Cuando los tiempos de la consulta convocada por el Ejército Zapatista se acercaban, el gobierno mandó hacer varios estudios que permitieran estimar el posible grado de éxito que tendría y los riesgos políticos que representaba.
Los resultados que tales estudios reflejaron tranquilizaron a los altos funcionarios de Gobernación; sólo un porcentaje marginal de la población estaba enterada de los acuerdos de San Andrés y más pocos aún conocían su contenido. La capacidad de convocatoria de los zapatistas había disminuido sustancialmente y la económica hacía impensable que la salida anunciada de los 5 mil indígenas que promoverían la consulta en todo el país pudiera realizarse.
Aun en el caso de que los indígenas salieran, la ausencia de una campaña de medios haría que se enfrentaran a la apatía de la sociedad. El fracaso de la consulta se haría evidente y su amplificación por algunos medios constituiría la preparación para el golpe definitivo. Los zapatistas habrían caído en su propia trampa, por ello, el mejor curso de acción era dejarlos seguir adelante. Por lo que hoy sabemos, el costo de los estudios fue mayor que el de la consulta misma y sus principales logros fueron la creación de un número importante de empleos temporales que seguramente quedarán incluidos en los próximos informes de gobierno.
Pero las cosas resultaron de otro modo y constituyeron una lección, o mejor dicho varias lecciones para todos. Para nosotros, acostumbrados ya a que las consultas de la sociedad civil se hiciesen con el apoyo de grandes redes de organizaciones sociales, que trabajan durante varios meses en su preparación, la invitación de la Comandancia Zapatista para hacernos cargo del cómputo de las respuestas, la cual recibimos apenas unas cinco semanas antes de la consulta, constituía un desafío de dimensiones desconocidas. La capacidad de organización demostrada por los miles de hombres y mujeres de todo el país, que pusieron sus mesas, que contaron las respuestas, que las comunicaron con precisión a quienes estaban esperándolas, para sumarlas y comunicárselas a otros, conformando así la enorme red que nos permitió conocer en unas horas los resultados de la consulta, nos ha dejado gratamente sorprendidos. Hoy sabemos que la formación de una red ciudadana capaz de utilizar la infraestructura de comunicaciones de que hoy dispone el país, puede ser lograda en tres semanas, cuando existe la necesidad, y la motivación para ello.
Las otras lecciones importantes fueron la capacidad que las diferentes delegaciones indígenas mostraron para convencer a estudiantes, trabajadores, empresarios y mujeres sobre la validez de sus demandas, así como la creatividad de los grupos que les acompañaron y organizaron una variedad de actos que rebasaron las expectativas de la sociedad, generando igual su risa que su entusiasmo, su rabia que su tristeza. El resultado fue inédito. Las leyes de la modernidad decían que para lograr la participación ciudadana había que contar con toda una campaña de medios para motivarla. La consulta nos enseñó que a veces la participación ciudadana puede movilizar a los medios y ponerlos a su servicio, a veces contra la voluntad de esos mismos medios, tal como finalmente lo mostró el noticiario Hechos, con sus entrevistas y las intervenciones de sus simpáticos comentaristas.
La otra lección vino del gobierno, con la única crítica seria que se emitió en estos días, aunque fue más para el EZLN que para la consulta, ella vino de una maestra, que dijo: ''Está mal, esa frase está mal construida, Ƒcómo que mandar obedeciendo? Le falta el sujeto directo''; creo que tiene razón.