Los aires democratizadores que entraron al PRI desde la base hace ya casi una década con motivo de la 14 asamblea llegaron por fin a sus cúpulas. Es apenas una chispa, un amago, una revuelta que ųcon un poco de suerteų puede convertirse en todo un remolino. Ello dependerá de la manera en que los dirigentes priístas le den cabida a la disidencia y, con ella, logren procesar las diferencias en provecho de su partido. Todo radicará de la respuesta que den en el secreto de su voto personal y de cara a la historia del PRI, y por extensión a la del país, los militantes distinguidos que integran el Consejo Político. Ese mismo organismo fue fundado por la citada asamblea durante los turbulentos tiempos de la presidencia de Colosio que, no sin ironías y tristezas, cumplió ya cinco años de asesinado. Pero su discurso y posturas por el cambio y frente al poder pueden ser revividas para blandirlas en este nublado presente contra las inercias restauradoras del más rancio autoritarismo.
La destitución de Palacios Alcocer y la hermosa cargada de los búfalos (El Meme dixit) esa misma tarde para señalar de golpe y porrazo, pero con toda la energía de las creídas como moribundas unanimidades subordinadas, al favorecido por la voluntad suprema en un oneroso ritual de tiempos que se han ido, aunque pocos al interior lo crean realmente. La inscripción de la fórmula Echeverría y Soberones para disputar los puestos máximos de ese partido a González y Sauri declaran abierta una nueva temporada de reacomodos, revisiones y significados. Y no hay vuelta atrás. O se procesa la disputa y se les da cabida a las distintas fuerzas reconociendo sus pesos o se rompe la unidad tan preciada y se inhiben adherencias y simpatías de afiliados y votantes. Un quiebre de tal especie significaría un tropiezo que pondría en entredicho la misma sobre vivencia del PRI como el principal organismo político del México de ayer y de hoy.
El reto de la planilla opositora es valioso en muchos sentidos, sin olvidar, tampoco, que la coalición que la propone es por completo heterogénea y no por entero dispuesta a las tendencias democratizantes que recorren el país. Sus dos abanderados, hay que decirlo, son gente y practicantes respetables por sus habilidades y pasado. No puede decirse lo mismo de muchos otros de sus apoyadores, algunos de ellos precandidatos espontáneos sin requisitos indispensables o con un pesado fardo de irregularidades y hasta francas ilegalidades en sus espaldas.
Pero las oportunidades no pueden presentarse sin costos ni bemoles y tienen que aprovecharse tal y como se dan. Dicha coalición no se forma de coincidencias personales, ideológicas o programáticas, sino ante una emergencia que les atropelló sus derechos a participar en la elección y a jugar por el poder. Derechos que, en ocasiones distintas, muchos de ellos avasallaron sin remilgos ni contemplaciones, pero que ųno obstanteų tienen hasta la obligación de pelear por que ahora se les respeten.
El tiempo exterior al PRI no podría ser más propicio para dirimir la contienda por su presidencia. Caminan por el borde del punto decisivo en pos de determinar reglas, candidatos y programa frente a los demás partidos que hacen lo mismo en medio de turbulentas deficiencias y acusaciones, como las del PRD o las quietudes selectivas del PAN, rotas de vez en cuando por las simplezas y los desplantes altisonantes de Fox. Un proceso bien llevado y sobre todo con suficiente equidad interna podría acarrearle al PRI la legitimidad suficiente para no salir a la lucha pública con el ánimo coartado y la simpatía mermada. La displicente y tajante despedida de Palacios Alcocer, con su cargada por la fórmula escogida desde lo alto, fue un acto atrabiliario que derramó el vaso de las disciplinas a rajatabla y los acomodos de tramoya sin limpieza ni trasteo.
La intentona de someter con el expediente burocrático de la orden inapelable falló y dio cauce y motivo a la primera rebelión de los cuadros distinguidos del priísmo de cepa. Bienvenida tal muestra de coraje. Esta contienda, sin haber sido concebida de tal manera, podría permitirle al PRI por vez primera en toda su larga historia, escoger una alternativa que, aunque sea lejana, sea salida de la voluntad de sus militantes.
Pero la fórmula opositora es casi seguro que no logre imponerse a la todavía imponente y atrincherada fuerza del oficialismo cupular. Simple- mente el presidente Zedillo tienen varios candados a su disposición y cuenta con la mentalidad dispuesta, hasta la obcecación, de muchos de los dirigentes medios del priísmo. No obstante, el porcentaje de votos que logren acumular los disidentes será significativo y un indicador sobre el cual iniciar los repartos y sesiones que habrán de llevarse a cabo antes de continuar por la ruta de las imposiciones incuestionadas.