Miguel Barbachano Ponce
Muestra: consideraciones marginales

ƑPor qué haré referencia a ''consideraciones marginales" para enjuiciar a las últimas películas que articularon la Muestra 33?

Por la simple razón de que los contenidos ideológicos y cinemáticos de los filmes que abordaré han sido analizados por críticos nacionales y extranjeros. Sin embargo, a propósito de El viento se llevó lo que, de Alejandro Agnesti, nunca nadie consideró esta apreciación marginal que me produjo y que le otorga un alto sentimiento simbólico y que puede plantearse así: lo que el viento se llevó fueron tres definitivas e inesperadas encarnaciones que ocurren en una aldea marginada de la Patagonia, primero Einstein, después Freud, luego Marx. En tanto, el caos y la violencia continúan enseñoreando la posmodernidad.

Asimismo, nadie consideró luego de enfrentar el multipremiado filme austriaco-alemán de Stefan Ruzowitzky, Los herederos, que su narrativa nos retrotrae a un género creado por el nazismo a finales de 1933, el blubo-filme (léase sangre y suelo) cuyos productos, mitad documental, mitad ficción, mostraban el pasado miserable del campesinado alemán. Quien ahora encuadre el trabajo de Ruzowitzky, no debe olvidar que sus protagonistas (Lukas, Emmy, Danninger) representan de nueva cuenta, pero con mayor veracidad, los caracteres que alentaban en aquellos blubo-filmes patrocinados por Hitler y Goebbels, su ministro de propaganda.

Apartémonos de la sangre y el suelo (Blut ind Boden) alemán, para recalar en la Estación Central, de Walter Salles Jr., y desde allí, circundados por cientos de brasileños analfabetas, emitir nuestra opinión. La anécdota de Salles Jr. exhibe la desesperada búsqueda del Padre, con mayúsculas, que emprenden los protagonistas (Dora y Josúe) por los caminos de la favela y del sertao, pero también de la memoria y de la imaginación. Continuemos con otra recreación, la que nos causó el francés Roger Planchon cuando corporizó en Lautrec las actitudes sexuales y morales de las mujeres francesas de la bella época. Más allá de la predilección del pintor por el color explosivo, por el toque de pintura que se tuerce como una serpiente de fuego, están la madre, la tía, las coristas y las putas.

Final de agosto, principio de septiembre, de Olivier Assayas, reconstruye mediante varias secuencias magistralmente entrelazadas, la fatiga existencial de la sociedad francesa posmoderna a punto de instalarse en el tercer milenio. Ahora pregunto y me pregunto, Ƒalguien dijo o escribió, después de enfrentar Corre Lola corre, del alemán Tom Tykwer, que su cinemática revolucionaría los postulados narrativos de la cinematografía actual? ƑSí o no?... ƑAlguien dijo o escribió que la metodología con la cual Tykwer articuló aquellos fotogramas se emparenta con el estilo creado por Thomas Vinterberg, conocido como Dogma 95? Si la respuesta es afirmativa, entonces esta reflexión no es marginal sino universal.

Del olvido al no me acuerdo, inusual pero no por ello menos hermoso documental de Juan Carlos Rulfo, hijo del famoso escritor. Vibración que puede presentarse con esta interrogación que me repetí en voz baja durante los 75 minutos de la proyección: ƑPero, dónde está Juan? ƑDónde, dónde?... Y como en la pantalla no aparecía tuve que recrearlo memorísticamente trabajando con Carlos Velo durante la elaboración del guión de Pedro Páramo, o sentado frente a una taza de café en El Juglar o acercándose sigilosamente a los amigos en El Parnaso. ƑPero, y los otros, aquellos que nunca vieron a Juan alentar sobre la Tierra, Ƒcómo lo imaginaron, si en el blanco lienzo únicamente deambulaban ancianos, nubes y estrellas?

Nunca el cine comercial estadunidense había articulado en las imágenes de una manera tan descarnada y brutal la problemática sexual de una familia. Nunca sus ''puritanos" fotogramas habían captado el semen masculino impregnando las paredes ni tratado la violación de menores. Nunca la masturbación. Evidentemente hablo de Felicidad, perverso filme de Todd Solondz (New Jersey, 1960).

Al contemplar la secuencia final de Sombras del mal (1958), de Orson Welles, es obvio que viene a resumirse la estilística visual y narrativa de aquél a quien se le aprecia como el director más importante de nuestro tiempo.