Abraham Nuncio
Rostros y pasamontañas en Monterrey

No es raro que en Monterrey se produzcan eventos políticos de irradiación nacional. La semana pasada cobró especial significado en la capital de Nuevo León la presencia de una de las delegaciones del Ejército Zapatista de Liberación Nacional que se dispersaron por todo el país, así como la de Cuauhtémoc Cárdenas y, por contraste, la de Francisco Labastida Ochoa.

A pesar de su desarrollo tecnológico, de sus modernos medios de información, de sus cuantiosos recursos, la de Monterrey es una sociedad políticamente rezagada. El paternalismo de las grandes empresas, que se extiende a otras zonas de la vida social, coarta la libertad y mantiene a los individuos sujetos a la visión de sus propietarios.

Así se explica que las autoridades del Instituto Tecnológico de Monterrey hayan impedido el diálogo entre su comunidad académica y los zapatistas. En otras palabras: no les dieron permiso a maestros y estudiantes de que se reunieran con los delegados del EZLN. El Tec liquidó la apertura de que venía haciendo gala desde hace tiempo con un argumento lamentable: no era posible el diálogo con quienes se cubren el rostro.

La apariencia prevaleció en una institución en la cual se supone que la búsqueda de la verdad es el valor supremo que guía sus tareas. Conducta paradójica si se tiene en cuenta que anchas le ha abierto sus puertas a varios de los políticos más mendaces que ha padecido el país, enmascarados por su propio rostro visto y vuelto a ver por millones de miradas. El rostro no es garantía de nada; tampoco, en sí, el pasamontañas o sus equivalentes. Lo que cuenta es la actitud. Los zapatistas la han abrazado como su arma principal y con ella han conquistado muchas más voluntades de las que requeriría cualquier gobierno para legitimarse.

La presencia de los indios de Chiapas produjo en muy diversos sectores de la sociedad regiomontana una impresión positiva, vinculada con la consulta del pasado domingo: desde las amas de casa de la colonia del Valle hasta los universitarios y los habitantes de colonias populares los hicieron sentir huéspedes cómodos de una sociedad conservadora, sí, pero no cegada por sus principales medios de comunicación.

Mientras los zapatistas se daban al diálogo, el 18 de marzo tenía lugar la manifestación popular más nutrida desde aquellas que siguieron al cierre de la Fundidora de Monterrey, en mayo de 1986, como protesta por la medida. La encabezó Cárdenas. Fue una suerte de respuesta a las declaraciones de Eugenio Clariond Reyes, uno de los líderes empresariales de Monterrey y actualmente presidente del Consejo Mexicano de Hombres de Negocios, que urgió al régimen a privatizar la industria eléctrica.

Los argumentos oficiales y empresariales a favor de la privatización han sido recogidos en el juicio de intelectuales que le dan voz al Príncipe. Se reducen a considerar que habiendo sido favorables las privatizaciones en otros países, en el nuestro, por consecuencia, deben serlo. Pero no dicen lo que está a la vista de todos, lo que ha sido experiencia nefasta para nuestra economía nacional y personal: que las privatizaciones en México nada han tenido de favorable y sí mucho de pernicioso. Que sólo han sido ocasión para que un puñado de funcionarios, en complicidad con unos cuantos empresarios, se hayan enriquecido grotescamente y al margen, incluso, de las encarecidas leyes del mercado. El neoliberalismo no ha existido en México sino como propaganda: un nombre con el cual comparar lo destructivo que tuvo el llamado liberalismo del siglo pasado con su redición a fines del siglo XX. A lo que hemos asistido es a un capitalismo voraz increíblemente sobreprotegido por el Estado. La corrupción ha sido su mejor aliada.

Las empresas privatizadas (banca, Telmex, Ferrocarriles, unidades comercializadoras como la del gas butano) ni dan un mejor servicio ni han promovido una mejor distribución de la riqueza y sí han perjudicado a los usuarios imponiéndoles el pago de precios más altos a todas y cada una de sus operaciones. Pero además han sido un fiasco en manos de particulares. Fiasco que, sobre todo en el caso de la banca, el Estado nos ha obligado a financiar contra nuestro presupuesto familiar a la mayoría de los mexicanos. La presencia del EZLN y Cárdenas no podía escapar a diversas interpretaciones relacionadas con el proceso político en marcha hacia las elecciones del 2000. También por los día en que estuvieron los zapatistas y Cárdenas, Labastida Ochoa visitó Monterrey. Aparentemente su visita no respondía a un asunto que requiriera su presencia en la ciudad. Reunido con un grupo de empresarios, uno de ellos comentó, según El Norte: "No es posible que sólo haya venido a Monterrey a placearse como candidato".