No puede elegirse cualquier solución para mejorar las cosas en esta ciudad. Tampoco actuar a la ligera. El asunto del agua, por ejemplo. La dificultad de importarla y la inconveniencia de extraerla del subsuelo. O ese otro asunto insoportable de la inseguridad en las calles y en las casas y casi en todas partes. O la contaminación que últimamente nos ha puesto en los pulmones un recubrimiento de plomo y benceno parecido al teflón. Este último problema tiene un efecto secundario que no es del todo desagradable: los latidos del corazón hacen eco contra ese recubrimiento y le dan al sonido una dimensión de, toda proporción guardada, interior de catedral. Hay que procurar conseguirse una pareja cuyo corazón lata a destiempo con el nuestro, o a tiempo, si lo que se busca con la pareja es mantener el orden. El recubrimiento de los pulmones afecta también a los animales, el ronroneo de los gatos, amplificado por el teflón, suena cada vez más a motor de automóvil.
Pasemos del teflón en los pulmones, y del desorden o el orden que se busca en las parejas, y del gato con voz de Volkswagen, a este breve apunte de mejoras en la calidad de vida en la ciudad de México. Tomemos como punto de fuga el corazón, ese músculo que, según Albert Camus, acaba por complicarlo todo. El punto de inicio puede ser ese misterio de la cardiología que se conoce como enamoramiento. Nos enamoramos de alguien, dicen los especialistas, en la medida en que nos proyectamos en ese alguien; nos gusta una persona por la luz que arrojamos sobre ella. La otra persona, aquélla de la que estamos enamorados, sirve exclusivamente para detonar ese sentimiento dentro de nosotros. Llevando esta idea al extremo, más allá de ese músculo que suele complicarlo todo, caeremos irremediablemente a la conclusión de que el planeta entero, con sus personas, sus casas, sus gatos y sus automóviles, no es más que la proyección del planeta que lanza cada quien. Todo esto a condición de que aceptemos esa línea científicamente comprobable que dice: cada cabeza es un mundo.
Se trata de unir esta diversidad en una proyección única y que el corazón que trae cada quien adentro de la catedral lata al ritmo de los demás.
Para lograr que esta proyección colectiva tenga la fuerza necesaria hay que juntarnos de mil en mil, por turnos, en un sitio específico: un parque o un terreno baldío, que sirva exclusivamente para esta actividad y que se llame soñadero. Debe haber lugares para sentarse, bancas o piedras, o zonas generosas de pasto. Debe reinar el silencio, por aquello de los latidos adentro de las catedrales. Los primeros mil se darán, durante una hora, a la tarea de trabajar sobre el problema del agua. Cada uno se acomodará donde le plazca y apuntará su proyección de ciudad sin problemas con el agua en la misma dirección que los otros 999: llueve a cántaros, el agua escurre por las laderas de los cerros, los mil proyectadores en turno la conducen hasta el vaso de Texcoco; en unos cuantos días, de mil en mil sin descanso, tendremos un lago en la ciudad que nos abastecerá de agua, bajará los índices de contaminación y además servirá para navegarlo, verlo y pasar un domingo. No olvidemos que según la teoría del enamoramiento, que plantearon aquellos especcialistas, el mundo es lo que proyectamos de él.
Ninguno de los proyectadores puede dudar, porque entonces el lago entero puede escaparse por el hueco de su duda.
La inseguridad en la ciudad puede resolverse con un método similar. Hay que establecer otro soñadero para que, de mil en mil, vayan proyectando una ciudad de México sin ladrones ni criminales ni policías.
Dejemos de lado las soluciones que salen de los soñaderos y brinquemos, para resolver el problema de la contaminación, a la realidad, si es que hay un territorio así, de una manera, digamos, científicamente comprobable.
Diario en esta urbe, esa nube de plomo y benceno que nos ha puesto teflón en los pulmones, corre, de norte a sur, gracias al viento, y luego de contaminarlo todo, se estanca al chocar contra el cerro del Ajusco. La solución es simple, pero requiere la cooperación de todos los capitalinos: diariamente, sin excepción, a las 13:30 horas, todos deberán subir a la azotea de su casa o edificio y a la cuenta de tres soplarán en dirección al Ajusco, para que el vendaval saque de aquí a esa nube que se estanca en la falda del cerro.
Igual que en el caso de los soñaderos, nadie puede dudar de este método, porque si no el vendaval y el proyecto entero y el gato con voz de Volkswagen y por supuesto estas líneas, escaparán sin remedio por el hueco de su duda.