Astillero Ť Julio Hernández López
La figura central del sistema político mexicano, la del Presidente de la República, sufre embates sin precedente.
Por un lado, se coloca en entredicho la presunta vocación democratizadora que al interior del PRI había anunciado el doctor Zedillo para dejar a sus distantes compañeros de partido que elijan dirigente, primero, y luego candidato presidencial.
Por otro, voces importantes de lo que fue el colosismo reclaman con corrección jurídica la comparecencia del propio titular del Poder Ejecutivo federal en las diligencias sobre el asesinato cometido en Lomas Taurinas cinco años atrás y, de la falta de dicha aportación testimonial de quien fue coordinador de campaña del sonorense, desprenden suposiciones densas.
Tal sometimiento de la figura presidencial al escrutinio público, y al enjuiciamiento severo, no es algo que vaya contra el sentir expresado en ocasiones anteriores por el propio doctor Zedillo. De hecho, el actual Presidente ha impulsado no sólo con declaraciones, sino con hechos, la reducción de la aureola de intocabilidad con la que solían rodearse los reyes sexenales del sistema político mexicano.
El doctor Zedillo se ha esmerado inclusive en propiciar esa desmitificación necesaria para el avance democrático. Un ejemplo de ese desmantelamiento de la figura imperial del ocupante de Los Pinos ha sido el respeto zedillista a las críticas hechas en la prensa.
Por ello, es de desearse que el ánimo presidencial no se enturbie por los señalamientos que se hacen respecto de la elección interna del PRI y a la figura de Luis Donaldo Colosio.
En cuanto al PRI, reina la sensación de que el presidente Zedillo destituyó de un golpe, en un arranque de humor, a Mariano Palacios y a Carlos Rojas (acaso por culpas acumuladas, pero que pudieron ser expiadas de manera institucional en fecha propicia como, por ejemplo, el aniversario de la fundación del tricolor), que de inmediato pretendió imponer a José Antonio González Fernández, y que ahora está empeñado con toda su fuerza en impedir que Rodolfo Echeverría y José Luis Soberanes empañen el arribo del ex secretario del Trabajo, cuyo presunto encargo principal sería la confección del escenario adecuado para que Francisco Labastida Ochoa sea postulado candidato presidencial o, en un escenario que cada vez parece menos probable, Esteban Moctezuma Barragán.
Por el flanco colosista, hay la percepción de que el gobierno del doctor Zedillo poco ha hecho con verdadera voluntad para esclarecer la muerte de Luis Donaldo.
Además de esa verdad evidente, hay señalamientos como el hecho ayer por Alfonso Durazo Montaño, el fiel ex secretario particular de Colosio, quien ha advertido que el silencio del doctor Zedillo (al que califica de sospechoso) en las diligencias del crimen del 23 de marzo de 1994, hace evidente que en dicho asesinato hay complicidades del sistema.
Las palabras de Alfonso Durazo son fuertes, y provienen no de un ánimo revanchista o despechado, como suelen pretender algunas voces oficialistas, sino de una reflexión que es compartida por quienes hicieron equipo con el sonorense de Magdalena de Kino y que, conforme avance el declive del poder zedillista habrán de multiplicarse.
Ha dicho además Durazo, que en la actual administración ha habido una erosión intencional de la figura de Colosio. La postura presidencial respecto al caso, manifestada ayer, no ayuda a desmentir las observaciones del ex secretario particular, pues no hubo hechos concretos ni manifestaciones reales que subrayaran con fuerza el apego del zedillismo al recuerdo de Luis Donaldo. Envío de flores y un boletín de prensa, nada más.
En momentos críticos para el sistema, como los que se viven hoy, es de desearse que el espíritu presidencial que con alegría, y a veces hasta con ironía, ha impulsado cambios, desmitificaciones y normalizaciones democráticas, no se amargue ni se encorajine.
Las que hoy se escuchan son voces que de manera temprana van adelantando lo que será el juicio histórico sobre una gestión.
Lo mejor para el presidente Zedillo es que, pudiendo escuchar a tiempo los susurros de lo que mañana pueden ser coros, tiene la oportunidad invaluable de corregir, de enmendar, de decidirse a dar pasos adelante, permitiendo elecciones democráticas en el PRI y esclareciendo el crimen que debe ser doloroso para todos, incluyendo al propio Presidente de la República.
Pemex, en la mira de los privatizadores
El pasado 18 de marzo, el director general de Petróleos Mexicanos, Adrián Lajous, pronunció un discurso en el que advirtió de la aberrante situación fiscal que se vive en esa paraestatal, donde por el pago de impuestos y derechos se llegó a pagar en 1998 más del monto de las ganancias obtenidas durante ese mismo año.
El director Lajous convocó a realizar las modificaciones fiscales que le permitan a esa empresa rendir cuentas positivas y no seguir siendo sólo una productora de ganancias para el gobierno federal. Debido a esa peculiar circunstancia, la paraestatal estaría poniendo en riesgo su viabilidad.
El inusual señalamiento hecho por Lajous mereció una respuesta oficial del vocero de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, Marco Provencio, quien emitió un boletín de prensa el pasado 21, en el que, bajo el título de ''algunas puntualizaciones'', pretendió enmendar la plana al director de Pemex.
El vocero de la oficina dirigida por José Angel Gurría estableció que el esquema fiscal que se aplica actualmente a la paraestatal entró en vigor en 1994, y que ese régimen es similar al existente en países petroleros importantes.
En el quinto punto de esas ''puntualizaciones'', Provencio aseguró que la pérdida neta que tuvo Pemex en 1998, y de la que se quejaba Lajous en su discurso del 18, había sido consecuencia de la caída de precios del petróleo, y que habiendo caído 15 por ciento los ingresos de Pemex en términos reales, el pago de impuestos había bajado en 18 por ciento, ''lo cual indica que el esquema fiscal contiene un importante grado de flexibilidad''.
Uno de los dos ha hablado sin sustento
Tales divergencias en la cúpula de la burocracia encargada del manejo de la riqueza del país son preocupantes. Alguien ha mentido, sin lugar a dudas. O Lajous, al lanzar gritos de alarma sin tener bases reales, o Provencio, al tratar de descalificar lo denunciado por Lajous frente al presidente Zedillo.
Ambas voces, de cualquier manera, podrían estar ventilando argumentos cuyo desenlace llevaría a la discusión formal de la necesidad de abrir aún más al capital privado las tareas relacionadas con los hidrocarburos. Todavía en fuerte discusión el asunto de la privatización de la energía eléctrica, ya se van sentando las bases para salir pronto con alguna propuesta tecnocrática que busque salvar a Pemex de esas injusticias fiscales para dejarla en manos de eficientes manos particulares.
Pero en esa misma ceremonia de Salina Cruz, Oaxaca, hubo también interesantes denuncias del dirigente sindical petrolero de las que daremos cuenta mañana.
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