Después del parto viene un periodo de relajamiento. Tal vez por ello la consulta zapatista del 21 de marzo ya no gana mucho espacio en los medios de verdadera información. En los otros, los medios de desinformación, el poco espacio que ganó sólo fue para desacreditarla. Peor para ellos porque, vista a profundidad, la consulta zapatista puede ser un parto histórico. Puede haber sembrado la semilla por todos tan anhelada: la semilla de un México nuevo, reconstruido con la participación de los más, comenzando con los primeros mexicanos, es decir, los pueblos indios.
Como mínimo, la consulta del 21 de marzo ha vuelto a dotar a México de una brújula. Y eso no es poca cosa si reconocemos nuestro extravío desde que la modernización neoliberal la hace de boy scout embriagado hasta las chanclas (obviamente con puro whisky). La abrumadora respuesta (más de 95 por ciento) a las preguntas de la consulta marca un rumbo, no completo, pero transparente: una nación sin discriminaciones, con un estado de derecho tan democrático como la manera en que fueron elaborados los acuerdos de San Andrés, donde el militarismo no tenga cabida alguna y donde todas las autoridades manden obedeciendo el mandato de los gobernados. Ciertamente no fue toda la población, sino sólo 2 millones y medio, quienes respondieron así a la consulta. Pero es una muestra muy representativa de lo que quiere la mayoría de los mexicanos, como lo admitiría cualquier encuestólogo honesto al hacer las proyecciones estadísticas del caso.
Por si fuera poco, la consulta zapatista hizo camino al andar. Predicando con el ejemplo, desató una movilización inédita. Lo que tampoco es poca cosa, si advertimos el lamentable espectáculo que hoy brindan los profesionales de la política: desde disputas electorales harto sucias en forma y fondo, hasta fanfarronadas mesiánicas que ofenden hasta a los animales. Al tiempo de marcar el rumbo hacia un México con futuro, la consulta abrió la puerta a la participación de todos, incluyendo a los mexicanos que viven en el extranjero. Vaya, inclusive sus detractores participaron, así sólo fuese para denostar o para silenciar la consulta.
Sobre la marcha, la consulta enseñó muchas cosas. Enseñó que las huestes del racismo, del guerrerismo y del autoritarismo, aunque dueños del poder, son una tribu minoritaria. Enseñó que los indios son igual o más mexicanos, y que todos los no poderosos estamos hermanados por los mismos problemas y los mismos sueños. Enseñó, en vivo y en directo, lo que significa la dignidad y el indoblegable espíritu de lucha. Enseñó que el individualismo neoliberal no ha logrado aniquilar la solidaridad ciudadana. Enseñó cómo ejercer la verdadera democracia, desde abajo. Y así, enseñó que en México todavía hay lugar para la esperanza: abajo, en el piso de la ciudadanía, mucho más que en las cúpulas del poder.
Una consulta tal, no puede agotarse. Las escuelas de hermandad y democracia que se sembraron en cada brigada, deberían transformarse en centros permanentes de reflexión y acción ciudadana. Por lo pronto, en defensa de la industria eléctrica y de la universidad pública (ojo con las cuotas de la UNAM), que son los episodios más inmediatos de la larga lucha por un México digno; al menos tan digno como sus primeros pobladores y, a la vez, artífices de esa consulta.
Igualmente hay que luchar de inmediato para que los legisladores comiencen a actuar como tales y asuman el reclamo de dar forma a los acuerdos de San Andrés conforme con la iniciativa de la Cocopa (aguas con el albazo zedillopanista). Y, además, que atiendan la ya vieja demanda de legalizar mecanismos de la democracia directa (consultas a la ciudadanía, por delante). Y otro tanto hay que exigir a quienes ya están sumidos en la carrera del 2000. Coaligados o no, los candidatos deben comprometerse de manera abierta con los resultados de la consulta zapatista. Y si no lo hacen, o lo hacen con demagogia, que paguen el precio en votos o en remociones. Porque ya es hora también de remover a quienes insisten en mandar engañando.
En fin, la consulta zapatista del 21 de marzo de 1999 deja enormes tareas hasta para los historiadores. Deberían comenzar a analizarla como lo que seguramente resultará en el futuro: un parteaguas entre el México racista y el México deveras democrático, el alumbramiento de una nación por fin digna y sana. Ello, si cada cual hacemos bien lo que nos corresponde después de esa consulta parteaguas (y parte-almas).