, sacar adelante a mi esposa, porque albergaba la idea de tener hijos y de darles lo necesario. Pero cuando me preguntaba: ¿Y con qué vamos a comer? o ¿con qué voy a mantener a mi familia?, la poesía no me resolvía el problema. Entonces, mi hermano Juan, que tenía una tienda de ropa, me dijo: ``ahí está la tienda, si quieres quédate con ella'', porque él se venía a la Ciudad de México a ser diputado federal. A Juan le gustó siempre la política. Esto fue a fines de 1952. Yo me quedé a trabajar la tienda de ropa en Tuxtla. ``¿Cuánto voy a ganar?'', le pregunté a mi hermano Juan. ``Tú ponte el sueldo'', me contestó. ``Entonces voy a ganar mil pesos mensuales'', le dije yo. Pero al año y medio ya no aguantaba con los mil pesos y le volví a decir: ``me voy a aumentar el sueldo''. ``Pues auméntatelo'', me contestó, pero ése es otro aspecto. El dinero nunca me ha importado. El caso es que, de pronto, estaba yo en una tienda de ropa, viviendo del oficio más antipático del mundo: el comercio. ¿Qué hace uno después de estar vendiendo mantas, camisas y suéteres? ¿Qué hace uno?
-Sin embargo, es una época muy fructífera para su poesía. ¿Escribía de día en la tienda o en las noches después de cumplir con su trabajo?
-En la tienda me pasaron cosas tremendas. De pronto me di cuenta de que ya llevaba como seis meses trabajando de comerciante y que no había escrito ni media palabra. Y me dije: voy a hacer poesía de sombra, como los boxeadores; voy a escribir un soneto diario para aflojar la mano nada más, sin ninguna otra pretensión. Me eché un soneto diario durante treinta días, claro que después los leí y los rompí todos. Era como hacer poesía de sombra, lograr que la mano estuviera acostumbrada a escribir. No sé cómo, pero de algún modo me sirvió, porque al mes y medio empecé a escribir Tarumba.
-¿Se angustiaba al ver pasar los días sin escribir? ¿Se angustia actualmente cuando no escribe? ¿Sigue haciendo poesía de sombra?
-Antes sí me angustiaba mucho, ahora ya no. Me he acostumbrado a que tengo periodos de sequía enormes, muy justificados por tantas operaciones quirúrgicas, tanta cama, tanto médico y tanto dolor. Habitualmente, mis libros han salido cada tres o cuatro años, con excepción de los tres primeros, que se publicaron año tras año: Horal, La señal y Adán y Eva fueron escritos con un año de diferencia. Pero pasaron cinco años para escribir Tarumba, y después me tomó cuatro o cinco años para escribir el Diario Semanario, y así ocurrió con los libros sucesivos. Siento que hay tiempo de sembrar y tiempo de cosechar. Bien dice la Biblia que existe tiempo de frío, tiempo de calor, tiempo de vivir, tiempo de morir. Y lo mismo es en la poesía. Hay tiempo de sequía y tiempo de lluvia.
-¿Cómo es su relación con el lenguaje, con las palabras? ¿Usted las busca, las persigue o ellas llegan?
-¡Ellas llegan! -nos dice Sabines disfrutando su respuesta. -¡Muchas veces ellas llegan aunque no las llame, pero me doy cuenta al momento de escribir! Escribo casi como va a quedar el poema definitivo y siempre corrijo en el momento de escribir, el de la corrección es un acto simultáneo al de la escritura. Tengo muy pocas correcciones. El otro día me vino a visitar Carlos Monsiváis y le enseñé mis libretas de hace veinticinco o treinta años. Se quedó pasmado y me dijo: ``¡Si no corriges! ¡Escribes a la primera!'' Y es verdad, en general si usted observa esas libretas no se ven tachaduras ni enmendaduras, arreglos o aumentos. Por lo general la corrección es mínima, es decir, en una línea hay una palabra que sobra y la quito. En el poema puede haber líneas que sobran también, pero ésas, muchas veces en el mismo momento de escribir, las voy corrigiendo. Esta es una receta que no le recomiendo a nadie, es sólo mi manera de hacer poesía. Algún día de estos voy a publicar un libro que se va a llamar Poemas rescatados, porque a muchos poemas que escribí tiempo atrás no les hice caso, no los metí en ningún libro ni nada. Ahora que los vuelvo a leer, después de treinta años, hay muchos que valen la pena de ser rescatados.
-¿Qué tantos poemas podrían ser rescatados para publicarse?
-Me alcanzan para todo un libro, como ésta tengo muchas libretas. Mire, aquí estoy viendo esto que no había vuelto a mirar desde hace años, es una metáfora bastante buena, escuche:
Me olvido de ti a cada rato, ¿qué más
quieres?
Lo único que me salva de ti eres tú
misma.
Ríe, mientras continúa rescatando poemas. Se mete en sus libretas y se olvida de nosotros. Lee en voz alta en un acto íntimo, para sí mismo. La poesía de Sabines se nutre de la calle, del hombre común y la mujer sencilla, de la palabra del viejo, del niño, de la abuela, del padre. Recoge la lengua de las ciudades y las expresiones del campo. Cree en el sentimiento humano sin fronteras, en la vida que corre como poderoso río en el poeta que es testigo del hombre. Puerto seguro para los que aman, su poesía se adueña del ``corazón del hombre que sueña y anda solo en la tierra''.